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NO LLORES POR MI, ARGENTINA

La democracia argentina se juega entre un populista desatado y un administrador de bajo perfil que carga con el saldo rojo del gobierno de Alfonsin.

29 de mayo de 1989

Cuando el 14 de mayo unos 16 millones de argentinos concurran a las urnas para elegir presidente y legisladores, nadie sentirá tener en sus manos la clave de una posible solución a la dramática encrucijada que aplasta al país. Presentándose como meros administradores de la crisis, los candidatos con posibilidades -el peronista Carlos Saúl Menem y el radical Eduardo Angeloz sólo pueden aspirar a que una mayoría de los votantes lo considere el menos malo. En medio de una hiperinflación desbocada, que llevó el dólar de 15 a más de 100 australes (casi un 600%) en lo que va del año, el caos financiero, la miseria socioeconómica y la parálisis productiva y comercial han relegado la consulta electoral a un segundo plano, casi irrisorio, frente a la ausencia de propuestas alternativas viables y la precaria credibilidad de los candidatos.

A dos semanas de los comicios las tasas de interés se dispararon hasta un catastrófico 140% mensual. Muchas tiendas optaron por cerrar ante la incertidumbre acerca de los precios que debian aplicar a las mercaderías para alcanzar los necesarios valores de reposición. Los mayoristas comenzaron a vender partidas de artículos de consumo popular a los minoristas que no podían cesar su actividad comercial contra cheques en blanco, a fin de aplicarles precios actualizados a posteriori y eludir asi las consecuencias de la vertiginosa especulación financiera. Inversores residentes o con fondos en los Estados Unidos (en su mayoria nacidos en la Argentina) cambiaban dólares en el mercado monetario de Buenos Aires para duplicarlos en pocas semanas, reconvirtiendo luego el capital y los intereses de australes a dólares nuevamente, para llevárselos enseguida del país. Si algo merece llamarse caos es la Argentina preelectoral de 1989.

No puede entonces sorprender que el discurso de los candidatos, en los que pocos confían tras décadas de fracasos de sus partidos (en el poder y en la oposición) y que por otra parte no plantean nada nuevo, se ahogara en un océano de escepticismo sobre el telón de fondo de una superficial campaña de denuestros recíprocos.

Todos, hasta el oficialista candidato radical, denunciaron la ineficiencia del actual gobierno y prometieron soluciones paliativas. Menem (a la cabeza de las encuestas) reiteró su objetivo básico: la "revolución productiva para consolidar una democracia plena de justicia social". Sus banderas son "la cultura del trabajo, la unidad nacional, la redistribución progresiva del ingreso, la integracion latinoamericana y la reforma del Estado". La plataforma del Partido Justicialista (peronista) proclama "una democracia transformadora con sentido social". Dice con razón, pero sin convicción, que "las reformas socioeconómicas que remuevan las estructuras del atraso, la marginalidad y la injusticia no son un riesgo para la consolidación de las instituciones, sino todo lo contrario: su condición indispensable". Nadie sabe cómo se lograrán tantas maravillas con un peronismo desprestigiado, copado por la derecha politica, económica y sindical, y como si no bastara, debilitado por hondas divisiones internas, que lo fisuran desde la cúpula a la base.

El proyecto peronista, aparentemente funcional en el plano político, resulta inviable en el económico. La burguesía nacional que expresa (junto a los sectores populares aliados) no tiene fuerza económica alguna para imponerse sin incorporar al sector monopólico financiero y ponerlo en la conducción del poder, lo que desvirtúa todo el discurso. El mercado mundial y la conocida lápida de la deuda externa (pese a la moratoria de cinco años que se propone gestionar) tampoco le son propicios, ya que las únicas vinculaciones internacionales eficaces las detenta ese reducido grupo oligárquico ligado a las transnacionales, enemigo de todo proyecto de autonomización. Completa el cuadro un aparato productivo ya obsoleto, incapaz de competir, y una sociedad desesperanzada, harta de promesas y desengaños.

El radical Eduardo Angeloz, por su parte, se presenta como el administrador ideal y agita la panacea de la privatización masiva y las esquivas inversiones extranjeras, pero parece el dueño de una pequeña tienda de abarrotes (que atiende personalmente tras el mostrador) antes que el banquero o el capitán de industria capaz de sacar al país del pozo. Desnacionalizaciones, desmantelamiento de los servicios públicos de beneficio social, reducción al minimo de los salarios reales, despidos masivos, pago puntual de la deuda, la cruel ley del mercado capitalista en estado silvestre, todo a la espera de una "modernización" mágicamente proclamada bajo el ala del Fondo Monetario Internacional y sus fatidicas recetas.

La del radicalismo parece una propuesta más "realista" en relación con el marco que ofrece hoy el mercado mundial, pero su "modernización salvaje" se revela inviable en el plano politico. Choca de lleno no sólo con las necesidades inmediatas de la gente común, sino también contra la poderosa estructura sindical y la tradición del pacto social corporativo entre los diversos sectores de la vida nacional para dirimir los conflictos de intereses. El disciplinamiento dócil de las masas a un drástico plan de austeridad y superexplotación -pese a todo el escarmiento representado para el pueblo por las dictaduras militares del pasado y al temor por las que amenazan desde el futuro--, sigue siendo impensable en un pais de desarrollo tan articulado como la Argentina, aun en las condiciones de ya agudo castigo a los niveles de vida generales que ha impuesto la crisis en curso. El fracaso del proyecto radical está prefigurado en su imposibilidad de apoyatura social, que lo obliga a mantenerse sobre flancos necesariamente autoritarios (por fuerza de los imperativos económicos) y recurrir a corto o mediano plazo) a prácticas mucho más próximas a la coerción que al consenso.

El conservador Alvaro Arsogaray (de la Unión del Centro Democrático y ferviente defensor de la dictadura militar imperante en el lapso 1976-1983) no es más que una versión ortodoxa de Angeloz, asentada en los sectores socioeconómicos más privilegiados y francamente minoritarios, sin concesiones a la demagogia democratoide de los demás candidatos.

Por último, la propuesta alternativa de la Izquierda Unida (el Partido Comunista junto a los trotzkistas del Movimiento al Socialismo), al carecer de peso real en la opinión pública y de una política para lograrlo, naufraga en el ámbito de las abstracciones. Es la propuesta de la utopía, de lo justo pero imposible, del abismo entre las palabras y las realidades, entre las convocatorias a la lucha y la participación popular concreta.

Se dibuja así el panorama del "consenso negativo" (plebiscitario acerca de lo que no se quiere en determinados terrenos -los menos decisivos para el statu quo antes que sobre lo que en realidad se postula).
El marco es, para peor, una "demoracia" bajo tutela militar, en situación de golpe de estado crónico, y sobre la que pende la espada de Damocles de nuevos autoritarismos, ya sea con fachada civil (son tan notorias las vinculaciones de Menem como las de Angeloz con jefes castrenses ultrarreaccionarios) o sin ella.

Segun la más reciente encuesta del Centro de Estudios de la Opinión Publica, con base en el electorado de la capital argentina y del gran Buenos Aires (el área urbana que la rodea), a veinte días de los comicios Menem reunia el 33.8% de las preferencias, Angeloz el 26.4, Alsogaray el 8.1, el voto en blanco y las abstenciones el 3.1, la Izquierda Unida (que lleva como candidato a Néstor Vicente, de origen socialcristiano) el 1.4% y el socialdemócrata Guillermo Esteves Boero (de la anacrónica Unidad Socialista) un 0.8%o, pero la cifra clave parecía ser la del 26.4% de indecisos, que pueden definir la elección a último momento. El área metropolitana cubierta por la encuesta abarca cerca de un tercio del electorado pero no es completamente representativa del mapa comicial en escala nacional porque el peronismo es más fuerte en las provincias, que por añadidura eligen proporcionalmente más electores de presidente y vicepresidente (ver recuadro) en relación con el número de habitantes.

Ninguna danza de porcentajes puede sin embargo ocultar la profunda desazón que reina en el ánimo de los argentinos, un pueblo que por lo demás nunca descolló por ser espontáneamente alegre u optimista. Es como si hoy tanto tango tristón y pendenciero (hijo tal vez de la masiva y nostálgica inmigración europea de fines del siglo pasado y comienzos del actual), encontrara finalmente su plena justificación en la realidad de todos los días. El humor reflejado por los cartonistas de los periódicos suele ser profundamente revelador. Uno de ellos mostraba, días pasados, a una adivina frente a su globo de cristal diciéndole a un cliente menesteroso: "Dada la situación del país hoy solo puedo predecir el pasado". En otro, un jubilado le extiende un "mate" a un amigo mientras exclama: " Ya estamos en mayo" ¡Qué nostalgia de abril!" -

¿OTRA EVITA?
Sí las encuestas no engañan, Evita hay una sola: Zulema Yoma de Menem, bordeando todavía juveniles 50 años de vida, será la primera dama de los argentinos. Como bien lo supo Isabelita Martínez, las esposas de los líderes peronistas deben luchar titánicamente con el recuerda de la guía historica del movimiento, la irrepetible María Eva Duarte de Perón, cuyo apasionado arrastre popular le dio luz propia junto al indiscutido conductor, el general Juan Domingo Perón. Por eso ante la prensa Zulema se defiende con frases conjeturales, que más parecen una expresión de deseos que una posibilidad real: "Evita se fue jovencita y dejó muchas cosas importantes por hacer. A lo mejor y puedo continuarlas". En efecto, la jefa de los Descamísados tenía poco más de 30 años cuando la devoró el cáncer, en 1953.

Pero ya era leyenda, y su mítica sentencia (extraída, al parecer, de la obra Espartaco, del norteamericano Howard Fast) sigue siendo atesorada por muchos corazones populares: "Volvere y seré millones". Era otra argentina. Rica, pujante, llena de proyectos.
Más modesta, Zulema dice:"Me preocupo por el problema de los humildes. Pero no lo hago a nivel de partido. Yo no les entrego nada a intendentes, ni a unidades básicas peronistas, ni a comisiones vecinales. Voy yo, directamente, casa por casa, persona a persona, para entregar lo que tengo que dar".

Desafiando acendradas tradiciones y una Constitución obsoleta (que exige que el presidente argentino sea católico, apostóico, romano), Zulema se declara abiertamente musulmana "Yo nunca me convertiría, porque me crié en un ambiente musulmán, vengo con otra crianza y no puedo hacerme católica: no puedo cambiar", enfatiza Zulema.

Y para que la vayan conociendo, advierte: "Respaldo a Menem pero quiero que sepa la gente que no estoy sólo para figurar. Yo voy a actuar".
Su estilo, de mujer de lucha y sin rodeos, busca consustanciarse con la idiosincrasia peronista, surgida de abajo, de las capas sociales postergadas: " Yo trabajo. Y si me mandas a pelear por la justicia, voy. Aunque tenga que tirar una pared abajo. Yo no ando con vueltas. Soy una mujer de pocas pulgas. Zulema no se fabrica, se nace".

LA FORMULA DE LAS ELECCIONES
Según la Constitución (de 1853) los argentinos eligen al poder ejecutivo por delegación. Cada partido o alianza presenta su lista de electores a los comicios con los nombres de su fórmula, pudiendo coincidir dos o más en la misma fórmula (lo que esta vez ocurre con algunos partidos provinciales que apoyan a Angeloz o a Alsogaray, o que prometen respaldar a Menem). Se eligen 600 electores en la capital, las 22 provincias y el territorio de Tierra del Fuego, que se reúnen el mismo día en los 24 colegios electorales por distrito al menos cuatro meses antes de la asunción del mando (10 de diciembre del 89), o sea antes del 10 de agosto, en una única ronda de votaciones, primero para presidente y después para vicepresidente.

Los electores votan libremente en los colegios electorales y no están obligados a hacerlo por los candidatos de su boleta, sino que pueden apoyar a otros, eventualidad muy improbable, salvo que la respectiva agrupación decida apoyar a candidatos con más posibilidades. Cualquier ciudadano puede ser votado en los colegios electorales, aunque no sea candidato, pero se estima casi imposible que ello ocurra dadas las tradiciones políticas del país. Los que obtengan 301 o más votos (más de la mitad) serán proclamados presidente y vicepresidente.
Pero la cifra de electores por distrito que fija la Constitución (igual al duplo de los senadores y diputados que representan a cada distrito en el Congreso) no es exactamente proporcional a la cantidad de sufragios correspondientes a los respectivos padrones distritales. Ello se debe al espíritu federalista con que fue concebida la Constitución de 1853, que otorga un número fijo de dos senadores a cada distrito (sin que importe el número de su población) y un mínimo de cinco diputados a cada provincia (también independiente de su población).

Así, la densa provincia de Buenos Aires (con 70 diputados y 2 senadores) elige 144 electores, y la despoblada provincia patagónica de Santa Cruz (con 5 diputados y 2 senadores) elige 14 electores, correspondiendo al distrito bonaerense un elector por cada 50 mil votos y al santacruceño un elector por cada 5 mil. De ese modo es dable que candidatos con menos del 50% de los votos populares reunan más de la mitad de los electores. También es posible que una coalición entre partidos minoritarios prevalezca sobre la mayoria relativa en los colegios electorales. De ahí que los estrategas afilen sus lápices, ante la perspectiva de que los candidatos con más votos no tengan más electores, ya que no bastará ganar los distritos con mayor población sino también los que, sin tantos sufragios, eligen un relativamente elevado numero de electores. Si no se logra la mayoría absoluta en la unica ronda de votaciones de los colegios electorales, la Asamblea Legislativa (254 diputados y 46 senadores) elegirá entre los dos pares de candidatos más votados, lo que no se dio nunca. La Constitución no establece si se trata de la Asamblea Legislativa saliente o la entrante (o sea la electa el mismo 14 de mayo próximo) pero se tiende a dar por sentado (sin jurisprudencia al respecto) que es la saliente, aunque no parece la solucion más democrática debido a que puede expresar una voluntad popular desactualizada. Segun la composición del Congreso surgido de las ultimas elecciones de 1987, una eventual Asamblea Legislativa daría al peronismo 128 votos, al radicalismo 130, a los partidos provinciales y las fuerzas conservadoras 34 y a la centroizquierda 8. Sin mayoría absoluta en los colegios electorales, la definición en la Asamblea Legislativa saliente podria generar intensas convulsiones políticas y hasta desleGitimar ante la opinión pública a la fórmula finalmente electa, por no responder a la votación efectiva de los ciudadanos. Un fenómeno similar resultaría de una mayoría formada por una coalición de minorías en los colegios electorales. La Constitución de 1853 -cuando además no regia el voto universal y secreto sino que sufragaba una minoría de la poblacinno parece adecuada a la Argentina de 1989. -