Home

Mundo

Artículo

La batalla de San Salvador

Con un baño de sangre la guerrilla intenta tomarse la capital salvadoreña.

18 de diciembre de 1989

Esa noche del sábado 11 de noviembre muchos habitantes de San Salvador presentían que algo malo a iba pasar. Después de 10 años de guerra civil, sabían que una calma chicha como la de esa semana no conducía a nada bueno. Y tenían razón. Muy pocos se percataron de la forma silenciosa como los guerrilleros del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional fueron tomando silenciosamente sus posiciones a bordo de camiones, buses y automóviles particulares. Por fin, a eso de las 8 de la noche, comenzó la pesadilla. Una lluvia ininterrumpida de disparos empezó en varios puntos de la ciudad, contra un total estimado de 50 objetivos militares, políticos y hasta simbólicos, como la residencia particular del presidente Alfredo Cristiani.
Los que pensaron que se trataría de una incursión urbana más, se equivocaron. Al amanecer del domingo millares de pobladores civiles se encontraron de manos a boca en el centro mismo de una batalla de grandes proporciones, en la que un insospechado contingente de 1.600 combatientes del FMLN se enfrentaban a sangre y fuego con los 5.000 efectivos que tiene el ejército salvadoreño en la capital. Los guerrilleros se habían atrincherado en los barrios de Zacamil, Mejicanos, Soyapango y otros de la periferia del norte de la ciudad. En el primero de ellos -comparable a Ciudad Kennedy en Bogotá- el FMLN se apoderó de los edificios multifamiliares, desde donde comenzó a hostilizar a las tropas regulares, mientras cientos de civiles buscaban refugio debajo de las camas, en los closets y en los sitios más recónditos de sus hogares, adonde, de todas maneras, llegaban los proyectiles, las bombas y los rockets a matarlos por docenas.
La lucha iniciada en San Salvador se extendió el domingo a los departamentos de San Miguel, Usulután y Santa Ana, mientras se conocía que también las fuerzas guerrilleras de Chalatenango, uno de los bastiones más experimentados del FMLN, habían abierto fuego desde la madrugada del domingo, seguidas por las fuerzas guerrilleras de Morazán, de gran importancia estratégica.
La reacción del ejército fue violenta pero tardía. Antes de que nadie se lo imaginara, los rebeldes habían conseguido el importante triunfo sicológico de tomar y mantener el control de sectores enteros habitados por gente de la clase trabajadora. Pronto hicieron su aparición en escena los helicópteros artillados y los aviones ligeros Push and pull y C-47, desde los cuales la Fuerza Aérea comenzó a bombardear indiscriminadamente los sitios dominados por los insurgentes.
Miles de personas atrapadas en la acción comenzaron a salir portando banderas blancas, pero en más de una ocasión se reportó que esos intentos de evacuación terminaron en un baño de sangre.
PARO TOTAL
Mientras el presidente Cristiani declaraba el estado de sitio en todo el país y el toque de queda en la mayor parte de las zonas urbanas, los hospitales de San Salvador comenzaban a dar muestras de su impotencia para recibir al número de heridos, que ya al final del domingo se cifraban en más de 400. En la tarde de ese mismo día se supo que los dirigentes socialdemócratas Guillermo Ungo y Héctor Oqueli, a quienes se vincula como el ala política del FMLN, se refugiaron en la embajada de Venezuela. También buscaron refugio en embajadas otras prominentes figuras públicas, como los líderes del Comité Permanente del Debate Nacional, el obispo luterano Medardo Gómez y el pastor bautista Edgar Palacio.
La mañana del lunes sorprendió a miles de capitalinos con el sistema de transporte público completamente paralizado. El paro total era la consecuencia de la advertencia hecha por el FMLN a los propietarios de buses y automóviles particulares de que cualquier vehículo que se viera transitando por las calles podría convertirse en un objetivo militar. Aun así, el lunes todavía era posible ver a unos cuantos miles de salvadoreños que trataban de llegar a sus trabajos, abordo de pick ups provistos por el gobierno, o a pie, agachando la cabeza cada vez que escuchaban disparos. Pero al llegar a las zonas menos afectadas por la violencia, el resultado era casi siempre el mismo. Tanto las fábricas como la mayoría de las oficinas y comercios habían cerrado sus puertas y sólo unos cuantos supermercados atendían casi a escondidas.
A esas alturas se volvió imposible para los periodistas y diplomáticos extranjeros determinar la extensión del control guerrillero y de los daños sufridos por la ciudad, pues el gobierno impuso un control absoluto sobre los medios de comunicación. Pero a los ojos de todo el mundo era evidente que la situación no estaba, ni con mucho, controlada. A lo largo de toda la semana los combates se mantuvieron con intensidad variable, pero con el control permanente de algunos sectores de la capital por parte de los rebeldes. No obstante, mientras los rebeldes sostenían a través de sus voceros que tenían el control de sectores de la ciudad, los militares afirmaban que en realidad tenían cercados a sus enemigos. El martes el gobierno impuso el toque de queda permanente en las comunidades de Mejicanos, Zacamil, Ayutuxtepeque, Ciudad Delgado, Soyapango y Santa Lucía, con lo que por lo menos 400 mil personas quedaron encerradas en sus hogares o desconectadas de los mismos.
El drama humano de los heridos que permanecían en medio de los escombros se acentuaba, mientras las fuerzas gubernamentales se negaban a aceptar los llamados de la Cruz Roja Internacional primero, y de la guerrilla después, para que se estableciera un cese del fuego para sacar a los heridos y a los muertos. El vicepresidente, Francisco Merino, hizo historia cuando declaró a la prensa internacional que un cese al fuego en esas condiciones "sería como ponerse de rodillas ante la guerrilla".
RAZONES DE FONDO
A medida que avanzaba la semana sin que se vieran indicios del final de la lucha, los observadores internacionales adelantaban sus hipótesis sobre la razón de fondo que habría movido al FMLN para desencadenar una ofensiva de proporciones sólo comparables a la que lanzó en 1981, cuando la guerra llevaba apenas algo más de un año.
Lo cierto es que el conflicto civil llegó desde hace algún tiempo a un estancamiento en el que ni los guerrilleros demostraban tener la capacidad bélica suficiente para derrocar al gobierno, ni el ejército la fuerza necesaria para borrar del mapa al FMLN.
Lo que nadie puede desconocer es que, desde los últimos meses del gobierno del democristiano Napoleón Duarte, los rebeldes habían hecho propuestas de diálogo que en un principio se dirigieron al aplazamiento de las elecciones, para permitir la incorporación del movimiento al proceso electoral como un partido más.
Esa propuesta fue rechazada, y las elecciones dieron como triunfador a Alfredo Cristiani, candidato del peor enemigo del FMLN, el derechista partido Alianza Revolucionaria Nacionalista (Arena) -el mismo del recordado Roberto D'Abouisson. Pero las oportunidades para el diálogo no se cerraron, pues a pesar de que la violencia continuaba, el gobierno y el FMLN entraron en el espíritu de la reunión de presidentes centroamericanos en Tela (Honduras) -celebrada a principios de agosto- y acordaron que se sentarían a negociar entre el 15 de septiembre en Ciudad de México. Pero lo único que se pudo acordar allí fue una nueva reunión en Costa Rica el 16 de octubre, y en San José las cosas tampoco salieron bien.
El FMLN se quejó entonces de que la comisión gubernamental no tenía poder de decisión y que su único mensaje era ofrecer al Frente "garantías para su incorporación a la vida civil", lo que en palabras de los voceros insurgentes equivaldría "a solicitarnos nuestra rendición". En esas conversaciones la guerrilla había ofrecido convertirse en partido político y reconocer a las Fuerzas Armadas si estas realizaban una "autodepuración" que incluyera a todos los integrantes de la promoción de 1966 del ejército, conocida como " La Tandona", entre quienes está el ministro de Defensa Humberto Larios, y los principales miembros del alto mando, a quienes se sindica de promover la guerra como medio de lucro personal.
Ante el rechazo de la posición guerrillera y el consiguiente fracaso de las conversaciones, las partes acordaron reunirse de nuevo en Venezuela los días 20 y 21 de noviembre. Pero era ya claro que esa tercera reunión tenía pocas probabilidades de llevarse a cabo.
Ese panorama pesimista partia de dos factores fundamentales: por una parte, por el recrudecimiento de los asesinatos, originado no sólo en la guerrilla, sino en el regreso a la actividad de los famosos escuadrones de la muerte, que habían ganado celebridad desde las sangrientas jornadas de 1980, cuya autoría se atribuye a D'Abouisson. Desde que asumio Cristiani, el asesinato de su ministro secretario, Antonio Rodríguez Porth -que según parece fue perpetrado por una célula del FMLN que actuó por su cuenta y riesgo-, se abrió una serie de atentados dinamiteros y de asesinatos políticos que acabaron de enrarecer el ambiente político. Pero si desde septiembre las organizaciones de derechos humanos observaron los asesinatos políticos con la marca de los escuadrones de la muerte, la bomba que estalló el 31 de octubre en la sede de la Federación Nacional de Sindicatos de Trabajadores Salvadoreños (Fenastras) acabó con las esperanzas de una salida negociada. El estallido dejó 11 muertos y decenas de heridos, pero sobre todo echó por tierra los esfuerzos de Alfredo Cristiani por presentar una imagen gubernamental independiente de los funestos antecedentes de su partido.

Pero, por otro lado, el mismo estancamiento de la guerra hacía difícil que las partes se volvieran a sentar a conversar cuando ninguna de las dos se sentía compelida por los hechos a hacer concesión alguna. Desde finales de septiembre, uno de los voceros del FMLN había indicado a SEMANA que el Frente estaba dispuesto a tratar de obtener un cambio significativo en las correlaciones de fuerza con los contingentes gubernamentales, así ello significara jugarse el todo por el todo. En esas condiciones, el momento más apropiado para lanzar una ofensiva capaz de producir ese efecto era cuando el nivel de aceptación del gobierno entre las masas bajara a sus límites, lo cual se presentó precisamente después del atentado contra Fenastras, que desencadenó la condena de los trabajadores sindicalizados contra el gobierno de Arena.
Otros analistas señalan que el FMLN tampoco estaba seguro de la utilidad de las conversaciones, en la medida en que había detectado ciertas fisuras en el seno del ejército- las que, entre otras cosas, motivaron su exigencia de purgas en el interior de la institución armada. La esperanza de los guerrilleros, sin ernbargo, no parece confirmada por los hechos.
En cualquier caso, el FMLN parece haber demostrado tener un poder de fuego que nadie se imaginaba realmente, y un nivel de apoyo entre la población civil que no puede dejar de considerarse. Si su objetivo era hacer una demostración de fuerza, lo ha conseguido. Pero, además, la tesis de que lo que quieren es tener una posición negociadora más fuerte parece confirmarse con el llamado hecho el martes 14 por la comandancia del FMLN para que la OEA auspicie un cese al fuego mediante una reunión en la que tendrían asiento todas las fuerzas sociales salvadoreñas.Para nadie es un misterio que en cualquier reunión posterior el Frente tendría mayor peso específico, salvo que se presentara una inesperada derrota aplastante en lo que ya se llama "La batalla de San Salvador".
CRIMEN MACABRO
Pero el asesinato de seis jesuitas, junto con su cocinera y su hija de 15 años, llegó en la madrugada del jueves a complicar aun más las cosas. Según los reportes, 40 uniformados fuertemente armados irrumpieron, en pleno toque de queda, en la residencia del rector de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas, el padre Ignacio Ellacuria, y lo asesinaron salvajemente, junto con los otros cinco jesuitas, la cocinera y su hija. La universidad jesuitica había sido señalada como aliada de los insurgentes y el padre Ellacuria, una prominente figura intelectual -inspirador del Partido Demócrata Cristiano-, había sobrevivido a varios atentados. Pero el hecho de que la radio oficial hubiera transmitido llamados a "vengarse" del clérigo por su supuesta alianza con la guerrilla, puso al gobierno de Cristiani en la difícil situación de negar la participación oficial en el crimen.
El efecto del múltiple asesinato podría cambiar el curso de la rebelión y de pronto llevar a la insurrección generalizada a la que llamara en el calor de la batalla el comandante Joaquín Villalobos a través de la clandestina Radio Venceremos. Este llamamiento, que se consideró un recurso táctico en su momento, podría salirse de las manos de sus propios autores, según algunos observadores.
Entre tanto, la cuestión salvadoreña se ventilaba en los foros interamericanos y se comenzaba a hablar de un hipotético plan que sería auspiciado por varios gobiernos para conformar una "junta de salvación nacional", que llevara a cabo la transición hacia la normalidad. Por su lado, la Casa Blanca acusó a los gobiernos de la URSS, Cuba y Nicaragua de abastecer de armas al FMLN. El secretario de Estado, James Baker, haciendo caso omiso de la proposición de cese al fuego presentada por Nicaragua en la OEA, acusó a Daniel Ortega de violar los acuerdos regionales con ese apoyo. Pero, en su declaración de mayor alcance, dijo que el gran lunar en las relaciones de su país con la Unión Soviética era que, mientras en Europa oriental el gigante ruso hacía gala del "nuevo pensamiento'', en otros conflictos regionales, como Afganistán, Camboya o El Salvador, seguía aplicando sus viejos métodos de apoyo a la subversión.
Todas esas consideraciones debían sonarle, sin embargo, demasiado lejanas a los miles de salvadoreños que se debatían al final de la semana en medio de la destrucción y la muerte. Como dijo un ama de casa: "Esto es un infierno, pero al mismo tiempo es nuestro hogar".