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CONVERSACIONES CON LAS FARC

Una grabación revelada por País Libre parece demostrar que los únicos diálogos en los que la guerrilla está interesada, son los del chantaje a las familias de sus secuestrados.

20 de febrero de 1995

MUCHAS VECES SE HA DIcho que los colombianos perdieron la capacidad de asombro ante los actos de violencia. Que la continuidad con que han padecido el narcoterrorismo, los magnicidios y las masacres ha generado cierta indiferencia hacia la presencia de nuevos hechos similares. Pero la semana pasada esa teoría se desvirtuó. La grabación que dio a conocer la Fundación País Libre, en la cual un miembro de las Farc negocia con la señora Wilma Garzón la entrega del cadáver de su hijo, secuestrado por ese grupo guerrillero, no sólo conmovió al país sino confirmó que la crueldad de los subversivos no tiene límites.
La historia comenzó el 30 de octubre de 1993. Rafael Antonio Moreno Garzón, de 31 años, fue secuestrado por las Farc en cercanías de su finca Rincón Santo, donde ejercía su profesión de administrador agropecuario. Desde ese momento su familia recibió mensajes de la guerrilla en que pedía altas sumas de dinero para su liberación. Meses después, el 31 de agosto del año pasado, un radioaficionado captó una conversación entre el guerrillero 'Rafael' -coordinador de los tres frentes del oriente de Cundinamarca- y la madre del secuestrado. Sin embargo, en esta ocasión ya no se estaba negociando la libertad de Rafael Antonio sino la devolución de su cadáver.
Los términos en los que el subversivo se dirige a la madre del secuestrado, en momentos en que ella le suplica piedad, resultan más que repulsivos: "Vea, ese man ya está muerto dice el guerrillero-. Nosotros vamos a cobrar los 10 millones para entregarle la HP cabeza de ese malparido para que lo mire. Si quiere venir con la plata, le damos las instrucciones y si no lo echamos por ahí, a un hueco". Wilma Garzón le dijo que pagaría el dinero con tal de recibir el cuerpo de su hijo. Pero el guerrillero le respondió: "Vea señora, todo eso que habla usted es pura mierda".
Y lo que ha generado indignación no es sólo la crueldad del guerrillero sino su cinismo: "Usted ha sido muy tráfuga -dice. Nos ha incumplido, y es donde usted demuestra que es de mala fe. Nosotros somos personas que se deben respetar ¿oye? Mañana a las 10 esté lista. Y que pase un feliz día". El cuerpo de Rafael Antonio nunca apareció y su madre tuvo que salir de Colombia debido a las amenazas de la guerrilla.
Nadie sabe cuántas familias sufren hoy una situación semejante. Lo único claro es que el número de secuestros va en aumento. En los últimos tres años se han registrado 3.713 casos, y lo peor es que la impunidad sigue ganando la batalla. En ese mismo lapso, sólo 86 delincuentes fueron condenados. Un balance negativo, sobre todo cuando se cumplen dos años de aplicación de la ley antisecuestro. El país esperaba que con esa ley -que aumentó la pena para los responsables a 60 años de cárcel- se reduciría el número de secuestros. Pero la realidad ha sido otra. El propio ministro de Justicia, Néstor H. Martínez, aceptó que "la ley está dando un parte de verdadero fiasco".
Lo que resulta ilógico es que las Farc, en lugar de crear un ambiente propicio para el comienzo de las conversaciones de paz, continúen dando muestras de guerra. Hechos como el de la semana pasada son una muestra de que la guerrilla sigue más interesada en mantener diálogos de chantaje con las familias de sus secuestrados que en iniciar conversaciones de paz con el gobierno. En efecto, los subversivos no sólo hicieron evidente el hecho de haberse convertido en narcoguerrillas -al organizar paros cívicos como el del Putumayo-, sino que aún mantienen su liderazgo en la industria del secuestro. El año pasado obtuvieron ganancias por 175.000 millones de pesos derivadas de ese delito.
Y tal como se comprobó en el caso de Rafael Antonio Moreno, los guerrilleros ya no se limitan a cobrar rescates por la liberación de los secuestrados, sino que no tienen ningún inconveniente en pedir dinero por la devolución de los cadáveres. Ante circunstancias como estas, cabe preguntarse qué tan fructifero puede ser sentarse a hablar de paz con gente que ha demostrado tal grado de sevicia y de barbarie. -