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EL REALISMO MAFICO

Un polémico libro, recién aparecido en Francia, trata de explicar por que las organizaciones del tráfico de drogas han tenido tanto arraigo en Colombia. SEMANA reproduce apartes del prólogo.

9 de octubre de 1995

ERASE UN REINO LEJANO, DONDE SUS HABItantes cultivaban una planta rara, cuyo extracto era más caro que el oro. Esa sustancia era tan preciosa que estaba prohibida por todos los reinos del mundo. Uno de sus habitantes, con espíritu malicioso y aventurero, preparó su barco de pesca para un largo viaje, y escondió entre los víveres el elixir prohibido. Luego de haber desafiado las tormentas del océano, atracó, en el hueco de un acantilado, en una pequeña playa tranquila, que sólo frecuentaban unos pescadores cuando bajaba la marea. El guardó su preciosa sustancia en una cabaña abandonada, cerca del río, donde nadie sospecharía de su presencia. Llenó pequeños frascos y la vendió al escondido. Cuando regresó a su país, se convirtió en el hombre más rico. Compartió su dinero y le dio prosperidad a su reino y pronto se volvió loco. Su hijo se casó con la hija del rey y tuvieron muchos hijos
Esta fábula traducida en cifras da una medida del fenómeno mafioso. Un laboratorio grande de cocaína puede producir 10 toneladas por semana. Esta mercancía vale 500 millones de francos (90.000 millones de pesos). Un enriquecimiento tan rápido colma la megalomanía más extrema, satisface los instintos de potencia más desmesurados y puede caer en la locura de más de un rey Lear y de más de un reino.

UNA METAMORFOSIS RECIENTE
A lo largo de los últimos años, Colombia ha cambiado mucho. Puede hablarse incluso de una ruptura, ruptura que ha dividido la historia del país y hace la diferencia entre antes y después. La más fulgurante es la transformación de los paisajes urbanos, antes horizontales, a ciudades verticales. El país es una gran cantera donde las grúas no conocen descanso. Todavía recientemen, Colombia era un país de pequeños comerciantes y de plazas de mercado donde se disputaba un centavo por media libra de tomates. Ahora, las cadenas de supermercados, catedrales del consumo moderno, se han multiplicado. Este vasto cuerno de abundancia que se derrama sobre el país puede tener un origen 'mágico'. Por otra parte, es así como el mágico -sobrenombre con el cual llamaron a ese personaje- apareció hace poco sobre la escena de la vida nacional: el mafioso.
Por largo tiempo, las mafias fueron percibidas como universos cerrados, de acuerdo con el paradigma secreto de la secta. Libros y películas policíacas describían ampliamente las balaceras. Los escritores o los directores que tenían la ambición de meterse en su dan para intentar un análisis, quedaban fascinados por sus relaciones con el poder ligadas con los lazos de familia, según la obra clásica de A. Ianni. Las mafias colombianas son también universos a los cuales es difícil tener acceso, pero la ósmosis que los une a su entorno invita a preferir otra manera de observarlos. A lo largo de los últimos años, éstas se convirtieron, después de la Iglesia y la guerrilla, en un actor en el seno de la sociedad.
Este nuevo personaje, el mafioso, se desenvuelve en medio de situaciones contradictorias. Está fascinado por Estados Unidos donde comenzó su ascenso lavando platos país al que está unido por lazos de amor-odio. Teme al despiadado tratamiento carcelario que lo acecha y, patriotero, vive con nostalgia de su ciudad pero adhiere todos los días al sueño americano.
Es una especie de burgués-gentilhombre que, avergonzado de sus modales, imita las maneras de la vieja élite, junto a la cual sueña sentarse sin atreverse a hacerlo: en privado la fidelidad a sus raíces es más natural.
Esas tensiones engendran un personaje singular que, herido por no ser más quien era no puede convertirse en quien desea y se refugia en fanfarronear para disimular su perturbación. La sociedad se ríe voluntariamente de estos personajes un poco grotescos que no paran de cometer errores de gusto y, ganada por el contagio, adhiere a su turno a esos nuevos valores del dinero fácil, que por un fenómeno de ósmosis, son el crisol de un nuevo mundo.

EL BUFON DEL DESARROLLO
La milagrosa receta de la plata fácil cruza los interrogantes concernientes al destino de los países en vías de desarrollo. ¿Qué actor desatará el doble nudo que constituyen de una parte la rigidez social y de otra el intercambio inequitativo de las naciones? Ahora la mafia interviene como ese actor imprevisto que logró triunfar alli donde fracasaron los héroes criollos de la independencia. Los burgueses nacionales a los cuales incumbía la marca de la industrialización y los guerrilleros que querían voltear el sistema, inequitativo además de ineficaz, debían permitir la irrupción de nuevas reglas de juego. Nadie se atrevió a tomar en serio a la mafia. Sin embargo, la eficacia de sus orígenes oscuros no es más disimulable. Protagonista híbrido a medio camino entre guerrillero y capitalista salvaje, la mafia contribuye a llenar un doble retraso: ese de las bases sociales desfavorecidas, impacientes en el interior del país y ese de los países pobres sobre los países ricos.
El fenómeno mafioso, donde confusamente convergen el lumpen, la clase obrera y luego diferentes vertientes de la clase media y de la burquesía es extraño. Posee además de su diversidad. características de un movimiento. Con una visión no siempre premeditada, consecuencia inconsciente de la provocación. el mafioso reivindica su reconocimiento dentro de un nuevo orden.
El mafioso es también el actor de la nueva acumulación primitiva de capital. El está inquieto por su imagen sombría, un tanto injusta para sus ojos. pues está convencido de que es útil a su país. Como las burguesías nacionales, él se siente en el deber de suplantar la élite que prefiere los capitales extranjeros a su propia nación. No es una ocurrencia que hayan propuesto pagar la deuda externa del Estado. Su trasfondo nacionalista está a la medida de su necesidad de legitimidad.
Ciertamente Colombia conserva la sintomatología de un país típico del tercer mundo. Eso es sobre todo válido para el Estado que corroído por la corrupción es incapaz de proveer servicios públicos adecuados. Los hospitales están abarrotados, mal equipados y hace falta una seguridad social que le brinde cuidados a la mayoría de los enfermos. La enseñanza pública es prácticamente un desastre y la enseñanza privada es muy cara para la gran mayoría. Las vías, cuando están recién asfaltadas, parecen alfombradas con nidos de gallina. Los buses multicolores saturan la ciudad de gas que se escapa por sus exostos. Son necesarios varios meses para obtener una línea telefonica que se daña cada vez que llueve fuerte.
Pero mirándolo de otra manera el país entero parece estar siendo llevado con rapidez hacia la modernización. La abundancia de dinero no ha podido eliminar los tugurios ni los indigentes que se exhiben sobre las aceras del centro de la ciudad con sus piernas enllagadas, pero potencialmente de esa abundancia se beneficia todo el mundo. Hace resplandecer la esperanza de que el país saldrá adelante.
Esta riqueza puede ser la última transformación del mito de El Dorado. fantasma hispánico de la riqueza inmediata. Pero el contexto histórico es diferente. Es un capital hecho del delito con la impaciencia de la modernización. Es porque se sintió como una necesidad que esta plata apareciera irrigando la economía con su efecto multiplicador y permitiendo al país defender su puesto en el torbellino de la guerra económica.

LA GENESIS DE UNA MAFIA
Si los colombianos han adquirido una posición dominante sobre el mercado de la cocaína no es una consecuencia hipotética de una perversidad natural: Colombia estaba provista de características que otros países no poseían.
Al norte, la salvaje región bananera de Urabá, fronteriza con Panamá, abre, vía México, el acceso terrestre o aéreo al mercado norteamericano. Las islas del Caribe lo unen a Estados Unidos y a través de los enclaves holandeses o franceses hacia Europa. Crea unos lazos con los paraísos fiscales que son el punto de partida para el blanqueo de dinero.
Al sur, sus vecinos próximos o inmediatos -Perú, Ecuador y Bolivia- lo proveen de coca. En los grandes puertos del país, Barranquilla en el Atlántico y Buenavera en el Pacífico, los cargamentos ilícitos son empacados en contenedores con los productos tradicionales de exportación.
El territorio colombiano -vasto y salvaje- se presta a las actividades clandestinas. De la misma manera que las guerrillas surcan el país sobre los flancos de las tres cordilleras de los Andes, instalan los campamentos en la profundidad de la selva amazónica o navegan los ríos de los Llanos Orientales o de la selva del Chocó, la mafia disimula sus laboratorios de cocaína, sus pistas de aterrizaje, sus hangares en las regiones alejadas de las ciudades, donde reina la ley de la jungla.
El tráfico de drogas sigue la hilera de las historias del contrabando. Con la mafia siciliana pasó lo mismo, en pocos años el contrabando de cigarrillos fue cambiado por el de la heroína. En Colombia, esta tradición se nutre de la rigidez secular de la legislación sobre el comercio. Una España celosa del control sobre el comercio de las colonias, el monopolio del Estado sobre el comercio del oro o del café, el nivel exagerado de los trámites aduaneros, por un largo período impulsaron el comercio clandestino.
Los numerosos sanandresitos, donde se concentran las mejores tiendas de contrabando abastecedoras de alcohol, cigarrillos, vestidos y electrodomésticos son una mascarada tolerada. En un mundo subterráneo menos visible se negocian documentos, billetes falsos, obras de arte, telas, carros robados, armas y de la misma manera niños robados y órganos humanos.
Ahora Colombia ostenta el triste trofeo de los más altos índices de criminalidad en el mundo. El traumatismo de La Violencia continúa pesando en el inconsciente colectivo y se transmite de una generación a otra. La crueldad del ladrón que entierra el cuchillo cuando el agredido no es capaz de defenderse, puede ser la repetición de escenas familiares en las que el padre, borracho, le pega a su mujer, la herencia inconsciente de una moral católica intransigente, una respuesta de cólera a la injusticia, la resurrección de un fanatismo secular de los partidos cuyo testimonio lo dan las guerras civiles o incluso el doloroso nacimiento a la modernidad.
Es difícil definir un tipo regional o nacional. Sin embargo, no es una casualidad que sea por los paisas que haya surgido la primera mafia internacional de la cocaína. El paisa es un hombre hablador, rudo, pragmático, aventurero, blanco y católico. Los sociólogos que se han dedicado al problema del desarrollo han visto en este temperamento típico la causa de la prosperidad precoz de la región de Antioquia, que desde principios de siglo era la cuna de una de las industrializaciones más dinámicas de América Latina. Ese mismo temperamento, en otro tiempo, hizo de la ciudad de Medellin el centro mundial del tráfico de la cocaína. El paisa transmitió su espíritu de aventuro y su agudo sentido de los negocios a toda Colombia y contribuyó a transformar el artesanal tráfico de droga en una empresa en todas sus características equivalente a las grandes firmas industriales o financieras.
Mezclado de leyenda y de realidad, la imagen del paisa no agota el enigma del temperamento de ese hombre ambicioso, astuto, rápido y profundamente individualista que es el colombiano. El mestizaje, por oposición a las sociedades predominantemente blancas del cono sur o a las sociedades de fuerte población indígena, es tal vez el origen de una movilidad que busca su equilibrio.
En resumen, en una sociedad tradicional los lazos personales de parentesco o de amistad sobrepasan la relación atomizada que une al individuo con el Estado. La fuerza de esos lazos en una sociedad banalizada por el uso corriente del término mafia es propicia para el desarrollo de grupos paralelos en los cuales la mafia de las drogas es solo un caso particular.

LOS CARTELES
El término carteles se aplica comúnmente a grupos de mafiosos regionales, de los cuales los más conocidos son los de Medellin y Cali. Pero también es corriente llamar así a los de la Amazonia, a los de la costa Caribe, a los del Caquetá, de La Guajira, Pereira, Buenaventura, Bogotá. ¿Qué jerarquía existe entre ellos, de qué autonomía gozan, cuáles son las complejas articulaciones que unen a los unos con los otros, qué tolerancia hay con los individuos o pequeños grupos independientes? ¿Se sabe de la existencia de otros grupos no reportados que no han adquirido un poder proporcional a la capacidad de permanecer en la sombra? Estas preguntas, por más importantes que sean, no son esenciales. Las mafias recientes o en formación están llamadas a cambiar. El propósito del libro va más allá. Está en ir al encuentro de la racionalidad del ser mafioso en tanto ser social; cómo, heredero de una cultura, él la ha transformado a su vez; cómo, socialmente situado, él ha subvertido el equilibrio social; cómo, atraído por el dinero, ha hecho política a pesar de él mismo y, cómo, fuera de la ley él es en definitiva el producto de la sociedad capitalista. Ese es el personaje que hay que encontrar.
Colombia no es, por cierto, un país de mafiosos. Los mafiosos plenamente convencidos, sea por sus lazos con los carteles o como traficantes independientes, son un pequeño número. Así como lo son quienes se empeñan vigorosamente en escapar a su influencia. Es esencial, entonces, evitar esa caricatura de un país de mafiosos que reduciría la complejidad de sus tradiciones. La noción de una cultura mafiosa puede estar prudentemente avanzada no como una cultura exclusiva, pero sí para llamar la atención sobre los nuevos valores de una mayoría seducida por el dinero fácil. Su omnipresencia casi familiar no facilita, no obstante, el embargo de un fenómeno mafioso. Su presencia, a fuerza de ser visible y de escucharse termina por pasar casi inadvertida. La doble moral a la que los colombianos hacen frecuentemente referencia, es una noción esencial. Entonces el mafioso, lejos de esconder su identidad, está orgulloso, la doble moral traduce una mala conciencia de aquellos que sienten verguenza de contagiarse de eso que una parte de ellos mismos rechazan y buscan disimular. La verguenza se convierte en un tratado de sicología en una sociedad que, conscientemente o no, adhiere a nuevos valores y a nuevos gustos.

LA AMENAZA EN EUROPA
El drama de América Latina después de que Cristóbal Colón pisó tierra es haber sido transformada en una caricatura -el general trigueño, mal afeitado de las repúblicas bananeras, o en la época dorada de las utopías el guerrillero barbudo o el indígena imberbe- que satisfacía la capacidad de soñar. Los mafiosos mismos se prestan a un personaje de cliché al que con frecuencia han sido reducidos. Pero si ni las dictaduras de opereta ni las revoluciones afectan nuestra cotidianidad, las mafias, con varias consideraciones, nos ligan directamente. Es usual darnos cuenta de la amenaza como países consumidores y ciertamente la toxicomanía es un drama de nuestros conciudadanos, que causa la destrucción de los individuos y una delincuencia desesperada. Pero la oposición entre los países productores del sur y los países ricos es muy esquematica para ser cierta. Nosotros mismos, que pertenecemos a los países consumidores, tenemos parte de los beneficios de la producción gracias a la invaluable complicidad de los recursos financieros. Por otro lado, el contagio de la mafia jamás ha estado muy lejos. Aun si nosotros no lo vemos, aun si nosotros no lo queremos ver. La amenaza adquiere una importancia nueva en los países vecinos, principalmente en la Europa del este. Pero ahora está más cerca. Ahora no está solamente en las afueras. Está en todos los lugares que miden la distancia entre los sueños y la realidad. Este ajuste está respaldado por la fragilidad del equilibrio social. Una sociedad de inmigrantes, clandestinos o no, una sociedad de desempleados y de jóvenes inquietos que el día de mañana encuentran un recurso inesperado en esta operación mágica que ha creado riqueza inmediata. Es en ese sentido que Colombia hace parte de un paradigma.