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"El sexo se permite los martes y los domingos. Y las guerrilleras no pueden decir que no, porque se considera un servicio social"

Al paredón con MarÍa Isabel

¿Por qué dicen los secuestrados que la sociedad les ha fallado?

El recién liberado ex senador Luis Eladio Pérez le responde a María Isabel Rueda

29 de marzo de 2008

M.I.R.: Luis Eladio, me impresiona la serenidad sicológica y espiritual que ha demostrado en estas cuatro horas que llevamos de conversación. Trae reflexiones muy profundas sobre la vida y hasta mucho sentido del humor, cosa que uno no creería que le quede a una persona después de siete años de secuestro. Y ningún rastro de amargura. Hasta voy a atreverme a echarle un piropo, que espero no le importe a su señora: a pesar de lo delgado, salió churro de su secuestro…
L.E.P.: (Risas). Me alegro que le parezca. Pero mi salud falló mucho durante el cautiverio. Tuve varios infartos por los que sólo me dieron una sola aspirina como toda medicina. Sufro de diabetes. Y si quiere, le muestro las cicatrices de la selva. (Se levanta la camisa y me muestra en su cintura y en sus piernas los rastros que dejaron las picaduras de los nuches y la leishmaniasis.) Y no le muestro los pies porque después no podemos almorzar. Me tuvieron castigado un año caminando sin botas. ¿Se imagina lo que es pellizcar cada una de estas heridas de nuche con una uña untada de nicotina, que es como enseñan en la selva que se hace, y ver cómo le van saliendo a uno los gusanos de la piel?

M.I.R.: ¡No me cuente más! Mi primera pregunta es precisamente la que encabeza esta entrevista, porque a los colombianos se nos acusa de ser indiferentes ante la suerte de los secuestrados, pero lo que sentimos es una desesperada impotencia…
L.E.P.: Se lo respondo así: yo estuve siete años secuestrado, y apenas este febrero el país entero salió a la calle a protestar por nuestra situación. Fue la primera vez que sentí la solidaridad de los colombianos.

M.I.R.: Acepto esta crítica. Nos movieron las pruebas de supervivencia que revelaban su terrible situación. Impresionaron especialmente la dignidad con la que, a manera de protesta, aparecieron tanto usted como Íngrid, en el video mirando retadoramente hacia el piso.
L.E.P.: En eso coincidimos con Íngrid, aunque ya nos habían separado, porque muchas veces hablamos de que no deberíamos dejarnos manipular en esas pruebas de supervivencia. Lo que puedo decirle es que a mí me tuvieron que disparar a los pies para obligarme a posar en ese video.

M.I.R.: Con Íngrid hicieron un buen equipo para procurar sobrevivir en la selva. ¿Cuánto tiempo los tuvieron juntos?
L.E.P.: Cuatro años.

M.I.R.: ¿Por qué no hubo el mismo equipo con Clara Rojas?
L.E.P.: El día en que me juntaron por primera vez con Íngrid nos dimos un estrecho abrazo de colegas. Luego le dije a la otra mujer del grupo: “Y tú debes ser Clarita…”, a lo que me respondió: “No me diga Clarita. Dígame Clara”. Eso creó desde el primer momento una barrera que no se pudo superar. De inmediato comprendí que entre ellas había una gran tensión. Nos montaron en un bongo e Íngrid me sentó a su lado para que no se le sentara Clara. No quería ni verla.

M.I.R.: Pero era su fórmula vicepresidencial…
L.E.P.: Eso lo decidió Juan Carlos, el esposo de Íngrid, cuando ya estaba secuestrada. A Íngrid eso no le gustó. Hasta le dio rabia.

M.I.R.: ¿Qué pasó entre ellas?
L.E.P.: He tratado de ser muy discreto sobre este punto.

M.I.R.: Pero en una entrevista usted dijo que una de las dos había asumido “una actitud muy difícil”. ¿Se refería a Clara?
L.E.P.: Sí.

M.I.R.: Hasta Yolanda Pulecio ha dicho que Clara se portó muy mal con Íngrid…
L.E.P.: Eso no se lo puedo negar, porque es lo que Íngrid sentía. Consideraba que Clara le había violado su intimidad, y no aprobaba algunas de sus actitudes en el campamento. Por favor, no me pida más detalles.

M.I.R.: ¿Íngrid está consciente de la cruzada mundial que hay por su liberación?
L.E.P.: Sí. Pero eso también le preocupa, porque se da cuenta de que terminó valorizándola, lo cual a su vez dificulta, por razones obvias, su liberación. Y produce muchas envidias en su contra.

M.I.R.: ¿Por eso mismo la guerrilla se ha ensañado contra ella?
L.E.P.: Sobre todo por ese carácter y ese temple que la caracterizan. A mí me tocó hasta agarrarme a puños para defenderla. Ella no sólo está enfrentada a la privación de su libertad, sino al entorno de los demás secuestrados, por el hecho de ser una mujer en medio de muchos hombres que llevan 10 años de abstinencia sexual. Después de que intentamos escaparnos la castigaron prohibiéndole el uso de plásticos para hacer respetar su intimidad y su dignidad. Como la obligan a dormir encadenada, cuando desea ir al baño por la noche, un guerrillero le trae una bacinilla y le alumbra con una linterna. ¿Puede un ser humano sufrir una peor degradación? Así como yo la protegía, ella hacía lo mismo conmigo. Durante el año en el que estuve acostado por mis múltiples enfermedades, ella me cuidaba y hasta me lavaba la ropa interior. Difícilmente habría sobrevivido sin su ayuda. Un día le dio por peluquearme y me dejó una cantidad de huecos. Mire: fue tal la trasquilada, que todavía no me crece el pelo.

M.I.R.: ¿Es cierto que ustedes habían planeado fugarse con Pinchao?
L.E.P.: Sí. Los tres llevábamos meses ahorrando comida que pudiéramos almacenar para la huida. Pinchao era el encargado de guardarla. Una noche tuve con él una discusión muy acalorada, y pensó que habíamos quedado peleados, así que agarró la comida y se escapó solo. Nos dolió mucho por ser tan buen amigo. Como castigo, nos tuvieron un mes en un bongo entre un ganado y unos plásticos, y nos convencieron de que Pinchao había muerto en el intento. Cuando nos enteramos por radio de que había logrado escapar, nos alegramos muchísimo y hasta dimos vivas con el pulgar para arriba frente al jefe del frente. Ya tuvimos oportunidad de darnos un fuerte abrazo y yo le dije que lo había perdonado. Él es un muchacho muy inteligente y siempre fue muy respetuoso con Íngrid. Le gustaba mucho preguntarnos cosas para aprender, desde cómo coger un cubierto hasta cómo funciona la Corte Constitucional.

M.I.R.: ¿Cuál diría que fue durante el tiempo que estuvo con Íngrid el momento más difícil que pasaron?
L.E.P.: En el caso de Íngrid, por lo menos uno de ellos fue el día en que se enteró por mi conducto de que su padre había muerto, un año antes. Yo se lo comenté porque pensé que ella ya lo sabía. Reaccionó desesperadamente y hasta quiso lanzarse al río. Pero por ese incidente supo que existía el programa de las Voces del secuestro y que a través de él podía recibir mensajes de su familia. Desde entonces oíamos el programa juntos. ¿El mío? Pues, además de mis múltiples infartos, después de dos años sin una sola hoja de papel higiénico y el desaseo al que nos obligaban las circunstancias, recuerdo con terror los días en que no nos daban de comer. En una oportunidad pasamos dos días enteros sin probar un solo bocado. Al tercer día, alguien logró cazar un mico pequeño, que al verse herido, nos señalaba su estómago ensangrentado y nos miraba con ojos suplicantes. A pesar de todo, tuve que comerlo para sobrevivir.

M.I.R.: ¿A qué sabe el mico?
L.E.P.: Me supo como a langosta con salsa de mariscos.

M.I.R.: ¿Alguna vez llegó a desear que intentaran rescatarlo, aun a riesgo de su vida?
L.E.P.: Le confieso que sí. Es que uno entra en unos grados impresionantes de desesperación y de desesperanza.

M.I.R.: No le veo ninguna pista del síndrome de Estocolmo…
L.E.P.: Es que no lo tengo. Por eso le puedo hablar con franqueza acerca del carácter de quienes fueron jefes de los frentes que me tuvieron en cautiverio. El más cruel fue el último, ‘Gafas’. Alias ‘Sombra’, actualmente capturado, trató de hacernos lo más vivible la situación, sin que lo esté excusando para nada.

M.I.R.: ¿Conoció a algún comandante?
L.E.P.: Al ‘Mono Jojoy’.

M.I.R.: ¡Ese debe ser terrible!
L.E.P.: ¿Sabe que no tanto? Nos saludó con mucha cordialidad y nos preguntó qué necesitábamos. Yo le pedí, imagínese, una cuchara, porque llevaba más de un año comiendo con los dedos. Íngrid le pidió unos artículos femeninos y se los mandó traer. ¡Hasta nos llegó de su parte un postre de Joyce! (Deliciosa pastelería que sólo tiene sede en Bogotá).

M.I.R.: ¿Cómo se regula la vida sexual en un campamento guerrillero?
L.E.P.: Oficialmente, las relaciones sexuales entre guerrilleros están permitidas los martes y los domingos. Las parejas deben inscribirse y actuar como tales. Quienes no tienen pareja pueden escoger. Pero las mujeres no tienen permitido decir que no tienen ganas. El sexo es considerado un servicio social y, por lo tanto, están obligadas a colaborar.

M.I.R.: ¿A Clara Rojas la violaron?
L.E.P.: No, que yo sepa. Pero le advierto que respeto profundamente su intimidad. Juzgar el comportamiento de una persona secuestrada es algo que jamás haría yo. Lo que sí nos contaron es que los dos guerrilleros a los cuales se les llegó a adjudicar la paternidad de Emmanuel fueron fusilados.

M.I.R.: Estoy de acuerdo con usted. No tenemos ningún derecho de juzgar las actuaciones de los secuestrados ni las reacciones de sus familiares, por absurdas que sean. Ninguna ley manda sobre el dolor de la ausencia que tanto los unos como los otros llevan por dentro. ¿Es cierto que usted cuidó a Emmanuel?
L.E.P.: Sí. La cesárea que le practicaron a Clara fue tremenda. La mandó un mes a la cama. Durante varios días lo alimentamos y le cambiamos los pañales. Íngrid le cosió un vestidito, pero no tuvo mejor idea que hacerlo con mi sábana.

M.I.R.: ¿Hablaban de volver a hacer política cuando los liberaran?
L.E.P.: Sí. Llegamos hasta a hacer un programa de gobierno de cuatro años. El primero sería dedicado a la mujer; el segundo, a la niñez, y así sucesivamente. Géchem lo releía.

M.I.R.: Pues ahora tendrá que ser un programa de gobierno de ocho años, por si el Presidente se queda otros cuatro. ¿Significa eso que volverá a la política?
L.E.P.: Yo definitivamente lo tengo descartado. Nunca más. Sobre Íngrid, no se si salga de su cautiverio con ganas y fuerzas de relanzar su campaña presidencial. Ojalá, porque esa es una mujer muy berraca.

M.I.R.: ¿De qué va a vivir?
L.E.P.: Tengo una pensión modesta que me ayudó a tramitar mi esposa.

M.I.R.: ¿Por qué cree que usted fue uno de los liberados unilateralmente por la guerrilla, si no era complaciente con ellos y fue tan rebelde como Íngrid?
L.E.P.: No tengo ni idea. Pero sí la seguridad de que en ello influyó la admirable forma como mi esposa luchó por mi liberación, trabajando por mi causa donde pudo y con quien pudo, hasta que finalmente logró la ayuda del presidente Chávez y de Piedad Córdoba. A ella le debo mi libertad –nunca sabré cómo agradecerle todo ese amor– y muchos años de vida matrimonial, lo mismo que les debo tantos años de paternidad a mis hijos. Lucharé por devolverles todo este tiempo en el que nos tuvieron separados, comenzando desde este mismo fin de semana, en el que me llevo a mi esposa para San Andrés.

M.I.R.: ¿Ya habló con el presidente Uribe?
L.E.P.: Sí. Y lo primero que le dije es que tenía que confesarle lo sentido que estaba con él, porque nunca recibió a mi esposa, que llevaba una carta mía para él. Pero después le dije que no le guardaba ningún rencor, lo cual es totalmente cierto.

M.I.R.: Me tiene admirada la tenacidad con la que ha preparado y viene promoviendo un plan para el intercambio humanitario. ¿La propuesta que lanzó el Presidente el jueves en la noche surge de lo que conversaron juntos?
L.E.P.: Sí. Me puse feliz cuando la escuché, estoy agradecido con el Presidente y me siento orgulloso de pensar que esto ya arrancó. Créame que este acuerdo lo veo muy factible. No me pida que le amplíe mucho más mi propuesta porque ella necesita irse construyendo paso a paso y, en lo posible, con la mayor discreción.

M.I.R.: ¿Creyó cuando le contaron que lo iban a liberar?
L.E.P.: Me enteré por radio, pero no lo creí posible hasta última hora. Mis compañeros de cautiverio me llenaron de encargos para sus familiares. Sobre todo cartas, pulseras y cinturones tejidos… Horas antes de que nos liberaran nos dejaron bañar e incluso como media hora, cuando por lo general no se nos permitía hacerlo más de 15 minutos. Yo me echaba estropajo feliz para llegar lo más limpio posible al reencuentro con mi esposa. Lo que no nos imaginábamos es que nos estaban dando todo ese tiempo para que pudieran requisar nuestra ropa para decomisarnos todos los envíos. Yo incluso llevaba un encargo escondido en la manga de la camisa y allí lo encontraron.

M.I.R.: ¿Qué ansiaba comer apenas lo liberaran?
L.E.P.: Una hamburguesa. Pero cuando me la trajeron, no pude probar bocado. Todavía no recupero el apetito.

M.I.R.: ¿Duerme bien?
L.E.P.: Duermo poco, pero duermo. Después de estar durmiendo siete años en una hamaca o sobre unas tablas, la cama me estorba. Además, desde hace siete años no dormía en compañía.

M.I.R.: ¿Qué tan difícil es la convivencia en cautiverio?
L.E.P.: Una de las cosas más difíciles. Salvo por la compañía de Íngrid, yo hubiera preferido pasar solo esos siete años. Me habría resignado a hablar con los árboles y a cantar las canciones del cantante de las Farc, así fueran sus rancheras en contra del general Bonnett.

M.I.R.: ¡Por favor! ¡Qué desesperación! ¿ Se despierta con pesadillas sin saber dónde está?
L.E.P.: No mucho. Salvo el fin de semana pasado, que estaba en una finca y comenzaron a sonar unas detonaciones. Me desperté pensando que era un bombardeo, pero, por fortuna, tan solo eran unos voladores que se estaban lanzando en la vecindad por el cumpleaños de la hija de William Vinasco.

M.I.R.: ¿Cómo fue ese último y breve encuentro con Íngrid?
L.E.P.: Nos cruzamos por pocos minutos. Cuando la vi en el estado en el que se encontraba, tuve que hacer una cara de impresión espantosa porque ella de inmediato me dijo: “No se preocupe, que ya me están dando calcio y vitaminas”. La cara se le veía como cuando una anciana se quita la caja de dientes y se le chupa toda la boca. Me fui con el alma partida, pero no dejaré de trabajar hasta ver a Íngrid y a todos mis demás compañeros de cautiverio en libertad.