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La carta de Andrés

El regaño del expresidente Pastrana al presidente del Partido Conservador es una jugada astuta para quitarle a Uribe la jefatura que tenía sobre esa colectividad.

12 de febrero de 2011

Al presidente del Partido Conservador, el senador José Darío Salazar, le debió dar un patatús cuando recibió, la semana pasada, la carta que el expresidente Andrés Pastrana le había enviado desde Madrid. En esta, el exmandatario, su jefe natural, lo regañaba como a un niño chiquito por criticar el manejo de la seguridad durante los primeros seis meses de la administración Santos. "Uno no sabe si fue que el Ejército bajó la guardia, si falta más gerencia, si falta un mando centralizado", había afirmado el senador conservador, y agregó que, de seguir las cosas así, le iba a tocar al presidente de la República asumir directamente el tema.

Pastrana señala que esas afirmaciones "son propias de un jefe de la oposición y no del presidente de un partido que hace parte de la Unidad Nacional y que dice acompañar al presidente Santos". Posteriormente, señala que fue durante su gobierno que se creó el Plan Colombia y defiende al ministro de Defensa, Rodrigo Rivera, puntualizando que en seis meses no se puede juzgar una gestión y que si hay problemas como las Bacrim, son una herencia del gobierno de Álvaro Uribe.

La carta fue recibida como una bomba dentro de la colectividad goda. Aunque nadie se atrevió a decirlo, tenía algo de incoherente. Criticar la herencia de Uribe en materia de seguridad para defender a Santos no tiene mucha lógica, pues este último había sido el ministro de Defensa de la etapa final de ese gobierno. Por lo tanto, los dos son igualmente responsables de los resultados, sean estos excelentes, regulares o malos. Pero fuera de este detalle, la carta tenía mucha lógica política. Pastrana lo que había hecho en el fondo era lanzar una ofensiva para recuperar en términos reales la jefatura del Partido Conservador. Nominalmente, siempre la ha tenido por ser el único expresidente conservador activo políticamente. Pero durante el gobierno anterior, Uribe se convirtió de facto en el jefe de los azules. Esto obedeció no solo a que el entonces presidente era ideológicamente un hombre de centro derecha y conservador, sino a que, al controlar el presupuesto y la burocracia, tenía muchas más cosas para ofrecerles a los godos que Andrés Pastrana.

Esa situación cambió con la llegada de Santos. Aunque Uribe de dientes para afuera se declara santista, para adentro no lo es. Las reservas del expresidente son fundamentalmente ideológicas. No cree en la ley de víctimas, no cree en la ley de tierras y no le ve al gobierno de su sucesor ninguna de las promesas de continuismo que fueron ofrecidas durante la campaña. Por otra parte, considera que la situación de seguridad se ha deteriorado sustancialmente durante el último semestre y le ha transmitido esta preocupación a todo el que lo quiere escuchar. Como un sector importante del Partido Conservador seguía sus orientaciones, esos conceptos comenzaron a hacer eco tanto en los medios de comunicación como en el Congreso.

Como era de esperarse, al presidente Santos no le gusta esta versión de los hechos. Y es ahí donde Pastrana vio una brecha abierta para meterse y reconquistar su partido. Al convertirse en adalid de la defensa del actual gobierno, él se está montando en la luna de miel de Santos. Y como la mayoría de los parlamentarios conservadores se han sentido bastante huérfanos de oxígeno burocrático en estos meses, alinearlos en forma categórica en la defensa de Santos los deja posicionados en un horizonte más promisorio que el de la crítica.

El que pagó el pato de este ajedrez político fue el presidente del Partido Conservador, José Darío Salazar. Como él mismo lo aclaró en su carta de respuesta a Pastrana, lo único que había hecho era "hacer alusión a una percepción generalizada de que el orden público se está deteriorando, generando una sensación de temor e inseguridad de la cual nos habíamos liberado". Lamentablemente, este planteamiento, que no carece de validez, quedó hundido frente a la carta de su jefe, que no es más que otro capítulo del mano a mano Pastrana-Uribe.