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Acoso justificable

Posicionar el miedo en el colectivo ciudadano fue el primer paso de una campaña exitosa que continúa hoy. El miedo, como se sabe, paraliza, y un pueblo paralizado por el miedo puede ser manipulado hasta el extremo de convertirse solo en títere de un espectáculo triste y risible.

Joaquín Robles Zabala, Joaquín Robles Zabala
8 de noviembre de 2017

La primera acepción de “acosar”, según el DRAE, es “perseguir sin tregua ni descanso a una persona para atraparla, o a un animal para cazarlo”. Otra acepción hace referencia a esas personas que insisten en una acción, una petición, preguntas o quejas, o continúan en una situación o una idea que resulta molesta o dañina para otra. Acosar es intimidar, ya que busca que alguien haga o entregue algo. Es decir, que una persona, o grupo de personas, ceda ante la pretensión de otra u otras. Por lo general, este tipo de situaciones se presenta en una relación de jerarquía: de padre a hijo, de profesor a alumno, de jefe a subalterno o de empleador a empleado. Lo que viene denunciándose hace un par de años en el mundo del espectáculo hollywoodense no es nuevo: siempre ha ocurrido, solo que ahora los afectados notifican los hechos ante las autoridades o la prensa.

El acto de acosar puede disfrazarse de buenas intenciones, aunque en el fondo sea solo coacción pura. Y la coacción siempre está apoyada en la autoridad o la fuerza. De manera que el que coacciona tiene en su haber el poder, no importa si este es social, político, económico o laboral. Los gobiernos totalitarios, los grupos religiosos, los Estados dictatoriales y las agrupaciones terroristas suelen utilizar la coacción como arma para intimidar y perseguir a sus enemigos. Lo hizo la Iglesia católica en España durante la Edad Media al crear el Santo Tribunal de la Inquisición para oprimir a todo aquel que profesara una creencia religiosa distinta a la católica, lo puso en práctica Adolfo Hitler contra los judíos, Iósif Stalin en la Unión Soviética después del triunfo de los aliados en la Segunda Guerra Mundial y el Partido Comunista chino contra los organizadores de las protestas de la Plaza Tiananmén en 1989.

La “persecución política” que ejerce un gobierno sobre sus detractores solo puede calificarse de “acoso”. Y el acoso, por lo general, siempre va acompañado de mentiras y difamaciones, humillaciones y ofensas, pues es una conducta que busca crear un contexto intimidatorio. Cuando un juez dicta sentencia a un imputado no está cometiendo acoso, ni cuando un fiscal investiga una conducta punible de un sujeto que ha sido denunciado, tampoco. Sin embargo, cuando un político poderoso utiliza sus influencias para intimidar a sus detractores, sí. El verbo hostigar tiene entre sus sinónimos “perseguir”, una acción que busca incomodar, molestar, producir temor en quien recibe la intimidación.

En Colombia son recordadas las intimidaciones de Pablo Escobar a reconocidos funcionarios de los gobiernos de la época. Algunas eran más explícitas que otras, pero, al final, buscaban el mismo efecto: la coacción y coerción como motivaciones principales. Lo anterior lo tienen hoy bien claro tanto extorsionistas como secuestradores: producir miedo para alcanzar sus objetivos. Lo ponen en práctica las agrupaciones al margen de la ley y las mafias políticas del país. No hay que olvidar que antes de que el presidente Uribe llegara a la Casa de Nariño se desató a lo largo del territorio nacional una cadena de atentados en las calles de las grandes ciudades. El fin era producir terror, un terror que se fue apoderando de los ciudadanos que reclamaban de mil modos distintos “seguridad”, pues salían de sus casas en la mañana temprano pero no tenían la certeza de que regresarían vivos.

Vender terror para ganar seguridad fue una estrategia maquiavélica que alcanzó sus frutos con la llamada “seguridad democrática” que implementó el Gobierno a lo largo de ocho años. De esta manera la seguridad de los colombianos se convirtió en un “caballito de batalla” y en una obsesión política del presidente de entonces, sin que los ciudadanos supieran que muchos de los “atentados terroristas” que sufrieron fueron prefabricados por los mismos que tenían como deber constitucional evitarlos. Las Farc y el ELN eran la semilla de todos los males del país, y los medios de comunicación, por supuesto, ayudaron a la creación de ese mapa nacional de la incertidumbre. En otras palabras, toda Colombia, desde La Guajira hasta Amazonas, y desde el Pacífico hasta los Llanos Orientales, se convirtió en un enorme laboratorio que tenía como objetivo crear el virus de la “inseguridad”.

La seguridad democrática, en este sentido, fue el antídoto. Y, como tal, requirió de una enorme inversión económica de la sociedad. ¿Estrategia? Pues sí, ya que todo negocio requiere, necesariamente, de una inversión. Y la seguridad no es la excepción de la regla. Era la puesta en marcha de las teorías expuestas por George Orwell, en las que aseguraba que llegaría el momento en que los ciudadanos sacrificarían su libertad por la seguridad personal.

La teoría del alarmismo consistió en crear caos: posicionar el miedo en el colectivo ciudadano. Fue el primer paso de una campaña exitosa que continúa hoy. El miedo, como se sabe, paraliza, y un pueblo paralizado por el miedo puede ser manipulado hasta el extremo de convertirse solo en títere de un espectáculo triste y risible. Como en las Fuerzas Armadas, se buscó unificar el pensamiento de la sociedad sobre un solo y único enemigo: la inseguridad producida por los violentos que soñaban con destruir el país y espantar con sus actos la inversión extranjera.

La violencia, queramos aceptarlo o no, es un factor que desune los hilos de la sociedad y la fractura, y una sociedad fragmentada es una sociedad sin futuro. De manera que intentar cohesionar las fichas del tablero es un imperativo. En ese acto todos ponen. Y la libertad de los individuos es la primera que se sacrifica en favor del bien común, como lo expuso Orwell. Pero una cosa es crear desde el poder los enemigos y otra distinta son los enemigos reales. Y en política los enemigos son necesarios porque todo acto social está enmarcado dentro del ámbito político. Y todo enemigo es una motivación, ya que fortalece los actos y evita dar explicaciones.

Lo anterior está ejemplificado de mil maneras en la reciente historia de Colombia. La creación de los grupos paramilitares es apenas la punta del gigantesco iceberg. Y la justificación no dada fue la seguridad del campo. Luego vinieron las múltiples masacres que el país conoce, los 4.000 muertos por los célebres falsos positivos de los que aún queda mucho por explicar, las “chuzaDAS” a periodistas, magistrados y otros, los asesinatos selectivos de profesores y sindicalistas y una larga lista que no cabría en este corto espacio.

La creación del castrochavismo para infundir miedo fue sumamente exitosa en el plebiscito pasado. La ideología de género y las cartillas que volverían homosexuales a los muchachos se convirtieron, en términos beisboleros, en un jonrón con bases llenas. Ahora van por la Jurisdicción Especial para la Paz, y como las veces anteriores empiezan a enfilar las baterías en una campaña que busca convencer a los colombianos de que las Farc en política serán peores que las Farc alzadas en armas. No faltará quien les crea, claro,pues saben que una mentira repetida mil veces puede convertirse al final del día en un axioma.

En Twitter: @joaquinroblesza
E-mail: robleszabala@gmail.com

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