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E S T A D O S    <NOBR>U N I D O S</NOBR>

Aterrizaje forzoso

Todo indica que la economía norteamericana se desacelera a pasos agigantados. El fuerte frenazo tiene en vilo al mundo entero.

15 de enero de 2001

Estados Unidos, la locomotora de la economía mundial, empieza a presentar los primeros síntomas de enfriamiento. Después de una década de crecimiento ininterrumpido —especialmente desde 1995— la economía norteamericana acaba de registrar el crecimiento del PIB más bajo de los últimos cuatro años. Este brusco descenso de la economía ha caído como un baldado de agua fría a todos los estadounidenses y en especial al presidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan, capitán por 13 años de la política monetaria de dicho país.

Greenspan, quien ha dedicado su largo mandato a dirigir la economía de su país, enfrenta la que tal vez sea su más delicada tarea: desacelerar la gigantesca embarcación en que se ha convertido Estados Unidos, evitando los vientos recesivos. Mediante sucesivas vueltas de tuerca a las tasas de interés, este neoyorquino de 74 años ha intentado aliviar el recalentamiento de la economía, propiciando una tasa de crecimiento más pausada y sostenible y evitando el descontrol de los precios. Hasta hace poco la receta le había funcionado a la perfección. Pero el brusco descenso de la economía en el tercer trimestre ha puesto a muchos a pensar que al presidente de la ‘Fed’ se le fue la mano en sus labores de enfriamiento de la economía.

Los observadores más extremistas han empezado a hablar abiertamente de un riesgo de recesión; de un eventual crash. Contra eso el temerario Greenspan dispone de una potente arma: bajar las tasas de interés. Los agentes económicos se mostrarían claramente sensibles a una reducción de las tasas aunque se enviaría un mensaje de que se puede bajar la guardia ante el peligro inflacionario. Pero la cuestión no es tan sencilla. Una política monetaria más laxa probablemente incidiría en la tasa de cambio y en las cuentas externas. Y entonces podrían surgir los problemas.

Las dificultades

La Reserva Federal podría verse constreñida por el miedo a un dólar débil. En 1999 el déficit de cuenta corriente —es decir la diferencia entre las exportaciones y las importaciones de bienes y servicios— fue de 339.000 millones de dólares. Dicho faltante fue más que financiado por 228.000 millones de dólares en compras netas de títulos valores por parte de inversionistas extranjeros y 130.000 millones de dólares en flujos netos de inversión extranjera directa. La posibilidad de que el dólar se debilitara como consecuencia de un aterrizaje más brusco provocaría que muchos inversionistas cambiaran sus depósitos a euros e incluso a yenes.

Si estos capitales emigraran hacia otros países Estados Unidos no tendría cómo financiar el profundo déficit de su cuenta corriente. El último informe de la Ocde señala que mientras la demanda interna de Estados Unidos crecía a una tasa promedio anual de 5,3 por ciento entre 1997 y 2000, el PIB lo hacía a un 4,6. En otras palabras, el exceso de demanda produjo como resultado un aumento sostenido de las importaciones.

Peor aún, según el Fondo Monetario Internacional (FMI), los ahorros, del sector privado estadounidense pasaron de ser 18 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB) a comienzos de la década a tan sólo 13,4 para este año. La caída en el nivel de ahorro responde a una cuestión simple: el creciente valor de las acciones. La gente, al ver que la bolsa le proporcionaba mayor rentabilidad en un plazo menor, prefirió emigrar hacia ésta. La alta valoración de las compañías les proporcionó una buena razón para reducir sus ahorros y estimular la inversión y el consumo. Solamente entre agosto de 1994 y agosto de 2000 la riqueza real (en precios de 2000) contenida en la bolsa trepó a unos 11.400 millones de dólares. Y el valor de Dow Jones se cuadruplicó.

Pero los recientes descalabros en la cotización de los papeles indican que la fiesta bursátil bien pudo haberse terminado. Esto, combinado con un crecimiento económico lento, podría convertirse en un círculo vicioso: los hogares verían reducida su riqueza y no se podrían dar más el lujo de invertir en la bolsa, con lo cual el sector empresarial se quedaría sin financiación para invertir y, nuevamente, se estancaría el crecimiento.

El salvador

Pese a todo Greenspan sigue tranquilo. No es la primera vez que ha tenido que capotear la desconfianza de los mercados y del pueblo norteamericano. En 1992, cuando el déficit fiscal se situó en 340.000 millones de dólares y la tasa de desempleo rondaba el 7,5 por ciento, pocos creían en sus medidas para lograr una recuperación. Ocho años después demostró ser capaz de generar un superávit fiscal de 237.000 millones de dólares y bajar el desempleo a niveles cercanos al 4 por ciento.

También durante la crisis asiática y el derrumbe del rublo ruso Greenspan demostró ser un mago de las finanzas internacionales. Pese a los signos de inflación y repunte salarial supo actuar rápido para efectuar tres recortes sucesivos de cuarto de punto en las tasas de interés. En menos de dos meses éstas se situaron en un 4,75 por ciento, el nivel más bajo en cuatro años. Y todo para lograr la tranquilidad de los mercados internacionales.

Muchos piensan que Greenspan capoteará nuevamente con éxito el nubarrón que se aproxima. “No hay porqué preocuparse. Alan Greenspan ha demostrado ser un gran presidente práctico y dinámico que ha sabido adaptarse a las circunstancias. Otra historia sería si los encargados fueran los miembros del Banco de la República” asegura el director de Prospectiva Económica y Financiera, Javier Fernández Riva. En cualquier caso persisten ciertos vientos que, si no se atajan a tiempo, podrían desencadenar una tormenta que desluciría los últimos años de la era Greenspan, antes de su retiro en 2004. Y arrastrarían al mundo entero hacia la temida recesión.