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25 años, y la Constitución ahí

A esta Constitución que hoy le da un marco a la paz, le ha tocado por 25 años defenderse con uñas y dientes de los ataques para deformarla, manosearla, y hasta derrocarla.

Ana María Ruiz Perea, Ana María Ruiz Perea
5 de julio de 2016

La noche del 4 de julio de 1991, siguiendo la transmisión por televisión, los colombianos escuchamos asombrados el coro del Mesías de Handel mientras en el Capitolio uno a uno los constituyentes firmaban la primera copia impresa de la nueva Constitución Política de Colombia.

La idea fue de Álvaro Gómez Hurtado. Para él que nunca fue Presidente, estos coros celestiales debían acompañar la grandeza del momento, el parto de lo que él llamaba “Acuerdo sobre lo fundamental”, que no era otra cosa que abrir el espacio político para crear entre todos una manera básica de convivir. Fuerzas oscuras, oscurísimas, dentro del establecimiento, lo mandaron a matar antes de que supiéramos cómo iba él a defender a esa hija que era su orgullo, su logro político más alto. Para los 74 constituyentes, incluidos los otros godos que en su momento hicieron pataleta, es un honor haber hecho parte de ese grupo, que fue el primer retrato oficial de la pluralidad política en Colombia.

Han pasado 25 años y esa Constitución sigue vigente. Para pesar de los pesares de los que han pregonado su muerte tantas veces, y de los que vaticinaban que se arrasaría con ella en el actual proceso de paz con las Farc, salió incólume de la mesa de negociación, hasta ahora solo con unos artículos transitorios, que como su nombre lo indica, pasarán sin afectar la columna.

La prueba de fuego de mantenerse en pie después de acuerdos de paz, dice mucho del talante incluyente de la Constitución; sucedió con los paramilitares, sucede ahora. Yo supongo que la gente de las Farc estudió la Constitución del derecho y del revés antes de dejar de pronunciar la palabra “constituyente”, posiblemente hayan visto que nada en su redacción atenta contra las rutas acordadas para la paz. Cuando las partes aceptan la vigencia de una norma y la validez del examen a los acuerdos bajo su perspectiva, la paz tiene un marco.

Pero a esta Constitución que hoy le da un marco a la paz, le ha tocado por 25 años defenderse con uñas y dientes de los ataques para deformarla, manosearla, y hasta derrocarla. Hay que ver las impudicias constitucionales que se han llegado a decir en los debates de cualquier Comisión Primera del Congreso, exabruptos que para bien de todos nunca llegaron a ser ley. El Procurador puede exigir mil veces a la Corte Constitucional que reverse los derechos de la gente, que la Constitución siempre le manda a decir que no sea atrevido, que la igualdad es mandato superior. ¿Qué un presidente quiere perpetuarse? Pues la Constitución no lo deja. ¿Qué los mineros quieren los páramos? No señor, como le parece que no se va a poder. La tutela sigue ahí, a pesar de incontables proyectos para “reformarla”. Y así.

La Constitución es regente. Las decenas de reformas constitucionales que le han hecho, algunas tal vez necesarias y muchas no, no han logrado hacer mella en su espíritu. Hay moretones y cicatrices y remiendos, pero el cuerpo entero sigue vivo y latiendo. Las quejas que tenemos de ella no vienen de sus achaques, sino de su falta de plena vigencia.

El problema es la desazón que la Constitución nos produce por su incapacidad para producir el mejor estado de cosas que desde hace 25 años nos promete. No es que la Constitución se “quede corta”, es que no hemos sido capaces de ahondar lo suficiente en ella para avanzar en su propuesta de democracia y de sociedad.

La Constitución tiene dos partes. Una Carta de Derechos que demasiados colombianos ignoran, y una arquitectura para el funcionamiento del Estado. En virtud de la primera, por ejemplo, en Colombia se reconocen la diversidad política, de pensamiento, territorial, étnica, religiosa y de género. En la segunda parte habita el equilibrio de los poderes, y con él, los choques de trenes, las luchas intestinas por cuartos de hora de autoritarismo, el encubrimiento y la impunidad de los crímenes, la inoperancia y la indolencia del Estado para millones de ciudadanos.

En términos generales, algo está muy bien en la primera parte y algo maloliente se cuece permanentemente en la segunda. En la incapacidad del Estado para funcionar mejor, vive enquistada la corrupción. Algo quedó mal conectado en la Constitución para que en estos 25 años las manos sucias se apoderaran de todas las instancias del poder con tal impunidad. Que Pretelt siga siendo Magistrado es solo la cereza del ponqué, una bofetada a la dignidad nacional. Que la Ley exista solo hasta que aparece el billete, es una dinámica que rompe hasta la trama más fina que se teja para la operación del sistema democrático.

Así las cosas, tanta reforma constitucional casi resulta inocua, cuando no peligrosa, en la medida en que no ha servido en absoluto para extirpar la corrupción, origen y fuente inagotable del desajuste institucional. La Constitución podrá estar viva otros 25 años, afrontando una reforma tras otra, mientras el país trata de corregir la terquedad de la inoperancia del aparato estatal; lo cierto es que no hay reforma que sirva mientras no se adopten las medidas para romper, en serio, con la nefasta dinámica de la corrupción, el denso aceite que mueve la maquinaria del Estado.

@anaruizpe

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