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El segundo aire de Chávez

El presidente venezolano emergió triunfante de la crisis que lo tuvo al borde del abismo hasta mediados del año. Su nuevo reto será velar porque la rebatiña que deja el 'boom' petrolero no le divida su revolución por dentro.

Ewald Scharfenberg*
19 de diciembre de 2004

La noche del 3 de junio de 2004 parecía que a Hugo Chávez por fin le tocaba vivir su hora menguada. Jorge Rodríguez, miembro del directorio del Consejo Nacional Electoral (CNE), acababa de confirmar por cadena nacional de radio y televisión lo que ya se venía conociendo desde días antes mediante filtraciones a la prensa: contra viento y marea, las fuerzas de oposición consiguieron reunir el número de firmas requeridas por la novísima disposición constitucional para convocar a un referendo cuyo resultado, eventualmente, podía revocar el mandato del Presidente de la República.

Era mediados de 2004 y entonces daba lo mismo interpretar la convocatoria a un referendo revocatorio como un triunfo de la política y de las maneras institucionales que con paciencia de monje supieron patrocinar los organismos hemisféricos con César Gaviria a la cabeza, o como un revés del gobierno instigador de toda clase de obstáculos para impedir la celebración de la votación. La réplica del Presidente tenía que ser contundente o al menos eso esperaban sus miles de partidarios que se apresuraron a agolparse frente a las puertas del Palacio de Miraflores de Caracas para escuchar, antes de que el desánimo cundiera entre sus filas, una arenga balsámica del comandante. Por el contrario; Chávez prefirió atrincherarse en un set de televisión desde el que se dirigió al país, rodeado nada más que de libros y soledad, tratando de que sus palabras pasaran por las reflexiones de un estadista vestido de flux, como él quería que fueran, y no, como muchos opinaron, el consuelo para la derrota que la realidad propinaba a un iluminado. Esa noche no escasearon quienes pensaron que a Chávez el sol ya le daba sobre sus espaldas.

Seis meses después de su particular noche triste, Hugo Chávez aparece en la cúspide del poder. La parábola de su recuperación sólo puede resultar sorprendente para quienes no hayan seguido la carrera de este ex comandante de paracaidistas nacido bajo el signo de leo y que goza de siete vidas. No es la primera vez que logra convertir una catástrofe definitiva en una simple escaramuza de su campaña por la inmortalidad. Habrá que recordarlo, entonces, la madrugada del 13 de abril de 2002, en el epílogo de una seguidilla de malentendidos que más serían cosas del vodevil si no hubieran costado la vida a decenas de venezolanos, cuando volvía directo al despacho presidencial desde un breve confinamiento en la base de la Armada en la isla de La Orchila. Al filo de la navaja es donde a Chávez se le activa el instinto de supervivencia.

Sea una conexión intuitiva con el destino o con el inconsciente colectivo, la asesoría de Fidel Castro o mucha suerte: según el analista y su posición frente al proceso, tal será la explicación para esa capacidad privilegiada de regeneración. El propio Chávez, tan afecto a los paralelismos decimonónicos, se encargó en esta oportunidad de revestir la remontada con un brillo épico y llamó la jornada del 15 de agosto (fecha señalada por el CNE para el referendo que concluyó con el clamoroso triunfo del gobierno) la 'Batalla de Santa Inés', recordando la refriega de la Guerra Federal venezolana (1859-1864) en la que el caudillo insurgente Ezequiel Zamora atrajo al enemigo con astucia hasta el terreno más propicio para aplastar a las tropas regulares del gobierno central, muy cerca del sitio donde décadas después nacería el futuro líder de la revolución bolivariana.

Así mismo, después de tenerlo contra la pared y, sin embargo, algo tarde, la oposición venezolana se dio cuenta del formidable adversario que tenía enfrente. La lección de este revival histórico le costó cara, casi tanto como su propia desintegración. Víctima de sus propias contradicciones internas y, sobre todo, de una renuencia casi inercial a dejar las viejas prácticas de la política de cúpulas y cuotas, el establishment partidista que accedió, junto con un archipiélago de figuras emergentes de la autodenominada sociedad civil, a representar la oposición apostó todo a nada por el desalojo de Chávez del poder. En la medida de su creciente perplejidad fue quemando etapas de una especie de antiescalada de la rebelión, que la condujo desde soluciones más drásticas como el putsch de abril de 2002 a un paro de tres meses, tan estéril como extenuante, a fines del mismo año, y de allí a transitar una ruta que resultaría escabrosa hasta el referendo, con un par de multitudinarios procesos de recolección de firmas en falso.

La marcha forzada y un poco a ciegas le enajenó al liderazgo opositor el respaldo de su electorado natural, que a la luz de los resultados oficiales del referido del 15 de agosto abarca 40 por ciento de los votantes y sin duda va más allá de los linderos de la clase media. Los postreros alegatos de fraude en el procesamiento electrónico de los votos del referendo apenas tuvieron eco, y en ello no poca responsabilidad correspondía al descrédito que la dirigencia opositora acumuló ante su clientela. Así termina el año 2004: con el enemigo en desbandada y el gobierno a sus anchas.

No debe extrañar, entonces, que con lógica castrense la administración de Chávez y sus agentes políticos hayan decidido en esta oportunidad pasar a la ofensiva para reducir los focos que queden de la oposición. La operación de ajuste de cuentas y la construcción de un andamiaje que perpetúe su poder cuenta con puntas de lanza en los poderes judicial y legislativo. Buena parte de la disidencia está siendo objeto de investigaciones de la Fiscalía o de tribunales, y ya empiezan a quedar en prisión algunos representantes. Mientras tanto, los parlamentarios del oficialismo siguen apretando tuercas en la Asamblea Nacional al promover leyes, como las recién aprobadas de Responsabilidad Social de Radio y Televisión y de Reforma parcial del Código Penal, que buscan inhibir de manera velada, o castigar sin ambages, las expresiones de diferencia que más molestas le resultan al proyecto previsiblemente hegemónico de la revolución, sobre todo desde flancos de los medios privados de comunicación.

Sin contrapesos internos, con una bolsa repleta de petrodólares y una legitimidad renovada en la comunidad internacional, que luce apresurada por pasar la página de la crisis venezolana con sus extravagantes episodios, Chávez dispone de un escenario que quizás nunca se atrevió a vaticinar, ni en sus fantasías, para 2005: un remedo más voraz y tropical del "todo el poder para los sóviets" que Lenin enarboló. Un descampado del que a lo mejor haría bien en cuidarse. Empieza a cobrar fuerza entre observadores políticos la idea de que, desaparecida la tensión opositora que lo amalgamaba, el cortejo aluvional de partidos, logias militares y oportunistas que acompaña a Chávez pudiera estallar en mil pedazos. El mismísimo vicepresidente de la República, José Vicente Rangel, ha concedido en entrevistas de prensa que la próxima oposición pudiera provenir del gobierno. Con la consigna de la "revolución dentro de la revolución", facciones maximalistas del 'proceso' reclaman una terapia depurativa contra los lastres del burocratismo y la corruptela.

La eventualidad de un cisma oficialista habla de una percepción compartida: se transita una nueva fase de un gobierno que llegó para quedarse. Pero, la ruptura pudiera no obedecer ni a los reflejos autofágicos de toda aventura revolucionaria, ni a una disputa entre doctrinas. Los réditos del boom petrolero son demasiado cuantiosos, están demasiado a la mano y, para colmo, amenazan con ser temporales, como para evitar que las apetencias humanas del funcionariado y la nomenklatura se precipiten a tomar su control antes de que una caída de los precios internacionales del barril o las exigencias presupuestarias del Estado paralelo que Chávez instaló con sus misiones sociales den cuenta de ellos. De modo que tal vez en el arbitraje de esa rebatiña se encuentre el próximo desafío del que Hugo Chávez tendrá que arreglárselas para salir bien librado.

*Consultor y periodista venezolano, colaborador permanente de 'El Nacional' de Caracas, corresponasl de 'Reporteros sin fronteras' (RSF) en Venezuela