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Una nueva esperanza en Venezuela

Muchos ven a Lorenzo Mendoza, dueño de empresas Polar, como el ‘outsider’ capaz de motivar a un país postrado para derrotar a Maduro, mientras la oposición no halla una senda propia.

27 de enero de 2018

El jefe militar del chavismo, Diosdado Cabello, no solo confirmó el martes que va a adelantar para antes del 30 de abril las elecciones presidenciales. También ahondó el creciente aislamiento de su país y subrayó el carácter autocrático de su gobierno. “Si el mundo quiere aplicar sanciones, nosotros aplicaremos elecciones”, dijo desde el púlpito de la Asamblea Nacional Constituyente (ANC). Se refería, por un lado, a la decisión de la Unión Europea de sancionar a siete funcionarios del régimen. Y por el otro, al objetivo de que el dictador Nicolás Maduro sea el único candidato viable en esos comicios. “Tendremos un solo candidato para continuar la revolución, con un proyecto de patria”, concluyó Cabello.

En efecto, el jueves el Tribunal Supremo de Justicia (controlado desde hace años por el chavismo) anuló el partido Voluntad Popular, fundado por el opositor Leopoldo López, con lo que sacó del tablero político a la coalición opositora Mesa de la Unidad Democrática (MUD). Un día antes, el régimen Maduro había echado y declarado persona non grata al embajador de España en Caracas, lo que desencadenó la ruptura de las relaciones diplomáticas.

Ya Estados Unidos, el Grupo de Río y otros gobiernos habían rechazado la constituyente ilegal que convocó los comicios. También, habían anunciado que no reconocerán sus resultados. Fronteras adentro, la oposición comienza a organizarse, tarde y descoordinada, para hacer frente al reto que es visto como el día cero para abandonar la senda ‘bolivariana’ que tiene sumido al país en la miseria.

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Ese debería ser un objetivo fácil de alcanzar. Más del 75 por ciento de los venezolanos cree que la situación del país es pésima y más del 65 por ciento cree que Maduro debe salir de Miraflores, según la última encuesta de Venebarómetro. Y nada indica que la situación vaya a mejorar. El viernes el Fondo Monetario Internacional anunció que el PIB venezolano caerá este año un 15 por ciento y que la inflación va a rondar el 13.000 por ciento. A su vez, Caracas no podrá beneficiarse con la subida de los precios del petróleo, pues debido a la corrupción y a la falta de mantenimiento sus refinerías son incapaces de producir más de 1,7 millones de barriles diarios (los números más bajos desde 1989). Toda una paradoja en el país con las mayores reservas de crudo del mundo.

Pero en la realidad paralela del chavismo no existen ni la sensatez económica y la prudencia política. Después de todo, los números rojos acompañan a Maduro desde hace más de dos años, siempre por encima de 60 puntos en negativo. Pero él sigue mandando, controlando cada vez más instituciones, imponiendo su agenda y sus formas y se encamina a terminar su periodo presidencial, algo que muchos no creían posible. Sin embargo, siempre puede apelar al control social a través de las estructuras de dominación implantadas por medio del ‘carnet de la patria’ y los comités que dan acceso a alimentos subsidiados y medicinas a cambio de fidelidad.

Entonces el foco está en la oposición, en las tareas precisas para intentar derrotar a un sistema dictatorial que controla los mecanismos de elección. Para ello, esta debe definir una ruta conjunta, unitaria, que la lleve a tener un candidato, un instrumento electoral, una propuesta país y un discurso definido, con el menor ruido posible. Pero el reloj se les vino encima y hasta ahora ninguno emociona.

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La discusión se concentra en el método, y en cómo ir a una guillotina electoral sin observación electoral, autoridades independientes y otras condiciones que garanticen un mínimo de competitividad. Pero no en los nombres porque los más fuertes están impedidos de participar. Leopoldo López y Henrique Capriles, los mejor valorados por la oposición según Venebarómetro, están preso e inhabilitado, respectivamente.

Entonces surge una figura que se ha convertido en la más mentada: Lorenzo Mendoza. El empresario y dueño de Polar, la mayor industria de bebidas y alimentos del país, es aclamado para que “rescate a Venezuela”. En redes sociales y en las calles solo se habla de él, que se ha convertido en un ejemplo de éxito en un país donde los fracasos son muchos y la emigración es masiva. Según un estudio de Consultores 21, una de tres familias venezolanas tiene aunque sea un integrante por fuera del país.

Mendoza aparece en encuestas con buenos números. Según Datincorp, para el 40 por ciento de los venezolanos él es la opción que más confianza genera, mientras que solo un 19 por ciento se decanta por Maduro. A su vez, varios movimientos sociales y políticos lo reclaman. Henri Falcón y Andrés Velásquez han dicho que están dispuestos a deponer aspiraciones si el empresario se lanza. Otros partidos los secundan. La pregunta es si le tocarán la puerta para rogarle que asuma la bandera de emocionar a un país postrado y derrotar a Maduro. Y, luego, si la enarbolará.

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La esperanza es motivar el descontento –incluso el que los señala a ellos por no haber podido con Maduro en dos años– y ofrecer soluciones, pues ya no basta solamente con la población naturalmente opositora. En los últimos dos años la emigración le ha quitado votantes. Al menos 4 millones de personas se han ido –de un registro electoral de 19 millones–, según estimaciones de la Universidad Simón Bolívar, y afuera no se les permitirá votar, pues solo están registrados para hacerlo 111.000 personas. El CNE no dejará que ese número aumente.

La presión para que se postule es enorme y algunos analistas piensan que, de no presentarse, pasaría a la historia como “el hombre que no quiso ser presidente”. Sin embargo, ni aunque más del 50 por ciento de los venezolanos lo escoja se puede dar por descontado que Maduro abandonará Miraflores. Pues ninguna dictadura se somete a los votos si no está segura de tener cómo imponerse. La incertidumbre es la regla en Venezuela y las próximas elecciones no son la excepción.