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El presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, ha logrado el control absoluto de la Asamblea Nacional con la destitución de los diputados opositores. | Foto: A.F.P.

NICARAGUA

Daniel Ortega: De guerrillero a dictador

El presidente de Nicaragua no solo se está haciendo con todas las instancias del poder para perpetuarse en la presidencia, sino que está creando una dinastía familiar.

6 de agosto de 2016

El país centroamericano que se desangró por años de lucha contra la dictadura interminable de la familia Somoza está reviviendo los excesos de ese régimen corrupto y nepotista. Pero, en una ironía del destino, en esta ocasión el responsable del regreso del caudillismo es uno de líderes del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) que lo derrotó en 1979. Daniel Ortega, que ya ha sido tres veces presidente de Nicaragua, ahora busca consolidar su propia dinastía familiar en el poder. Tras reformar la Constitución para hacerse reelegir indefinidamente y postularse a un cuarto mandato presidencial, esta semana le quitó a la oposición sus escaños en la Asamblea Nacional y escogió a su propia esposa como fórmula vicepresidencial.

La decisión del Consejo Supremo Electoral (CSE) de destituir a los 28 diputados del opositor Partido Liberal Independiente (PLI) es la continuación de un proceso que comenzó el 8 de junio, cuando la Corte Suprema despojó a Eduardo Montealegre de la representación legal de ese partido. Como reemplazo, el tribunal nombró a Pedro Reyes, un político prácticamente desconocido para la opinión y sin experiencia en cargos públicos, que exigió en vano la obediencia de los parlamentarios del PLI. Estos, sin embargo, lo vieron como un caballo de Troya del orteguismo y se negaron a seguir sus directivas. Tras un rifirrafe de casi dos meses, el tribunal aceptó la solicitud de Reyes de quitar a sus copartidarios de sus curules, con lo que acabó de facto con la democracia en el país de Rubén Darío.

Se trata del último golpe de la ofensiva que adelanta el orteguismo contra sus enemigos políticos. Ya en junio la Corte Constitucional había anulado la candidatura de Luis Callejas por la Coalición Nacional por la Democracia (la CND, encabezada por el PLI), para las elecciones generales del 6 de noviembre, lo que dejó a la oposición sin candidato a la Presidencia. Como dijo a SEMANA Pedro Joaquín Chamorro Barrios, uno de los diputados destituidos e hijo de la expresidenta Violeta Chamorro, “no hay opción para los verdaderos opositores. Están Ortega y cuatro partidos que no son realmente opositores, por tanto, votar por ellos sería participar de la farsa electoral. Hemos sido excluidos de forma arbitraria, al mejor estilo de cualquier dictadura latinoamericana”.

Con el camino despejado, Ortega anunció con bombos y platillos su tercera candidatura consecutiva a la Presidencia. Pero esta vez con su propia esposa, Rosario Murillo, como fórmula vicepresidencial. La postulación de la excéntrica primera dama –que ya tiene una enorme influencia en el gobierno de su esposo (ver recuadro)– puede parecer inusual, pero en realidad no es más que un ejemplo visible del nepotismo que ha marcado a los tres gobiernos Ortega. De hecho, sus hijos ostentan un poder desmedido y hoy hacen parte de la oligarquía de uno de los países más pobres del continente.

Rafael Ortega, el mayor de sus siete vástagos, controla la Distribuidora Nicaragüense de Petróleo, la entidad encargada de administrar el lucrativo negocio de distribución de petróleo que el país le compra a precios rebajados a Venezuela, a través del programa Petrocaribe. Otro hijo, Laureano Ortega, conocido por sus trajes finos y sus relojes de marca, maneja ProNicaragua, la agencia que contactó a Wang Jin, el empresario chino que ha dicho que va a construir un canal interoceánico para hacerle competencia al de Panamá. Otros, Manuel, Daniel Edmundo y Carlos Enrique, son los amos y señores de tres canales privados de televisión y controlan el 6, que es público.

Aunque el evidente nepotismo y la corrupción del gobierno de Ortega han despertado el rechazo de la oposición y de algunos sectores de la sociedad nicaragüense, no existe una presión popular contra el régimen. “La mayoría de la gente tiene otras preocupaciones. Vive en el día a día, en la supervivencia económica”, dice Carlos Fernando Chamorro, editor de la revista Confidencial, “y también el gobierno orteguista tiene su apoyo popular, eso no se puede desconocer”. De hecho, a principios de este año una encuesta de Cedatos calificaba a Ortega como el presidente con mayor aprobación de América Latina con el 75 por ciento. La ausencia de maras y de mafias del narcotráfico, que son omnipresentes en Guatemala, El Salvador y Honduras, explica esos altos niveles de popularidad.

Se veía venir

Para Carlos Fernando Chamorro, el golpe parlamentario “no es una sorpresa. Es el resultado de un proceso acumulado de concentración de poder”. Precisamente, desde antes de volver a la Presidencia en 2006, el FSLN ya estaba poniendo sus fichas en puestos clave de las entidades estatales. En particular, tras el pacto con el que Ortega y el entones presidente Arnoldo Alemán se repartieron el control del CSE en 1999.

Sin embargo, el orteguismo solo se afianzó en el poder una década más tarde. Tras tres intentos fallidos, volvió a la Presidencia en 2006 en unas elecciones en las que observadores nacionales denunciaron fraude a favor del FSLN en al menos 40 de los 153 municipios. En 2011 Ortega volvió a lanzarse, después de modificar la Constitución para permitir la reelección indefinida. Entonces una delegación de observación de la Unión Europea en Nicaragua calificó las elecciones de “opacas y no verificables”.

Ahora, anticipándose a los escándalos por fraude electoral, Ortega declaró que no permitiría la veeduría electoral para los comicios de este año. “Aquí se acabó la observación, que vayan a ver cómo ponen orden en sus propios países”, sentenció con cinismo a principios de junio. El próximo 6 de noviembre, muchos nicaragüenses asistirán a las urnas. Pero lo cierto es que la dirigencia de su país ya está decidida de antemano.

La ‘poeta’ detrás del trono

La primera dama de Nicaragua es una mujer polémica y autoritaria, con un gran poder sobre su marido y también sobre el resto del gobierno.

El mundo supo quién era Rosario Murillo, la esposa de Daniel Ortega, en 1998. Aunque la pareja se conoció a finales de los setenta, solo ese año ella comenzó a jugar un papel central en su vida política. De hecho, fue quien salvó su carrera al defenderlo cuando Zoilamérica Narváez, su hija de un matrimonio anterior, acusó al exguerrillero de haberla violado durante años. “Me ha avergonzado terriblemente que a una persona con un currículo intachable se le pretendiera destruir”, afirmó en su momento, y atribuyó las acusaciones a un supuesto “enamoramiento enfermizo con el poder” de su propia hija. Desde entonces, su influencia sobre el exguerrillero no ha hecho más que crecer y, desde que este fue reelegido en 2006, ella se ha convertido en el verdadero poder detrás del trono. Y en efecto, en la última década Murillo, quien presume de poeta, ha participado en la redacción de varias leyes, en el rediseño del escudo nacional y en la concepción de varios monumentos públicos. En todas esas intervenciones, la primera dama ha puesto su toque personal, cuyos ingredientes son los colores vivos de la filosofía de new age, algo de la mística del cristianismo, y una pizca de socialismo. “En la Presidencia, la Rosario es 50 por ciento y Daniel, 50 por ciento”, dijo el propio Ortega en una conferencia pública.