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VIAJE AL INTERIOR DE LA EMIGRACION SOCIETICA

Voceros de los exiliados de la Revolución Rusa de 1917 hablan en exclusiva con SEMANA en París.

18 de abril de 1983

Razonablemente, nadie puede esperar encontrar partidarios enconados del régimen comunista entre los emigrados soviéticos. Pero el anticomunismo que se profesa no encaja siempre con las caricaturas que hacen de cada "disidente" un defensor incondicional de los regímenes totalitarios occidentales.
La emigración política soviética es, de hecho, la más vieja del presente siglo. Resultante de la guerra civil de 1917, la primera ola se compuso, esencialmente, de los restos del "ejército blanco" que, en barcos militares, dejó a Crimea para establecerse tras un breve lapso en las islas Gallipolia y Lemnos en los países balcánicos (Yugoslavia, Bulgaria...), Europa (Alemania, Bélgica, Francia...), y Norteamérica.
Otro importante grupo, procedente de Siberia, se instaló en Oriente (China en particular) mientras que los intelectuales se concentraron en Praga, Berlín y París. En definitiva, este movimiento migratorio tocó, según las fuentes, entre 1,6 y 2,3 millones de personas.
En el exilio, las comunidades soviéticas iniciaron una vida autónoma, casi independiente de la de los países anfitriones. Surgieron las escuelas, las iglesias, los grupos folklóricos, los periódicos rusos, al tiempo que los antiguos militares muchos aún organizados se convertían en obreros, mineros o choferes de taxi.
Paralelamente a las actividades militares, pro monarquistas, representadas, por ejemplo, por los grupos del general Kutuepoff, nació en Bulgaria, hacia 1930, el grupo "Unión Popular de Trabajo" (solidaristas rusos), NTS, formado exclusivamente por jóvenes.
SEMANA pudo recoger el testimonio de uno de sus fundadores, Arcady Stolypine, hijo de quien fue jefe del consejo soviético de 1905 hasta su asesinato en 1911.
Alto, de 76 años, Stolypine reconoce que bajo el imperio existían razones evidentes de rebelión. "Los siervos habían sido liberados en 1861 -un siglo demasiado tarde- pero no tenían derecho a salir de sus comunas y tampoco poseían tierras donde trabajar". Rusia contaba, además, con una clase media reducida y sus intelectuales oscilaban entre los extremos ideológicos. "Llegando al poder, mi padre hizo muchas reformas pero no pudo disponer de los veinte años que necesitaba, según había declarado a una periodista, para transformar el imperio". En realidad, nos comenta Stolypine, "la revolución hubiera podido ser evitada si mi padre no se hubiera encontrado entre una extrema derecha, que no aceptaba ningún cambio, y una extrema izquierda totalmente fanática".
Parte de estas reflexiones ya estaban presentes en los años treinta entre los fundadores de la NTS quienes, después de haber rechazado el terrorismo como único medio de acción contra Stalin, trataron de establecer un ideario político en torno a tres interrogantes: por qué se llegó a la revolución, por qué se perdió la guerra civil y qué hacer en adelante.
"Nosotros tratábamos de crear una nueva doctrina política, sin renegar los ideales de nuestros padres, buscábamos formular un proyecto positivo contra el totalitarismo staliniano", dijo Stolypine antes de agregar: "contrariamente a lo que preconizaban los militares, nosotros decidimos que ya no se podía luchar únicamente contra sino a favor de".
Para llevar a cabo este objetivo, los iniciadores del movimiento de oposición más importante, en este momento, optaron por dos métodos: leer escrupulosamente la prensa y las publicaciones soviéticas (los miembros del "ejército blanco" consideraban que leer un periódico comunista era un deshonor) y, a partir de 1937, enviar emisarios clandestinos a la URSS, "no para hacer atentados", sostuvo Stolypine, "sino para saber lo que ocurría realmente".
Muchos perecieron. Algunos, sin embargo, lograron penetrar y recoger informaciones, poco halagueñas, sobre el socialismo staliniano.
"Sobre esas bases" -nos declaró Michel Slavinsky, autor de seis libros sobre la emigración y responsable en Francia de las ediciones Possev, de la NTS- "la organización decidió trabajar exclusivamente en dirección de la Unión Soviética. Nuestro primer objetivo era, agregó, dar a conocer la existencia, en el extranjero, de un centro organizado de oposición a Stalin " Para efectuar su propaganda, la NTS utilizó, además, una emisora artesanal y globos enormes equipados con esclusas que les permitían liberar lentamente, su cargamento hasta cien kilos de octavillas sobre el suelo soviético. Estos medios fueron financiados, se nos dijo, por toda la emigración y, en especial, gracias a los cigarrillos, el café y el azúcar enviados durante los primeros años de la guerra por los emigrados instalados en América Latina.
CONTACTOS CON HITLER
Hacia 1938, cuando pocos imaginaban que Hitler cumpliría sus promesas, gran parte de la emigración soviética vio en el un aliado privilegiado para "liberar el país".
"No sólo en el extranjero", precisó Slavinsky. "En URSS, fracciones enteras del ejército pasaron del lado alemán. Basta recordar que durante la batalla de Kiev, los alemanes tomaron 600 mil prisioneros".
Arcady Stolypine nos confirmó, por su lado, que en el mismo año, la "Unión Popular de Trabajo" había tratado de establecer contactos con el alto mando alemán para negociar con él, en caso de invasión, el establecimiento de un gobierno nacionalista. Los alemanes no sólo no aceptaron sino que, según nuestros interlocutores, cometieron un error colosal.
Hitler abrió, en efecto, varios campos de concentración para los prisioneros soviéticos, de los cuales varias centenas de miles perecieron y trató de tal manera a la población que exacerbó, sostienen los emigrados, el sentimiento nacionalista soviético.
En realidad, la posición de los emigrados soviéticos durante la guerra no fue excepcional: muchos resistieron, otros colaboraron y los demás afirman haber querido preservar su independencia tratando de nadar entre dos aguas. La organización NTS dice haber adoptado esa posición, no sin afirmar que un buen número de sus miembros murió en los campos de concentración nazis.
Como quiera que sea, al final de la guerra las autoridades moscovitas exigieron el retorno de cerca de dos millones y medio de soviéticos que se encontraban, principalmente, en Alemania en calidad de prisioneros o deportados. Los países aliados terminaron repatriándolos. "Muchos contra su voluntad", se afirma en los medios emigrados.
A pesar de todo, alrededor de 250 mil soviéticos lograron permanecer en Europa o encaminarse hacia Australia, los Estados Unidos, Canadá y América Latina.
En Europa, su integración no resultó nada fácil. La guerra había deshecho las estructuras gracias a las cuales los primeros emigrados habían recreado formas de vida, típicamente soviéticas, e intentado conservar sus raíces culturales.
Frente a ellos anticomunistas convencidos los recién llegados, entre los cuales figuraban algunos hijos de los revolucionarios de 1917, carecían de referencias políticas y culturales propias.
Los demás obstáculos que encontraron las dos generaciones para fusionarse son explicados, en parte, por la enorme influencia que tuvieron, después de la Segunda Guerra Mundial, los partidos comunistas europeos.
Dos hechos permitieron a la emigración organizada recomenzar sus actividades terminando así con una época de "desesperanza", según el calificativo empleado por Stolypine: el proceso hecho a Kravtchenko por su libro "Yo escogí la libertad", seguido con gran interés en Europa y, sobre todo, el XX Congreso del Partido Comunista Soviético cuando, de manera oficial, fueron denunciados los crimenes perpetrados por el régimen staliniano.
RELACION CON LOS DISIDENTES
"Stalin, Brezhnev y Andropov se diferencian por su estilo. Uno creó los campos de concentración. El segundo los hospitales siquiátricos y, actualmente, Andropov multiplica los controles de la población por todas partes". Vladimir Maksimov, escritor sovietico expulsado en 1974, nos resumió así el sentimiento de los emigrados que juzgan "ingenuo" creer que el "sistema totalitario soviético pueda evolucionar en profundidad porque el partido ha cambiado de secretario general".
Maksimov pertenece a la tercera emigración compuesta de unas 250 mil personas, entre las cuales figuran algunos artistas y científicos intercambiados con el Occidente o, simplemente, expulsados de la Unión Soviética. Vista desde los años sesenta y a pesar del elevado número de sus miembros, esta tercera ola de emigrados no parece haber reforzado, de manera apreciable, a la oposición soviética en Occidente.
Primero porque, contrariamcntc a los emigrados de 1917 y, en parte, a los de 1940-45, el último movimiento migratorio, constituido en su mayoría de israelíes, no puede ser calificado, globalmente, de "político". Las cifras lo prueban. La proporción de los que, entre ellos, continúan combatiendo el régimen soviético es comparable al porcentaje de personas que, en Occidente, se interesan por la política: un diez por ciento.
Los emigrados organizados politicamente señalan, por otro lado, la propensión de la nueva generación a vivir aislada. Esta "despreocupación por la política" es, se nos dijo, por un lado, la consecuencia lógica de la realidad soviética en donde cualquier actividad política organizada, fuera del partido, es calificada y reprimida como criminal y, por otro, el resultado del pesimismo con el cual los recién llegados encaran un eventual regreso a su país. La fusión con los "disidentes" más o menos conocidos ha sido en fin, difícil o, simplemente, ha fracasado. Los grupos o comités organizados han, "como es natural", saludado la mayor parte de luchas individuales pero, acostumbrados al anonimato y a las actividades de larga duración, temen que esos combates sean efímeros y poco efectivos de cara al régimen soviético.
Nadie desconoce, sin embargo, el profundo impacto que causó, en Occidente, la publicación del "Archipiélago de Gulag" de Soljenitsyn y la influencia que han tenido, en Europa sobre todo, los libros o análisis de Zinoviev, Maksimov, Bukovski Pliluch, Packman, Brodskii, Sjarov o Nekrasov.
Pero por reducida que sea, ¿en torno a qué se ha logrado la última fusión? "En torno a principios democráticos" nos respondió Michel Slavinsky. Maksimov, miembro oficial de la Asociación de Escritores de la URSS, hasta que sus novelas fueron señaladas por la censura, y actual director de la revista "Kontinent", una de las más importantes de la emigración, expresó una opinión parecida. Según él, soviéticos y occidentales deben servir las tendencias democráticas y luchar contra el totalitarismo, en especial el soviético.
¿Aprueba él lo sucedido en Chile o la situación en Africa del Sur? "En absoluto", nos comunicó el traductor. "Nosotros debemos luchar contra los errores y los defectos del Occidente prosiguió Maksimov pero defender sus valores morales".
La misma línea "anticomunista pero democrática" es defendida por el semanario "pensamiento ruso" publicado en París desde 1946 y al cual se han suscrito, nos indicó uno de sus responsables, Rivakov, numerosas instituciones soviéticas.
Interrogado sobre las disensiones de la emigración, el periodista observó que éstas se sitúan en torno al contenido de los principios democráticos y a los valores filosóficos y culturales en los que cada grupo los basa. Unos son abiertamente pro-occidentales, otros buscan inspirarse en las raíces propias de las repúblicas soviéticas. Unos se dicen "demócrata cristianos" otros "social demócratas" sin que esos límites sean, por ahora, debatidos dentro de la emigración.
SEMANA no pudo obtener, en cambio precisiones sobre el tiraje de las publicaciones, el número de ejemplares enviados clandestinamente, a la URSS, los militantes, efectivos, en URSS y en Occidente, de la organización NTS o la manera exacta como la emigración financia sus actividades. Los responsables consultados se limitaron a indicar que "varios organismos y asociaciones occidentales" subvencionan parte de las publicaciones.
Conscientes de las ambiguedades que esas ayudas han creado en torno a la emigración, nuestros interlocutores afirman interesarse poco en conocer las razones por las cuales les son atribuidas. Lo único que les interesa es utilizarlas para acelerar la caída del régimen soviético que, Arcady Stolypine compara a "un enorme peso suspendido desde hace años y que puede caer en cualquier momento. Dentro de un mes como dentro de treinta años".
José Hernández corresponsal de SEMANA en Europa