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La Iglesia promueve las ciencias

La manipulación de embriones humanos busca la cura de graves enfermedades;el problema está en que en ella el embrión muere y ahí existe una vida humana, argumenta el sacerdote Carlos Novoa.

Carlos Novoa S.I*
30 de enero de 2005

La Iglesia Católica promueve el auténtico progreso de las ciencias, como la afirma el Concilio Vaticano II. Por esto, Juan Pablo II viene invitando a la universidad católica para que impulse el desarrollo del saber científico "con el fin de garantizar que los nuevos descubrimientos sean usados para el auténtico bien de cada persona y del conjunto de la sociedad humana". En esta línea, dicha universidad debe promover "el desarrollo de los pueblos que luchan por liberarse del yugo del hambre, de la miseria, de las enfermedades endémicas y de la ignorancia", añade el Papa. Desde esta perspectiva no tiene por qué existir una contradicción entre la ciencia y la fe. Todo lo contrario, como lo sostiene el Concilio Vaticano II.

Gracias a Dios están lejanos los tiempos en los cuales se pretendió hacer afirmaciones científicas en las ciencias sociales o empírico-analíticas desde la Biblia o el magisterio eclesial. De aquí, que Juan Pablo II le haya pedido perdón a la humanidad por la injusta condena que en su momento profirió la institución eclesiástica contra el gran científico Galileo Galilei. Asimismo, este Papa ha afirmado que la validez de la teoría de la evolución de las especies no se contrapone para nada con el camino del evangelio.

"Son, a este respecto, de deplorar ciertas actitudes que, por no comprender bien el sentido de la legítima autonomía de la ciencia, se han dado algunas veces entre los propios cristianos; actitudes que, seguidas de agrias polémicas, indujeron a muchos a establecer una oposición entre la ciencia y la fe", señala el concilio citado.

La gran mayoría de los científicos contemporáneos, católicos o no, reconocen y afirman las ineludibles implicaciones éticas del desenvolvimiento del saber. O sea que la ciencia tiene su propia autonomía, la cual, sin embargo, no se puede llevar a cabo de cualquier manera. Y el criterio fundamental en este sentido es el respeto y auténtica promoción de la dignidad y la vida humanas, como lo señala la 'Declaración niversal de los derechos humanos de 1948', absoluto moral que podemos reclamar para las más diversas religiones, culturas, nacionalidades o corrientes de pensamiento.

La comunidad católica hace suyo este consenso universal que también se halla en el centro mismo de la vida de Jesús, y desde el cual estimula el devenir del saber, al mismo tiempo que cuestiona aquellas investigaciones y técnicas que se alejan del mencionado consenso. En esta práctica, la Iglesia no está apelando a motivos religiosos institucionales con el ánimo de imponérselos a todos, sino que simplemente aboga por el respeto de valores humanos universales fundamentales que también le son propios. Por ejemplo, las armas atómicas son un avance del saber de carácter absolutamente inhumano, de aquí que Juan Pablo II abogue por la eliminación total de tales armas y esté convocando a toda la humanidad al desarme total, simultáneo de todas las partes y efectivamente controlado, ya que nos recuerda él cómo "la guerra siempre es una derrota de la humanidad".

Asimismo, muchos desarrollos técnico-industriales generan una seria contaminación ambiental, los cuales están poniendo en grave peligro la subsistencia de la naturaleza y de la especie humana. Serán desarrollos científicos pero de carácter inmoral y por esto son inaceptables. El avance de la industria es necesario pero no de cualquier manera, fines buenos no justifican medios inhumanos para alcanzarlos.

Algo similar está sucediendo con algunas prácticas científicas en genética tales como la manipulación de embriones humanos. Se busca con esta manipulación la cura de graves enfermedades; el problema está en que en ella el embrión muere y ahí existe una vida humana. Una existencia humana inocente e indefensa es sagrada y nadie tiene derecho a eliminarla, esto se halla en el corazón de los derechos humanos más elementales.

La fusión inmediata del óvulo y el espermatozoide da paso al llamado cigoto, que en pocos días de desarrollo se convierte en embrión. Algunos científicos sostienen que solo habría vida humana a partir del día 14 de tal fusión, cuando empieza la consolidación del sistema nervioso. En cambio, muy serias personas de ciencia afirman que hay existencia humana desde el momento mismo de la mencionada fusión, ya que en ella se dan los elementos fundamentales que se consolidarán como un feto y luego como un recién nacido. Sostener lo contrario sería semejante a decir que un bebé no es una persona humana porque no tiene la autonomía o racionalidad de un niño o un adulto. Por estos hechos, muchos sectores de la humanidad, no solo los católicos, constatamos que el embrión es vida humana.

Si mujeres y hombres hemos logrado avances tan asombrosos como la fibra óptica, la Internet, las naves espaciales o las terapias cardiacas que salvan miles de vidas, las cuales hasta hace poco eran imposibles, de la misma manera, haciendo recurso de la gran capacidad y creatividad que nos caracterizan podremos hallar remedio a nuestras patologías médicas sin sacrificar vidas. No es legítimo experimentar en un paciente produciéndole grave daño o la muerte misma.

* Doctor en Ética Teológica, sacerdote jesuita