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Philippe Claudel

FILBo 2015

Philippe Claudel: “La literatura es como un sismógrafo que le muestra a la sociedad los riesgos que pueden sacudir la democracia”.

El escritor francés de Almas grises y la Nieta del señor Linh que visitó Colombia durante la Feria del libro de Bogotá habló con Arcadia sobre sus obras literarias y cinematográficas.

Marco Bonilla
4 de mayo de 2015

Philippe Claudel (1962) es un artista político y polémico. Tanto en su producción literaria como cinematográfica se respira una crítica a la condición humana y la ubicuidad de la guerra. Además, es un artista con una profunda conciencia de la historia. Nacido muy cerca de los campos de batalla donde Europa se jugó su destino en dos guerras mundiales, la violencia no está ausente en su obra. Es el horizonte inescapable con el que se encuentran aquellos que leen sus libros o miran sus películas. Sus obras Almas grises, El informe Brodeck y La nieta del señor Linh - traducidas a más de 40 idiomas y ganadoras de premios que van desde el Reunadot hasta el Goncourt-,  tienen en común el trasfondo de la guerra. En ellos es posible escuchar el rumor de los obuses, el lamento de los soldados mutilados y el fragor de los campos de batalla.

 

Claudel es un escritor tardío; publicó su primer libro Meuse l´oubli a sus treinta y siete años. Ganó el premio Goncourt de Novela en 2003 con Petites mécaniques. En su última novela Aromas (2013), regresa a los paisajes de su natal Nancy, en un viaje donde su memoria se confunde con el recuerdo colectivo francés. Su próxima novela se llamará Sueños.

Además de escritor, Claudel es guionista de cine y televisión. Dirigió Antes del frío invierno, Silencio de amor y Hace mucho que te quiero, cinta con la que ganó el premio César a la mejor ópera prima en 2008. Su última película, Una infancia (Une enfance), se encuentra en postproducción y en los próximos meses estará en las salas de Francia.

En sus novelas hay una nota sombría. En Almas grises, Claudel magistralmente crea un lazo de empatía entre el lector y el protagonista -un policía en una pequeña localidad francesa durante la Primera Guerra Mundial-, para luego descubrir que asesinó a su hijo sofocándolo con una almohada. Claudel busca conmocionar al lector, sacudirlo, y a partir de ahí lograr una visión de la realidad, caracterizada por una ciega voluntad de poder. En ese sentido, para Claudel la tarea del arte es darle sentido a lo que no  tiene sentido y responder a la pregunta de cómo conservar un poco de humanidad en medio de la barbarie de la guerra.

Además de escritor, usted es director de cine ¿Cómo complementa esos dos lenguajes?

Pienso que en mi caso, el proceso creativo es inconsciente. Soy una persona dividida a nivel creativo. Cuando produzco una novela o una película uso diferentes partes de mi cerebro (risas). Hay un punto en común en ambas actividades: la creación de imágenes, literarias o cinematográficas. Tengo una imaginación muy visual. Cuando escribo novelas veo la escena, los personajes y los paisajes como si viera una película. En una novela construyo un mundo y exploro temáticas que sería incapaz de llevar al cine.

Cuando aparecen estas imágenes en su cabeza ¿Cómo decide si la historia será una novela o una película?

Normalmente no lo decido, es la historia la que lo hace. Hay historias que demandan el lenguaje cinematográfico para ser contadas, otras prefieren las palabras. Las películas demandan más esfuerzo colectivo, con la novela no sucede así. Según sea la historia, decido si debo trabajar sólo y hacer literatura, o con otras personas y hacer una cinta. Normalmente las imágenes en mi mente son más fuertes cuando decido hacer una película. Todo lo decide la historia.

Tanto en Almas grises como en El informe Brodeck y La nieta del señor Linh, la guerra no solo constituye el entorno, el contexto, sino que también es casi un protagonista de la historia. ¿Por qué esa preocupación por la guerra?

Es debido a que la guerra está en todas partes y en todo momento de nuestra evolución. Desde que existimos como especie, no ha habido un solo momento de paz global; siempre hay una guerra en algún lugar. La guerra es parte de lo que nos hace humanos y en mis novelas quiero explorar esa dimensión en un contexto de violencia: cómo mantener esa humanidad y sus valores durante una confrontación. En ese sentido mis novelas son como un microscopio para observar como la gente vive y ama durante una guerra.

 

¿Cómo se manifiesta el proceso creativo en su vida diaria? ¿Tiene usted una rutina o una disciplina?

No, yo intento escribir cuando me entran deseos de hacerlo. Antes de bajar a esta entrevista estaba en mi habitación escribiendo y me detuve cuando sonó el teléfono anunciando que ustedes estaban acá (risas). Al terminar esta cita subiré de nuevo a mi recámara a seguir escribiendo. Es así de simple. Escribo cuando quiero.

¿Le gusta el mundo de los festivales de literatura? ¿Le gusta viajar como escritor?

Me gusta encontrarme con los lectores. Para mí siempre es un placer estar con ellos. La escritura es un proceso extraño y solitario. Te encierras en una habitación y no sales hasta que el producto esté terminado. Luego te das cuenta que miles de personas leen tu libro y encuentras ese vínculo especial con ellos, que tu novela es importante para su vida. Es un shock. Es un estímulo para continuar escribiendo.

¿Cuál de sus novelas ha demandado de su parte un mayor esfuerzo o compromiso a nivel emocional?

Pienso que El informe Brodeck fue más demandante, aunque en realidad toda novela reclama un gran compromiso. Pero recuerdo que la creación de algunas escenas de El informe Brodeck me dejaron exhausto; como si hubiese corrido en una gran maratón. Creo que es porque invierto mucho de mis emociones y mi personalidad en las cosas que escribo. Es el precio que se paga por escribir una novela como esta. Sucede algo parecido al deporte: al terminar estás feliz por terminar y por llegar a la meta.

En una entrevista hace algunos meses usted afirmó que el cine y la escritura surgen de la necesidad de ir al encuentro con otros? ¿Cómo se ha manifestado en su obra esa necesidad y qué ha encontrado en ese viaje hacia el otro?

El cine y la literatura son herramientas para aproximarse al otro porque la vida es una experiencia muy extraña. ¿Hay una meta en la vida? Yo trato, día tras día, de reinventar mi existencia y para mí el sentido de la vida es el encuentro con el otro. Por eso en el cine y las novelas quiero mostrar cómo viven y piensan quienes están lejos de nosotros, en el tiempo y la distancia. Mis obras son reflexiones sobre la vida de los otros y espero que al terminar uno de mis libros la persona tenga una mejor comprensión del otro. El proceso creativo no es egocéntrico, se produce para conocer lo diferente, para comprenderlo. No escribes para ti mismo sino para otros.

En toda Europa, pero con especial intensidad en Francia, asistimos a un auge de la derecha, la islamofobia y el temor a lo otro. ¿Cómo puede la literatura negociar para recordarle a Francia los valores republicanos sobre los que está construida la sociedad?

El momento en que escribí mis novelas más reconocidas coincidió con el aumento de la xenofobia en Francia. Se responsabilizó a los extranjeros por la difícil situación económica por la que atravesaba el país. La nación se encerró en sí misma. Es el momento en que toma auge el Frente Nacional de Marine Le Pen y otros movimientos de derecha que reclaman un mayor control de la migración. Como reacción escribí El informe Brodeck y La nieta del señor Linh que son historias sobre extranjeros. Creo que la responsabilidad del artista es incorporar la polémica de la sociedad de su tiempo en su obra. No soy político o periodista, pero trato de usar la escritura para enviar un mensaje cifrado al lector, para que este entienda la complejidad de la situación actual de Francia y Europa. En ese sentido, la literatura es como un sismógrafo que le indica a la sociedad las ondas culturales y políticas que pueden sacudir los valores de la democracia.

¿Es usted optimista respecto a la condición humana en eso que los teóricos sociales llaman posmodernidad?  

Creo que en la profundidad de mi ser soy optimista. Mis novelas no lo son. Creo que la misión de un artista es despertar al lector, mostrarle vías de acción, convencerlo de que el cambio es posible. Esa es la responsabilidad del artista con la siguiente generación. Por eso mi obra es un instrumento muy simple para reflexionar sobre nuestra condición.

¿Está de acuerdo con que se haya comparado a Patrick Modiano con Proust a raíz de la última edición del Premio Nobel de literatura?

Me parece un sinsentido. A mí me gustan sus libros, es un buen escritor, pero no es un genio como Proust. Marcel Proust es como un Picasso, hay un antes y un después de su obra. Ambos abordan el tema de la memoria, el tiempo y el pasado. Pero no están al mismo nivel. Cuando me enteré de que se había hecho tal comparación me sorprendí bastante.

 

Finalmente ¿Qué le gusta de la literatura latinoamericana?

Desde muy joven, para mí ha sido muy importante la literatura producida en este continente. Nombres como García Márquez, Juan Carlos Onetti, Jorge Amado, Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares, Carlos Fuentes y Alejo Carpentier, siempre me han fascinado. Admiro su dimensión barroca, la fantasía que las obras de estos escritores llevan consigo. La literatura en la Francia del siglo XX es muy racional, cartesiana. Se ha perdido esa dimensión creativa y fantástica que tiene la literatura latinoamericana. Acá hay mayor libertad para crear e inventar historias complejas, con esa dimensión fantástica y sorprendente que no tenemos en Europa. La de ustedes es una literatura más joven y fresca.

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