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Los 21 fiscales de justicia y paz están recorriendo el país escuchando a las víctimas. Mantienen un bajo perfil . Hasta ahora no han recibido amenazas ni presiones, pero el miedo los acompaña en muchos viajes

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Noches de insomnio y terror

Nadie en el país ha escuchado tantas historias de horror como los fiscales de justicia y paz. ¿Cómo pueden soportarlo?

24 de marzo de 2007

Cada vez más gente se pregunta por qué avanzan tan lentas las versiones libres de los paramilitares, se critica a la Fiscalía y se le pide que haga rápido su trabajo. Mientras tanto, hay 21 fiscales de justicia y paz y 150 técnicos que trabajan más de 12 horas diarias, que viajan por carreteras inhóspitas hasta veredas alejadas donde se encuentran las víctimas de los paramilitares, y escuchan historias de horror que no los dejan dormir en paz. "Hemos encontrado a fiscales de justicia y paz llorando en sus oficinas en la noche", dice el fiscal Mario Iguarán. No es para menos. Lo que han visto y oído no tiene nombre. Si bien los fiscales recibieron en La Haya una capacitación en justicia transicional, y el Departamento de Justicia de Estados Unidos los ha asesorado en métodos para hacer entrevistas, el soporte humano y emocional ha estado completamente descuidado. No hay sicólogos que apoyen al grupo de la Fiscalía para asumir la tarea de escuchar a más de 40.000 víctimas, y a cerca de 2.000 victimarios. Cada uno a su manera, lucha por mantener la objetividad apegándose a su experiencia, a su mística por el trabajo o a la oración. La batalla más dura que tienen que librar cada día es por ser objetivos.

En el cuarto piso del búnker de la Fiscalía, en una oficina de apenas nueve metros cuadrados, está la fiscal tercera de justicia y paz. Esta mujer menuda, joven, de mirada tranquila tiene sobre sus hombros la responsabilidad de encontrar la verdad sobre los crímenes del Bloque Norte en cuatro departamentos: La Guajira, Cesar, Magdalena y Atlántico. En las estanterías metálicas de su oficina reposan en un lado las versiones libres de todos los desmovilizados del Bloque, en otra pared los gruesos expedientes de 14 procesos y 40 vinculaciones que se siguen contra Rodrigo Tovar Pupo, más conocido como 'Jorge 40'. Un poco más abajo, las quejas y denuncias que han llegado de las víctimas. En su larga carrera como juez y fiscal ha visto de cerca la muerte. Pero nunca había tenido que enfrentar tanto sufrimiento. "No entiendo, por ejemplo, cómo una ciudad como Valledupar ha soportado tanto dolor. Allí todo el mundo tiene un familiar muerto",dice. En largas jornadas con las víctimas de esta ciudad, la fiscal logró documentar 3.600 homicidios, 350 desapariciones forzadas, 350 desplazamientos y 180 masacres. Ahora llegan en promedio 180 nuevas víctimas a presentar sus casos.

A veces, para seguir adelante en su trabajo, se refugia por unos minutos en una iglesia y busca al sacerdote para hablar con él.

Para ella, el primer gesto de reparación es escuchar a las víctimas. "El fiscal tiene que bajarse del pedestal y escuchar a la gente. Dejarla que llore. La gente llega con desconfianza, con rencor, pero después de que te cuenta la historia, se va en paz. Empieza a perdonar. La gente quiere la verdad y después seguir adelante. La gente no ha podido contar su historia. Tienen miedo, pena y temor de ser rechazados", dice.

Después de oír todo el sufrimiento de las víctimas, los fiscales tienen que enfrentarse también a los victimarios, y mantenerse imparciales sin afectarse emocionalmente, sin derecho a sentir rabia o repudio. "La visión nuestra es que son monstruos, pero no podemos transmitir a ellos todo el rencor que transmiten las víctimas", dice otro de estos fiscales.

En ocasiones, los victimarios llaman a los fiscales y les suplican que les ayuden a recordar sus propios crímenes. Piden recortes de prensa o fotos. "En una ocasión un muchacho me suplicaba que le ayudara a identificar a unas personas que él había matado en un parque, pero no recordaba nombres ni detalles", cuenta una de las fiscales. .

"Ellos tienen mucho miedo de que sus familias se enteren de los crímenes que cometieron, y tienen miedo a ser rechazados, dice la fiscal tercera. Hay que escuchar a las víctimas porque ese es el primer paso para la reparación, y hay que escuchar al victimario porque ese es el primer paso para la resocialización", concluye.

Pero no siempre los fiscales logran sobreponerse a lo que ven y escuchan. Muchos han reportado que sienten pesadillas, que no duermen, que están muy afectados emocionalmente.

La Unidad de Justicia y Paz que tiene a su cargo el Bloque Mineros, al mando de 'Cuco Vanoy', ha recorrido más de ocho municipios en carro y hasta en mula, para recoger los testimonios. La fiscal y su equipo de apoyo gastan horas escuchando cada relato, y enseñándole a cada persona cómo acceder a la reparación. Con frecuencia, no tienen respuestas a las preguntas de la gente. Al medio día, la fiscal suele almorzar con algunas de las víctimas. La mayoría son campesinos pobres que buscan respuesta a una sola pregunta: ¿por qué me hicieron esto? Casi todas llegan con hambre, sin dinero para regresar a sus veredas. "Cuando llego a mi casa no puedo desprenderme de los recuerdos. Pienso que lo que me contaron me puede pasar a mí o mi familia. Siento miedo", dice un investigador de este grupo. Otros permanecen indiferentes frente a las víctimas. Es el caso de uno de los técnicos de la Fiscalía que en los constantes recorridos por los pueblos de Antioquia, sencillamente se pone un pequeño audífono en el oído, para escuchar música romántica, mientras por el otro oído escucha la historia de las viudas.

Marta Chinchilla, sicóloga especializada en trauma, dice que los oficios que exponen a las personas a ser testigos del dolor generan dos tipos de reacciones. Una que humaniza y que hace sentir a la persona solidaria con el sufrimiento ajeno, pero que con frecuencia desemboca en una "traumatización vicaria" en la que la persona termina asumiendo el dolor de la víctima como si fuera propio. En el otro extremo está la disociación, que es una reacción para desconectarse y mostrarse indiferente ante el dolor ajeno, como un mecanismo de defensa. "Los dos extremos son muy graves. Cualquier profesión que exponga al dolor debe dar herramientas para manejar esa situación", dice Chinchilla.

Sin duda la Unidad de Justicia y Paz está compuesta por algunos de los fiscales de mayor trayectoria y coraje de la institución. Pero aun así, es increíble que el soporte humano sea tan precario, no sólo para ellos, sino para las víctimas. En las pocas audiencias de versión libre que se han realizado ya hubo dos incidentes. En Medellín una de las víctimas se desmayó cuando escuchaba la confesión de Salvatore Mancuso. Y en Sabanalarga, Atlántico, un joven agredió con un cuchillo a un paramilitar cuando confesó el asesinato de su padre. "En La Guajira tuvimos que llevar una sicóloga para recoger el testimonio de una comunidad wayuu. Ellos lo exigieron",dice una fiscal. En estas ocasiones tienen que buscar una profesional prestada de alguna institución del Estado. Pero en general, están solos.

"Debilitamiento lo hemos sentido todos en algún momento, pero entonces apelamos a la conciencia. Al orgullo individual de estar ayudando a que se consiga la paz", dice el fiscal que investiga a los paramilitares de Magdalena Medio y el Tolima.

Los fiscales de justicia y paz están recopilando testimonios de cerca de 42.000 víctimas y más de 1.000 paramilitares. Han encontrado que la justicia apenas conocía un 60 por ciento de esos casos. Han descubierto que el horror es peor de lo que se sabe hasta ahora. Y al final del día, se van a sus casas, tratando de superar una noche más de insomnio y terror.