Home

Nación

Artículo

Juan Manuel Santos, presidente de la República. | Foto: Guillermo Torres

POLÍTICA

El año más difícil para Santos

En 2013 el presidente tuvo su peor caída en popularidad y un descontento creciente en calles y redes sociales. Le apuesta su legado a la paz.

14 de diciembre de 2013

“El tal paro nacional agrario no existe”. Esas palabras del presidente Juan Manuel Santos, pronunciadas el pasado 25 de agosto en medio de las movilizaciones campesinas, resumen como pocas las dificultades que atravesó el primer mandatario durante 2013. El año estuvo marcado por un agitado ambiente político que incluyó los paros cafetero y agrario, las manifestaciones urbanas y de estudiantes, las crisis ministeriales y los caldeados choques con las dos fuerzas opositoras, el uribismo y la izquierda.

El desafío para la Casa de Nariño en este año que termina era consolidar el legado de reformas que había arrancado en la primera mitad del cuatrienio. Tras una complicada segunda mitad de 2012, con el fallo de La Haya, el anuncio de los diálogos de paz y una preocupante caída en sus índices de aprobación, la administración Santos enfrentaba hace 12 meses el reto de la ejecución y de sincronizar mejor los mensajes de sus logros.

En estas mismas páginas de resumen del año pasado, SEMANA escribió: “En conclusión 2012 fue un difícil año de transición para el gobierno donde lo que venía de atrás (víctimas, tierras, infraestructura) no despegó y lo nuevo (paz) no arrancó tan bien”.


Las expectativas del gobierno para este año se concentraban en una palabra: la reelección presidencial. De cómo tramitara esas señales de alerta en los temas prioritarios y el proceso de paz con las Farc dependería el tipo de entorno que rodearía al primer mandatario para tomar la decisión de aspirar de nuevo. En resumidas cuentas, 2013 era el año de la reelección. ¿Cómo le fue a Juan Manuel Santos?

El balance del jefe del Estado está estrechamente ligado al descontento masivo que experimentaron miles de colombianos en las distintas jornadas de protesta. Desde los productores cafeteros hasta los cultivadores de papa y desde los mineros artesanales hasta los trabajadores del sector de la salud protagonizaron marchas y huelgas que pusieron contra la pared tanto a las fuerzas policiales como a los ministros y al propio Santos.

Los reclamos literalmente cruzaron todo el país: desde Boyacá y Cundinamarca hasta Nariño y desde el bajo Cauca antioqueño hasta Putumayo y el Catatumbo. Mientras el gobierno se esforzaba en cimentar un mensaje de optimismo de un país JMS (justo, moderno y seguro), los manifestantes les recordaban a los colombianos urbanos que algunas deudas sociales de antaño, como la del sector agrario, seguían vigentes.

Las protestas agrarias de 2013 incluyeron a Colombia en el mapa de los países que han vivido su oleada de ‘indignación’. En años recientes, miles de ciudadanos en Turquía, Brasil, Grecia, España, Estados Unidos, Portugal y las naciones árabes han salido a lals calles, parques y plazas para expresar el descontento popular. 

Los ‘indignados’ colombianos –bandera que hoy busca apropiarse el destituido alcalde de Bogotá Gustavo Petro– giraron sus reclamos en torno especialmente a agendas económicas como la producción agrícola, los precios del café, la reforma al sector salud, las medidas sobre la explotación minera informal y las zonas de reserva campesina.

Los paros de mitad del año constituyeron una grave crisis política para Santos. En primer lugar, tomaron a la cúpula del gobierno sin la preparación ni el manejo político necesario. Las marchas del Catatumbo y de los campesinos en Boyacá le costaron la cabeza a Fernando Carrillo, el jefe de la cartera política, y al ministro de Agricultura. La paradoja no podía ser mayor: uno de los logros más importantes de la administración Santos es la Ley de Tierras mientras organizaciones campesinas bloqueaban medio Colombia.

Un segundo aspecto es el de la imagen presidencial. De acuerdo con la encuesta Colombia Opina, 20 puntos de favorabilidad cayó Santos en los meses de las manifestaciones y llegó a su piso histórico: un 29 por ciento de apoyo en septiembre pasado. El bajón cubrió el respaldo a la gestión del gobierno, la mayoría de instituciones, todas las políticas públicas y hasta la reelección. Por último, el desplome santista alimentó los mensajes y las apuestas políticas de la doble tenaza opositora: los uribistas por la derecha y el Polo Democrático por la izquierda.

En este año estas dos fuerzas críticas al gobierno recogen un balance agridulce. Por los lados de Centro Democrático, el expresidente Álvaro Uribe, en un hecho inédito, regresó a la arena política como cabeza de lista al Senado, mantiene altos índices de popularidad y desde ya se convirtió en la figura más prominente de las elecciones al Congreso del próximo 9 de marzo. No obstante, el exministro Óscar Iván Zuluaga, aspirante presidencial por los uribistas, aún no despega en las encuestas lo suficiente como para asustar a Santos.

Los bloques de izquierda tuvieron un buen año en materia ideológica. Las protestas les insuflaron aire a varias de sus tradicionales banderas contra los tratados de libre comercio y la desindustrialización, y a favor de reformas en salud y educación. El senador Jorge Robledo, jefe de la bancada del Polo en el Congreso, se convirtió en el principal opositor del gobierno en el Legislativo. Sin embargo, esa efervescencia no se traduce hasta ahora en intención de voto para Clara López, la carta presidencial de los amarillos.

Que Zuluaga y López no trasladen el descontento en puntos porcentuales en las encuestas terminó por favorecer el anuncio oficial del presidente Santos sobre su reelección. Si bien a nadie sorprendió la intención del primer mandatario de buscar otro cuatrienio, su decisión ha despertado de nuevo el debate sobre la conveniencia de esa figura.

En medio de la polémica sobre las garantías para los contendores del presidente en ejercicio, han resurgido los aspectos más inconvenientes y antidemocráticos de la reelección. La debilidad institucional del país frente a una Casa de Nariño en busca de otro mandato es inocultable así como la ventaja con la que arranca en la carrera por la Presidencia. 

Ventaja que Santos ha empezado a marcar en las encuestas y que le han dado un respiro al final de este difícil año. El fin de las protestas campesinas –el efecto de las marchas a favor del alcalde Petro es aún incierto– marcó también el comienzo de la recuperación del mandatario en imagen, favorabilidad e intención de voto.

Durante 2013 quedaron sembrados los pivotes sobre los cuales girará el debate presidencial del año entrante. El más importante de todos es el proceso de paz. Si bien los avances de la Mesa de diálogos de La Habana han sido lentos, el gobierno ha desplegado la paz como su mejor arma para la competencia electoral venidera. 

Si la campaña por la Presidencia se enmarca en una disyuntiva entre paz y guerra, las posibilidades de Santos de ganar la reelección son altas. No obstante, existe una porción importante del electorado –entre un tercio y un 40 por ciento– que mantiene el inconformismo político que marcó 2013 y hoy está optando por el voto en blanco.

En materia electoral esa es la herencia más crucial del año de las protestas: un bloque de indecisos e indignados que hoy cuentan con el tamaño suficiente para desequilibrar la carrera. Tres son los escenarios de corto plazo para estos colombianos: pueden disiparse y apostarle a la abstención, ser atraídos por los actuales aspirantes o que surja un nuevo líder que canalice el malestar. 

Por ahora, con las oposiciones de izquierda y derecha sin crecer, más el voto en blanco, las tendencias favorecen a Santos. Tras su año político más duro, es un balance envidiable.