Home

Nación

Artículo

PROBLEMAS ENTRE VECINOS

Polémica en Cartagena por intento de Julio Mario Santo Domingo de parar la obra del nuevo hotel de Pedro Gómez Barrero., 27716

5 de febrero de 1996


HACE CUATRO AÑOS, CUANdo el Banco de la República abrió una licitación para vender las instalaciones de lo que quedaba del antiguo Claustro de Santa Teresa, en Cartagena, entre los aspirantes a comprar el edificio sobresalieron dos competidores particularmente interesados en quedarse con ese trofeo: Pedro Gómez Barrero y Julio Mario Santo Domingo. El primero quería construir el mejor hotel de la Heroica y consideraba que por su ubicación, dimensión y características arquitectónicas el antiguo convento de Santa Teresa reunía todos los requisitos para integrar el concepto del turismo de cinco estrellas con la tradición histórica de la ciudad. El segundo, Santo Domingo, había comprado hacía tiempo prácticamente toda la cuadra de atrás del claustro, donde construyó una de las mejores mansiones de Cartagena, y con la compra de la construcción de enfrente quería controlar su privacidad, pues desde lo alto del claustro se alcanza a visualizar la terraza, parte de la cancha de tenis y algo del jardín de la piscina. Al abrirse los sobres, la propuesta ganadora fue la de Pedro Gómez, quien con una inversión de 1.800 millones de pesos le ganó la batalla a Santo Domingo por 600 millones de diferencia.
Desde ese momento el conflicto estaba planteado. Y ese conflicto es el que precisamente están viviendo los colombianos que no salieron del país en esta temporada de vacaciones. Se trata de la polémica alrededor del Hotel Santa Teresa que la firma Pedro Gómez y Cía., bajo la dirección del arquitecto restaurador Alvaro Barrera, viene adelantando desde abril del año pasado.
La pelea comenzó cuando a comienzos de diciembre apareció en la revista Cromos un artículo titulado "Cartagena otra vez sitiada", en el que la unidad investigativa del semanario se fue lanza en ristre contra el proyecto de restauración, con el argumento de que la obra violaba múltiples normas urbanísticas en lo que tiene que ver con la restauración y la conservación del patrimonio inmueble de la ciudad. A ese artículo le siguieron otros en la misma revista así como notas en Caracol y en el Noticiero Nacional, todos medios de comunicación del Grupo Santo Domingo. En éstas se acusaba a Pedro Gómez de toda suerte de irregularidades que iban desde evadir impuestos hasta el tráfico de influencias, pasando por la violación de normas urbanísticas y hasta atentados contra el patrimonio. Que surjan en Cartagena polémicas de esta naturaleza no es raro, más cuando se trata de criterios de restauración. Lo que no ha dejado de causar sorpresa es la ferocidad de la arremetida del Grupo Santo Domingo contra la construcción. Campañas orquestadas a través de todos los medios de comunicación del conglomerado se habían visto en el pasado, pero en casos como el de Ardila Lulle, quien al fin y al cabo desafió el monopolio cervecero de Bavaria, o el de Rudolf Hommes, quien acusó a Santo Domingo de evasión de impuestos. Pero teniendo en cuenta que Gómez Barrero es un hombre caballeroso y discreto, considerado hasta el momento sin enemigos, llamó la atención que le "soltaran los perros" de esa forma.
Ante todo esto Gómez Barrero se ha limitado a un escueto comunicado que manifesta que los planos fueron debidamente aprobados en octubre de 1994 por el Consejo Nacional de Monumentos, que la alcaldía menor de Cartagena, con ratificación del alcalde Mayor de entonces, José Antonio García, expidió la licencia de construcción a finales del mismo año y que los impuestos correspondientes a la obra fueron pagados oportunamente. Por lo demás, el constructor se ha abstenido de personalizar el conflicto.
¿Cuál es la realidad de todo este asunto? La verdad es que en Colombia las normas urbanísticas son discrecionales y para cada construcción hay varias interpretaciones posibles. Y aunque en el caso del hotel Santa Teresa el asunto es más delicado por tratarse de una restauración, también en este campo existen facultades de interpretación. Teóricamente la opción más romántica, según los nostálgicos, era la de rescatar la edificación tal y como era entonces, respetando al máximo sus espacios y sus volúmenes. Sin embargo, los expertos están de acuerdo en que en el caso del Convento de Santa Teresa la norma no podía aplicarse al pie de la letra, porque se trataba de un conjunto de tres edificaciones con distinto valor patrimonial: la iglesia del convento, declarada monumento nacional, una casa de claro estilo colonial que debia ser igualmente preservada en su totalidad, y un claustro, mezcla de estilo colonial y republicano, del que sólo era rescatable una de sus fachadas. Teniendo en cuenta estas caracteristicas, el equipo de Pedro Gómez, liderado por Alvaro Barrera, presentó ante el Consejo de Monumentos un proyecto de restauración que contemplara la libertad de reconstruir la parte republicana que era imposible recuperar por su estado critico de ruina. Los planos del proyecto fueron analizados por el Consejo de Monumentos Nacionales durante 16 meses y finalmente el organismo dio el visto bueno a finales de 1994.
Como en todas las obras de esta naturaleza, siempre aparecen voces a favor y en contra. Pero en última instancia lo que importa es si los planos fueron aprobados en forma legal por los organismos competentes y si la obra se está llevando a cabo de acuerdo con la interpretación fidedigna de esos planos. El Hotel Santa Teresa se ajusta a la totalidad de las normas exigidas. El propio secretario de Control Urbano de Cartagena, Ricardo Amin, reconoce que todo está en regla y se ciñe al proyecto aprobado por el consejo. "Lo que hay de construcción nueva y que ha armado un escándalo sin sentido, comenta una fuente cercana al problema, tiene que serlo, pues lo que había antes ahí estaba en un estado de ruinas irrecuperable". En otras palabras, en términos juridicos el asunto está fallado.
Desde el momento en que la obra cuenta con el visto bueno del Consejo y la licencia de construcción expedida por la alcaldia, no a cualquier persona se le ocurriria tumbarla. Pero Santo Domingo no es precisamente "cualquier persona" y la campaña ordenada por él tiene por objeto tumbar la construcción de madera diseñada para la terraza desde la cual se alcanza a ver parte de su patio.
"Julio Mario es una persona obsesionada con su privacidad y para él el asunto es de vida o muerte", dijo una fuente allegada a la polémica. Esta consideración es respetable pero no vuelve el problema solucionable. La mayoría de los colombianos tienen frente a sus ventanas una torre que preferirian no tener, pero no se les ocurriria que la puedan tumbar. El mismo Gabriel García Márquez, con el recién inaugurado hotel Santa Clara, queda igual de perjudicado que Santo Domingo, pero no se le ha ocurrido irse lanza en ristre contra los constructores del Santa Clara ni orquestar una campaña para echarlo abajo. La misma fuente afirma: "la única forma que tenía Julio Mario de controlar su privacidad era haberle ganado la subasta a Pedro Gómez. Pero desde el momento en que perdió, la situación se sale de sus manos".
Santo Domingo, sin embargo, no se da por vencido. Su estrategia consiste en que la clase politica de la ciudad y los gremios locales se pronuncien en contra del proyecto. Tiene a su favor el hecho de que prácticamente todos los politicos de Cartagena han recibido financiación electoral de su grupo. Por otro lado muchos gremios son contro lados por el conglomerado y esto le permite un campo de maniobra amplio para ejercer su influencia.
Hasta ahora este apoyo Io ha conseguido más en privado que en público, pues parar la restauración del Santa Teresa no es nada fácil. Primero porque jurídicamente todo está en regla. Y en segundo lugar, porque Pedro Gómez es un hombre de negocios respetado en la Ciudad Heróica por los desarrollos turísticos que está promoviendo allí, los cuales no sólo contribuyen a generar mano de obra y divisas sino que han ayudado a revitalizar el centro histórico.
El problema tal vez habría podido tener solución si Santo Domingo hubiera planteado en forma cordial las incomodidades personales que le creaba la obra antes de que ésta se encontrara tan adelantada. Al fin y al cabo Gómez Barrero es una persona conciliadora que siempre había contado con excelentes relaciones con el Grupo. Pero nada de esto sucedió y la declaratoria unilateral de guerra que trata de poner en tela de juicio no sólo el prestigio del proyecto sino la integridad del nombre de Pedro Gómez Barrero, no parece tener posibilidad de conducir a una solución.