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Omar Díaz, fotógrafo. | Foto: Archivo particular

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El infierno de un fotógrafo colombiano deportado de los Estados Unidos

Semana.com reproduce la sentida carta que escribió Omar Díaz, luego de sufrir en carne propia las políticas migratorias del país del Norte. Un relato detallado de cómo fue esposado y encarcelado en Miami.

28 de febrero de 2017

2:30 p.m. 

Bastó pisar Estados Unidos para ser conducido por agentes a una sala llena de latinoamericanos, mientras veía otras caras que bufoneaban indiferentes delante de los entrevistadores. Pasaron 5 minutos para que me pasaran a otro recinto, un poco más vacío, con sillas que daban de frente a un televisor con una película del viejo Oeste. A nuestra espalda había varios agentes de inmigración detrás de sus escritorios. 

Éramos casi 27 personas, entre las cuales pude distinguir a 20 médicos cubanos, unos cinco colombianos y un afro americano que al parecer había perdido su pasaporte en Dinamarca. 

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Después de 20 minutos fui llamado por uno de los agentes para un cuarto privado, el agente Santiago. Era de tez blanca, un latino que inició un interrogatorio para saber qué quería hacer yo en los Estados Unidos. Me preguntó de dónde venía, por cuánto tiempo me iba a quedar y de repente comenzó a hacer mucho énfasis en mi último viaje a Estados Unidos, ese en el que me había demorado seis meses.

"Tú y yo somos personas grandes,  que saben que en este país hay que trabajar, ni siquiera yo puedo darme unas vacaciones de seis meses, tú qué hacías para ganar dinero, y ten cuidado con lo que dices, porque no tengo paciencia hoy", me dijo, entre otras afrentas. 

La boca y la mente me jugaron una pasada, algo me decía que debía decir la verdad, ¡que sí, que había trabajado! Tal vez siendo sincero me dejaría ir en paz y podría ver a Tirzah en dos días en Filadelfia. Nunca dejé de pensar en ella y en nosotros. 

Sí, ganaba 5 dólares, más propinas. Ok. Salió de mi boca la verdad. Los minutos se hicieron más largos, desde ese momento el tiempo se planchó extenso, las horas duraron días; los minutos, horas. Mi mente pasó a ser una nube de culpas, de arrepentimientos, reflexiones, mentiras y verdades. Decidí ser yo frente a la Policía de inmigración, ser quien siempre he sido. Mentir era no ser. 

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El oficial Santiago me pidió que lo acompañara a recoger mi maleta, que me iba a hacer una inspección, fuimos por ella y en un cuarto me hicieron quitar los cordones de los zapatos y el lazo que sujetaba la capucha de mi buzo. Entre otro oficial y Santiago, sacaron todo de mis dos maletas, con preguntas intermedias como, ¿de qué son estas fotografías? ¿Estas cartas? ¿Pintas, Omar? ¿Qué pintas? ¿Por qué tienes un Social Security? ¿Vienes solo con 200 dólares? Sí, iba solo con 200.

Me llevaron después a un cuarto vacío con un rollo de papel higiénico, un colchón azul que se veía cómodo, almohadas de avión y cobijas de distintas aerolíneas, el cuarto también tenía un sanitario de metal que en la parte de arriba se convertía en un lavamanos, estaba oficialmente encanado en el aeropuerto, me habían quitado los cordones para evitar intento de suicidio. 

Pasó otro lapso de tiempo, hasta que me llevaron a donde un oficial llamado Lues, al parecer una jerarquía más baja que Santiago. Lues me hizo jurar decir la verdad respecto a todo lo que iba a preguntarme, y así fue, juré y dije toda la verdad, que había trabajado y “bla-bla-bla”.  Lo que querían saber se los dije. Aún tenía la esperanza de que mi honradez me permitiera ver a Tirzah.

En medio del interrogatorio me dijo, “¿sabe usted que va a ser deportado?”.

Los silencios. Las preguntas. La resignación. 

Llamé a Tirzah y a mi padre para decirles lo sucedido. Las lágrimas me brotaban de los ojos por las ilusiones rotas que los demás tenían en mí. Ilusiones simples de abrazos y de besos. 

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Fui devuelto a mi cuarto solitario en el que grité y lloré hasta que lo saqué todo, nunca me había escuchado gritar y llorar así, nunca me había sentido tan idiota por ser sincero. Nunca pensé que en ese preciso momento debí haber sido el mejor mentiroso. Por accidente había guardado mi celular en el bolsillo, ya que en el cuarto no podía tener más que la ropa puesta. Tomé un par de fotos.

Después del drama del cuarto, intenté meditar, pensé en todos, en los que me habían dicho adiós, en los que me esperaban, en todos. La tristeza de no verla ese día me acuchillaba el cuerpo y no había nada que pudiera cambiar. Me arropé con las cobijas de aerolíneas y comencé a tener lapsos de sueño que no han desaparecido desde entonces: de 10 a 40 minutos, sintiendo al mismo tiempo que había dormido durante horas. 

2:40 a.m. 

Me trasladaron a otro cuarto, donde había otro colombiano que dormía en el suelo, y se veía más triste que yo. Solo supe que estaba ahí por una carta de su hija que vivía en Cali. A los 10 minutos entraron los oficiales, y me dijeron que nos íbamos. Me sorprendió saber que el vuelo en el que me deportarían salía en dos días, en la ruta Miami-Medellín, del 22 de febrero a las 1:35 pm., que es en el que viajo en este momento. Me pidieron que diera la espalda y lo siguiente que sentí fueron unas esposas que me hicieron sentir más duro el ultraje. Me trasladaron a un carro de Policía. 

Salimos del aeropuerto. Ahí iba yo, en la patrulla esposado, dándome una vueltica por Miami, ¿no era eso lo que yo quería? 

Nos alejamos de la ciudad y comenzamos a andar por una calle angosta rodeada de altos pinos, en frente de la cual se abrió un espacio con un edificio de no más de tres pisos rodeado por docenas de rejas, alambres de púas, seguridad. Al parquearnos frente a la reja de la entrada, mientras los oficiales miraban Los Picapiedra en un celular, veía adelante personas con las piernas y las manos esposadas subiendo a varios camiones. Eran inmigrantes. Acababa de llegar a la prisión de Krome. 

Allá me hicieron bañar y me dieron atuendos azules, en una malla que podrían durarme hasta una semana: medias, camisas, camisones, pantalones, pantalonetas, todo azul. Me hicieron quitar los aretes y todas mis pertenencias fueron guardadas en distintas cajas y sobres marcadas con mis iniciales. Me pusieron una pulsera que era mi nueva identificación en el mundo, en ese único mundo que ahora era todo, ya no existía mi equipaje, ni mis maletas, ni mis fotos. Mis amigos y mis familiares se convirtieron en solo un recuerdo, en ese que fui por un momento, un hombre llamado “Colombia-054”. 

05:00 a.m.

Me hicieron un examen completo de salud. Me dormía por lapsos en los cuartos que me encerraban para esperar la siguiente parte del proceso. 

Me llevaron al dormitorio P5, que tenía más o menos 60 camas, era un cuarto inmenso con sillas para ver la televisión, un baño con 6 retretes, dos lavamanos circulares del cual salían cuatro chorros de agua por cada uno. Los presos que después me haría de amigos aseguraban que habían llegado a un palacio, que ninguna cárcel era como esta. Me dieron una cama armable y me dispuse a hacer destenderla para dormir. Habré estado profundo unos 40 minutos. Luego nos hicieron salir a todos los reclusos para el desayuno. Estábamos vigilados por todo lado, el control es impecable. Nadie se puede salir de una fila. Las voces y los oficiales de seguridad son imponentes. 

Salimos al patio y el cielo se alumbró del rojo más fuerte que jamás he visto, un rojo de infierno vivo, de infierno que carga la vida, a mi parecer uno de los mejores infiernos que jamás haya visto en todas mis mañanas, era imposible dejar de pensar que podía disfrutar de ese infierno que era el cielo sin estar enjaulado en la cárcel de Krome. ¿Por qué llegué aquí? ¿Por qué? 

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Llegamos al restaurante que albergaba mas de 100 sillas en filas, todo era muy de prisa: pancakes, manzana, leche y una masa extraña a la que los otros le ponían leche. No hablaba con nadie. Estaba rayado, estaba preso en Estados Unidos y no había medido mis actos. Soy la desmesura en cuerpo humano. 

Salimos del desayuno sin yo haber terminado la merienda, nos requisaban al cruzar cada puerta. En un recreo, Venezuela me invitó a caminar. Venezuela-236 llevaba 3 días en Krome, ya lo habían llevado al aeropuerto para enviarlo de nuevo a su país pero el vuelo fue cancelado, así que lo devolvieron a Krome.

Venezuela-236 fue fotógrafo y operador de fotografía, le dimos casi que 12 vueltas a una cancha de futbol sintética hablando del placer de fotografiar, de las Canon, las Agfa, Mamiya, Hasselblad. A la última vuelta, Venezuela-236 fue llamado por los policías, salió corriendo y una sonrisa que me envió, me prendió la esperanza de salir de Krome pronto. 

En Krome se podían distinguir los azules que éramos los poco peligrosos, los naranjas que eran delincuentes y los rojos que eran muy peligrosos. Siempre estuvimos separados de los rojos. En alguna ocasión caminé cerca de un rojo sin notarlo y un oficial con un grito que alertó a todos, nos hizo separar.

El almuerzo fue para mí todo un placer, estaba muy feliz de comer, la bandeja de metal tenía frijoles, arroz, carne molida, ensalada de repollo, papas sudadas y de postre una gran porción de arroz con leche. Almorzando estuve muy satisfecho. Albania hizo algunas bromas de la cocaína que yo les podía dar por ser colombiano.

Hay horas para todo, desayuno-recreo-dormir-aseo-recreo-televisión-almuerzo-recreo-dormir-aseo-recreo-televisión-cena. Los rostros de la inmigración tenían las banderas de Colombia, Haití, Venezuela, Brasil, China, Honduras, El Salvador, Albania, Mexico, Haití, Guinea, Etiopía, Eritrea y Cuba entre los que pude conocer. Estaba rodeado de los viajeros más audaces que alguna vez cometieron un error.

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Me cambiaron del dormitorio P5 al P6. En este cuarto hablé extendido con gente de Haití, a uno de ellos le comencé a llamar O Cabalo, pues decía que tenía 4 mujeres en Haití, una en Colombia y otra en Miami. O Cabalo me enseñó a decir tudo bem, los números y el abecedario en criole. Durante mi estadía en la cárcel hablé más portugués que cualquier idioma, y de nuevo me sentí mal al no saber hablar francés. O Cabalo y sus compatriotas venían de vivir en Brasil, y llegaron a los Estados Unidos por tierra, lo cruzaron todo por tierra, incluso la selva de Colombia a Panamá. A veces la libertad solo está en el camino.

Volvimos a los dormitorios, donde armabamos un rompecabezas de mas de 2000 piezas, nadie decía nada. Cuba prefiere estar en la cárcel, pues si lo llevan a Cuba, de allí no podrá volver a salir jamás. Dice que en su país la gente mira triste. Se fueron las horas de mi primer día en Krome, un libro que me compartió Cuba me sirvió de abrigo para huir la realidad que estaba viviendo. 

05:30 a.m.

El sonido de un golpe me levantó de un sablazo, el oficial del cuarto golpeaba su libro de anotaciones contra el mesón para que nos alistáramos para el desayuno. Antes del primer recreo del día, me ofrecí como voluntario para hacer la limpieza del cuarto, traté de mantener la mente ocupada, el oficial del cuarto se mostró agradecido por el gesto. Después de la hora de limpieza nos permitieron andar por el cuarto, unos leían la biblia, otros jugaban a las cartas. El tiempo se medía diferente, me senté al lado de los que veían la televisión para ver el horóscopo del día, ese en el que la última carta, la de piscis, la mía, fue una carta negra. 

Al segundo recreo del día salí más optimista que antes, quise sacar la energía que se me iba represando cada vez que me encerraban en el cuarto, jugué baloncesto y al hacer un mal movimiento la rodilla se me salió de la posición, desde hace dos años tengo una tensionitis y no puedo hacer movimientos bruscos. Las cosas no parecían mejorar. Ahora no solo estaba en la prisión, ahora no podía caminar. Los oficiales aseguraron que para la semana siguiente me podían dar una rodillera.

Pude ponerme de pie después de dos minutos en el suelo, ahí iba yo, reconociendo cada centímetro de reja, con la pata coja, ¿que más podía perder ya? Las voces en diferentes idiomas me hablaban, el oficial del cuarto se acercó a decirme que no me creyera Michael Jordan, también dijo que se iría a vivir a Medellín, donde esperaba vivir con 3.000 dólares mensuales. Tan fácil que sería comprar el pasaje de avión, tan fácil que podría llegar a Medellín, ninguna visa se lo interfería, ningún agente de inmigración. Si quisiera trabajar, estudiar, dormir o lanzarse como edil de un barriecillo, nada se lo impediría.

Ya en el cuarto dieron el llamado del Sick Call, todos voltearon a verme para que fuera a ver al doctor. El oficial me dijo que no podría ayudarme con la pierna por hoy, pero que tal vez mañana, le di la espalda y después escuché… 

-Colombia, ¿Tu eres 054? 

-Sí.

-Alista todo, te vas para tu país, no le des nada de tus cosas a nadie.

Haití, Guinea, Cuba, El Salvador y el oficial me dieron un abrazo de despedida. Llevaba dos semanas esperando la lluvia; siempre siento que la lluvia me despide y ni en Yopal (donde vivía), ni en Bogotá, llovió como cuando me fui.

Omar Díaz, fotógrafo

Instagram: @Omdiazar