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Estéreo Picnic 2017 - Día 1: contundente

El tiempo seco, el nivel superlativo de los espectáculos y un público masivo y gocetas marcaron la apertura de la 8va edición del festival.

Alejandro Pérez
24 de marzo de 2017

Consideraciones de inicio

Propone un mundo distinto y lo consigue. Los asistentes al Festival Estéreo Picnic se lo gozan de maneras tan diversas que, a veces, trasciende su razón de ser. La fiesta es de música pero, como buena fiesta, suma el ingrediente de reunirse con amigos, bailar/cantar bandas conocidas y darle el chance a las desconocidas (si atrapan).

Y cuando el tiempo conspira a favor, como fue el caso el jueves, la gente, con su gente, se apropia del espacio. Lleva sus mantas, plásticos, se sienta, se recuesta, se para y baila. La gente se bota a la piscina de pelotas, participa en las activaciones de marca. La gente viene de Bogotá, de Costa Rica, de Medellín, de Inglaterra, Ecuador y más. La gente baila tranquila, y si hay punk, poguea sin ‘ir a la yugular’.

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El marco es espectacular por su color e identidad, que crea desde el espacio, desde una oferta alternativa de tiendas, mercados y comidas (si se tiene la paciencia y el hambre, la oferta es seria). Otros detalles, como la  pirotecnia para cerrar el escenario principal, descrestan. Los ‘extras’ han sido afinados con los años y, así se vean venir, suman al ‘macrocosmos de la 222’.

En los desplazamientos de un escenario a otro, la noche se sintió concurrida. También en los aplausos y gritos. Justificados. Los asistentes presenciaron un aluvión musical. Una fábrica de memorias. A muchos les quedan dos noches de música. Ahorrar energía o dejarlo todo y sufrir el domingo. Esa es la pregunta.

La musique

Fue demasiado para procesar en poco tiempo. El cartel que muchos consideraban obligado (The xx, The Weeknd, Justice) se validó con creces pues los actos tempranos Glass Animals, Rancid, G-Easy y Bob Moses empujaron el bote para arriba. No había cómo fallar. Curado, el arte mezcló colores y cadencias, hubo indie, rap, electrónica, punk, alternativa. Hubo música de sobra, de alta calidad, sonando como pocas veces se tiene la oportunidad de escuchar.

Al golpe de las 8:30 de la noche tocaban al tiempo Glass Animals y Rancid, ensambles que no podían ser más distintos y, a la vez, empalmaron con naturalidad uno después del otro. La experiencia de un festival arroja lecciones constantes, una, ‘El contraste es tu amigo’. Los ‘Animals’ sacaron suspiros y gritos maniáticos con sus beats enamoradizos y soñadores, y regaron una atmósfera generosa llena de liberación yogi. Su hit ‘Gooey’ sonó fantástico, y también reconfortó escuchar muchas voces corearlo. Lección de festival: el ‘one hit wonder’ de alguien es la banda del alma de otro y, por fortuna, el fervor es contagioso.

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Rancid entregó su punk noventero, particular, con órganos, voces carrasposas. Descargó su voltaje compacto y contundente, y cerró con sus megahits. Los estadounidenses dejaron satisfecha a su parcial que, cual estadio, coreó cinco minutos el nombre de la banda para despedirla. Y sí, hubo pogo, pero nada qué reprochar. El bajista (¿Tom Freeman?) amerita una mención especial por un desempeño sobresaliente, con tempo y variaciones que desde el punk evocaron una especie de jazz galopante.

En el escenario principal, luego atacó un corazón llamado The xx. Son tres, pero equivalen a un batallón de sentimiento. Es difícil definir la dimensión de los británicos. Son la sumatoria de una voz femenina única, una masculina que la exalta, de guitarras que suenan como gotas, de bajo, de un dj que hilvana la pulsión del trío y lo magnifica, en vivo, a un nivel exponencial.

Y son más que eso. Enternecen sin empalagar, enamoran desde lo cierto. La voz de la noche, Romy Madley Croft, quien por medio de sus canciones y sus frases al público derritió hasta los más rígidos y descreídos. Una fuera de serie, acompañada de fueras de serie. Aseguraron que su primer concierto en Colombia (hace años) había sido de sus mejores. Si quisieron retribuir y retroalimentar ese cariño esta noche, se les notó. ‘Shelter’, qué bien sonó...

Paréntesis: En vivo, el sonido de The xx, y de la mayoría de artistas (exceptuando líos con el dj Damian Lazarus) impresionó. Canciones que en la radio o streaming suenan muy bien, y mueven, alcanzan un nivel distinto que, para los amantes de la minucia musical, justifica la experiencia. La mezcla, los bajos, por dios, los bajos. Las baterías en vivo, ejecutadas por absolutos monstruos, los bajos en slap. ‘Todo en HD’.

La musique, II

Luego del baño espiritual de The xx tuvo lugar otra disputa no excluyente por la atención del público. Bob Moses se entregó a Bogotá al mismo tiempo que G-Easy.

Bob Moses es un acto canadiense de sencillez complicada, que ejemplifica el por qué del éxito del tercer escenario hoy: por la calidad de lo que ofrecía, obligaba a quie pasaba a quedarse al menos dos canciones. La propuesta de Moses tiene en el centro su vocal reflexiva, que dialoga con guitarra, con sintetizadores expresivos como su ejecutante. El todo alcanza a producir una especie de trance.

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En frente, G-Easy disparaba sus versos al público. El rapero proyecta un personaje franco-viril. Lo vive en escena, cuando rapea, cuando se quita la camisa, cuando se acerca al público para que le ayude a cantar y alimente su energía. ‘G‘ cerró con sus dos megahits uno tras otro y sumó efectos de humo, en un explosivo cierre de concierto. Mención especial a su dj, que le sirve enormes pistas.

La tanda de cierre empezó con The Weeknd. La magnitud del escenario dejó en claro que se trata de un show actual, vivo (según él, el primero en América del Sur). El cantante ejecuta en el escenario, en el piso normal, mientras su banda se eleva en una plataforma/andamio casi tres metros por encima del protagonista. Esto a su vez los hace exalta, y logran canciones increíbles. The Weeknd tiene muchos matices de pop, en algunas tonadas y fraseos evoca a Michael Jackson, en otras incursiona en Heavy pop, así no exista tal género. Puede ser discotequero, y lo fue, puede ser romanticón, y lo fue, puede ser muchas cosas, pero a veces esto juega en su contra. El show más largo de la noche, lanzó enormes hits y sorpresas, pero a veces su show se parte en pedazos. Nadie puede culparlo de no apelar desde su exploración a varios gustos . Su proeza vocal es innegable, nunca dudó en una nota, y comandó… pero (y esto, claro, es discutible), no tanto como The xx.

Visualmente, la puesta en escena resultó abrazadora, industrial, y la pantalla de atrás del escenario lograba imágenes impresionantes en su detalle y escala. Cerró con ‘Starboy‘, el sencillo de su màs reciente álbum, y dejó la mesa servida para Justice, una verdadera licuadora del ritmo. Los franceses sonaron poderosos, con sus quiebres, sus ritmos marchables, su estilo ‘taladro-adorable’, sus voces infantiles. Trajeron todo, no faltó nada. La cruz que los caracteriza impartió música, y las luces le hicieron un perfecto juego circular a sus ritmos más densos, donde más brillan.

Consideraciones de cierre

El festival recibe críticas todos los años por su cartel, por voces respetables que lo consideran muy ‘joven, muy ‘de nicho’, muy ‘hipster’ (sume la crítica que se le ocurra). En el fondo todo amante de la música en vivo quiere ver en ese colorido escenario a ‘sus’ artistas. A veces sucede, a veces no, pero algo siempre está. El nivel.

El servicio del coqueto tren de la Sabana vale la pena, al menos una vez. El tiquete de 40.000 pesos obliga a pensar en si se puede repetir, pero experimentarlo vale la pena. Desde la estación Usaquén, hasta pisar el interior del Festival transcurrió una hora. Salió puntual, a las 7:12 pm.

A la salida, 2:30 de la mañana pasadas, se agotaron los tiquetes de bus. ¿Deberían agotarse? Ojalá sepan medir la demanda para los días restantes.