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LA RAMA DE OLIVO

Cambio fundamental de la situación del Medio Oriente tras el discurso de Arafat ante la ONU en Ginebra.

16 de enero de 1989

De una u otra forma, para bien o para mal, los días que corren quedarán consignados en la historia del convulsionado Medio Oriente. Luego de 40 años de odio y de sangre, de violaciones y humillaciones, de mentiras e incomprensiones, uno de los protagonistas del drama que viven Israel y Palestina, Yasser Arafat, pronunció en tonos claros, delante de una Asamblea General de la ONU que se había trasladado a Ginebra sólo para oírlo, un discurso sin precedentes que invita a Israel, su viejo enemigo, a buscar fórmulas de reconciliación.
Arafat ganó la delantera al declarar abiertamente su disponibilidad para negociar sin lanzar la carga de sus propios rencores y sin exigir reivindicaciones inaceptables. Durante 80 minutos, Arafat extendió la mano a Israel e invitó a sus dirigentes a comenzar conversaciones bajo la guía de la ONU. "Nuestro pueblo quiere la dignidad, la libertad y la paz para su Estado y para todos los Estados y las partes involucradas en el conflicto árabe-israelí", dijo.
Arafat se presentó a la tribuna de la ONU, no con un ramo de olivo en una mano y una pistola en la cintura, como en su primera intervención ante la ONU en Nueva York en 1974, sino solamente con el ramo de olivo simbolo de paz. "Pido una justicia posible, no una justicia absoluta", dijo.
Su posición era clara: finalmente, no había en ella ambiguedad en el rechazo al terrorismo ni en el llamado a la iniciación de negociaciones internacionales avaladas por el control de los territorios ocupados por Israel a cargo de una fuerza multilateral de la ONU. Arafat no se quedó allí. Imaginó las bases para el establecimiento de un vínculo confederal de su soñado Estado palestino con sus vecinos árabes, pidió el reconocimiento general de las resoluciones clave de las Naciones Unidas y la garantía de una paz duradera para todos los pueblos de la región. En el discurso, sin embargo, no mencionó la fórmula mágica de reconocer expresamente al Estado de Israel, pero en una sucesiva rueda de prensa aclaró que "el derecho de nuestro pueblo a la libertad y a la independencia implica el derecho de las partes en conflicto a existir en paz y seguridad, entre ellas el Estado palestino e Israel".
Desde ese día, los observadores internacionales comenzaron a calificar de incomprensible la actitud de Israel de negarse a hablar con la OLP. Arafat había cumplido a su modo las condiciones puestas por los Estados Unidos para aceptar a su organización como su interlocutor válido. Este último país en un primer momento había expresado a través de su embajador Vernon Walters que "estaban cansados de la falta de voluntad para lograr un compromiso adecuado" -con lo que, entre otras cosas, ya se ponía a las dos partes en igualdad de condiciones-, pero ante la declaración de Arafat, en una decisión histórica, anunció que iniciaria conversaciones, que comenzaron en la misma noche del 15 de diciembre en Túnez.
"Días históricos para el Medio Oriente", tituló la mayoría de los diarios europeos. Sin embargo, la decisión norteamericana, que llegó tan solo dos semanas después de que se le negara la visa a Arafat para hablar en Nueva York ante la Asamblea General, no logró penetrar la voluntad de los israelíes y sólo consiguió la inmediata protesta de sus líderes. "No creemos que tal paso sirva al progreso del proceso de paz en el Medio Oriente. Israel continuará en su política hacia la búsqueda de la paz mediante negociaciones directas con los palestinos y con Jordania", dijeron. El ministro de Relaciones Exteriores, Shimon Peres, quien era considerado el ala pacifista de la política israelí y y el más cercano a la negociación, se alineó con el "halcón", el primer ministro Yitzak Shamir, para rechazar la hipótesis de los tratos directos con la OLP. "Estamos por una solución negociada del conflicto palestino, pero no empezaremos el diálogo con quienes disparan". Una posición que no refleja el clima internacional que se vive. Justamente, gracias a la mediación sueca, el ping-pong entre los Estados Unidos y la OLP llevó a Washington a tomar distancia de su aliado y protegido Israel, y a la vez obligó a Arafat a su histórico paso de reconocer a Israel implicitamente a través de su aceptación de las resoluciones 242 y 338 de la ONU. De ese diálogo entre los EE.UU. y la OLP depende el proceso de paz, porque si las conversaciones progresan, cada vez le quedará más difícil a Israel mantenerse al margen indefinidamente.
Entre tanto, la semilla de la Intifada está demostrando ser más fecunda de lo que se pensaba. La Intifada, la revuelta de los jóvenes palestinos, ha servido más a su pueblo que cinco guerras santas de los países árabes, y es justamente la clave del éxito extraordinario del discurso de Arafat en Ginebra.