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El clan de los Wallenda hoy está dividido en distintos grupos, pero Nik ha hecho su carrera solo desde que descubrió el potencial de la televisión para amplificar sus logros. Millones sintonizaron su hazaña en Chicago y lo harán en su próxima aventura, sea en Nueva York o en Londres. | Foto: A.F.P.

LEGADO FAMILIAR

El trágico linaje de los Wallenda

El hombre que caminó entre dos edificios con los ojos vendados en días pasados desciende de siete generaciones marcadas por la tragedia de caminar por la cuerda floja.

15 de noviembre de 2014

Solo Dios pudo darme la fuerza y confianza para apelar a mi estirpe marcada por tragedias fatales, para triunfar”, afirmó Nik Wallenda tras concluir su gesta en Chicago. En la ciudad de los vientos puso su nombre en los libros de historia con un recorrido que millones de espectadores presenciaron por televisión en más de 220 países. La hazaña tuvo dos etapas. Primero atravesó el río Chicago sobre una cuerda inclinada en 19 grados –el mayor ángulo hasta el momento-, y luego, con los ojos vendados, completó la travesía a mayor altura jamás realizada.  Con su logro, Nik coronó una vida de triunfos capaces de paralizar de horror a cualquiera:  ya había caminado sobre aguas llenas de tiburones y fue el primero en atravesar las cataratas del Niágara, si bien por acuerdos televisivos en esa ocasión se le obligó a tener cuerdas de seguridad.

Wallenda es el exponente más mediático de la generación actual de una familia legendaria y marcada por la tragedia.  La historia de los Wallenda muestra los límites que se deben cruzar para sorprender a los espectadores. Nik Wallenda lo sabe, admitió al diario The Times que su legado familiar era “una bendición y una maldición marcada por la traición y la envidia”.

El pasado

A comienzos del siglo XX en Alemania, Engelbert Wallenda, hijo del acróbata Johannes Wallenda, era un pionero del trapecio volador y un domador de bestias. Su mujer Kunigunde maravillaba al público con su equilibrio, pues era capaz de recoger un pañuelo con la boca mientras parada en una cuerda ponía a girar un paraguas sobre su cabeza. El hijo de la pareja, Karl Wallenda, nació en 1905, y a los cuatro años perdió parte de su oído por un fuerte golpe que le propinó su padre. Tener buen equilibrio exige oídos saludables, pero la capacidad innata del joven para desafiar la lógica quedó en evidencia desde temprano. A los nueve años de edad acalló el matoneo de otros maravillándolos, escaló hasta el techo de una iglesia y se paró de manos en el gallo metálico que determina la dirección del viento. Dejando boquiabiertos a sus enemigos ganaba sus batallas y sus aplausos.

Al terminar la Primera Guerra Karl se unió a un circo itinerante, pulió su arte y compartió escenario con la famosa Marlene Dietrich, que se dio a conocer en la época dorada del circo. El joven tomó confianza y abandonó las redes de seguridad para caminar la cuerda floja. En el amor también era aventurero. Se enamoró de una mujer diez años mayor que él a la cual sus colegas llamaban Lena. El idilio les duró dos años, hasta que en Berlín Karl conoció a otra chica de 15 años llamada Martha, una bailarina de la cual se enamoró y a la que dejó embarazada. La traición le cayó muy mal a Lena, que trató de cortarle la garganta a su amado y desfigurar el rostro de la joven con ácido sulfúrico. No logró ningún cometido y se alejó para siempre.

Karl se casó con Martha pero no contaba con que la cuerda floja la aterrorizaba. En escena entró Helen Kreis, la mujer que lo acompañó en su acto y también se metió en su corazón. Martha se rehusó a irse y entre los tres surgió un ménage a trois. En 1928 fueron una temporada a Estados Unidos a actuar con el circo Ringling Brothers & Barnum and Bailey, y Karl las ubicó en casas contiguas. A pesar de que Martha recibió un telegrama que le notificaba el divorcio en 1934, siguió con la tropa. La familia se armaba de a pocos y se lanzó a visitar más lugares del mundo.

En 1939, tres días antes del estallido de la Segunda Guerra, Karl, Martha y Helen viajaron y se radicaron en Estados Unidos con ayuda de Joseph Kennedy, el padre de JFK. En Sarasota, Florida, hicieron hogar y allá recibieron más miembros del clan. Pronto comenzaron a hacer giras bajo el nombre de los Great Wallendas. Karl creaba espectáculos únicos, que ensayaba en horas de la madrugada para que nadie más pudiera imitarlo. Así creó trucos que hasta la fecha nadie ha repetido como pararse de manos sobre las cabezas de otros dos funambulistas en la cuerda floja.

Sin embargo, su creación más recordada fue la pirámide ensillada de siete personas, que perfeccionó desde los años cuarenta. Consistía en cuatro hombres que caminaban la cuerda floja, unidos por unas barras en los hombros en las que se paraban otros dos hombres a su vez unidos por barras en los hombros. Sobre este segundo nivel de barras se ponía una silla en la que una mujer primero se sentaba y luego se paraba.

En 1962, tras décadas de ejecutar la rutina, llegó la catástrofe. En un espectáculo en Detroit perdieron el equilibro y el desliz mortal le costó la vida a Dick (esposo de Jenny, la hija de Karl y Martha) y la de Dieter (sobrino de Karl). Mario (hijo de Karl), quedó inválido de por vida. En la caída Karl y una sobrina se salvaron milagrosamente. Parecía el fin de los Wallenda, pero al día siguiente, a sus 57 años, Karl huyó del hospital. Se puso su uniforme y atravesó la cuerda floja frente a un público que lo aplaudió a rabiar. Ese éxito no representó el fin de las tristezas. Un año después, Henrietta, una cuñada de Karl murió en una caída. En 1973 otro miembro del clan murió electrocutado.

Karl sobrevivió y siguió retando el destino hasta que este le ganó, diez meses antes del nacimiento de su bisnieto Nik. En marzo 22 de 1978, a sus 73 años, con artritis, una hernia doble y una clavícula lastimada, se trepó a la cuerda floja en Puerto Rico. Karl creía religiosamente en que la cuerda debía ser montada por un equipo de su confianza, pero ese día no fue así. Varios analistas culparon al túnel de viento que se armaba entre los dos edificios, pero los miembros de la familia atribuyeron el accidente a la cuerda. Se había violado una regla. Los pasos dubitativos de Karl y su posterior caída se vieron por televisión y ratificaron los peligros de una profesión en la que la muerte está a una duda, un detalle o un descuido de distancia. Con él, siete miembros de la familia Wallenda perdieron la vida ejerciendo su pasión.

El presente

Nikolas no conoció a su bisabuelo pero cuenta que en sus sueños de niño lo animaba a asumir gestas imposibles. Sostiene que  Karl le decía frente a una enorme cascada en forma de herradura “Camínale por encima”. Cuando visitó las cataratas del Niágara por primera vez le dijo a Terry, su padre, “ya he estado aquí”.

Nik encontró  a los 2 años de edad su juguete favorito en una cuerda suspendida entre dos parales. Se cayó incontables veces hasta que la dominó. Años después, en medio de la crisis de los circos,  restableció la leyenda familiar en un momento en el que sus padres lavaban ventanas para subsistir. Su madre alcanzó a publicar un libro llamado El final de los Wallendas. Sin embargo, en 1997 surgió la idea de reunirse. El tío Mario afirmó frente a las cámaras de televisión, desde su silla de ruedas, que si bien los espectadores esperaban una repetición trágica de la historia, no sucedería. Los Great Wallendas le dieron la razón, y repitieron la pirámide exitosamente 38 veces en 17 días.

Para Nik ahora vienen nuevos retos. Sueña con atravesar los 1,2 kilómetros que separan al Empire State del Chrysler Building en Nueva York, casi 20 veces la distancia entre las torres gemelas que conquistó Phillipe Petit en 1974, y también planea cruzar el Támesis en Londres. Quizá su bisabuelo ya se le apareció en los sueños a darle un nuevo impulso.