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Andrés Felipe Arias, el hombre más bajo del mundo

Me imaginé a Arias en Italia. En menos de un mes promovería una reforma agraria para despojar de sus tierras a los más pobres y entregárselas a Berlusconi.

Daniel Samper Ospina
18 de septiembre de 2010

Hace algunos días, y ante los celos de la doctora Elsa Noguera, Juan Manuel Santos recibió en Palacio a Edward Niño, el hombre más bajito del mundo según el récord Guinness, y lo subió en las piernas y lo agarró por la espalda. Me parece una escena conmovedora. Jamás me burlaría de algo semejante. Cada quien se distensiona como puede, y si el Presidente recarga energías jugando a ser ventrílocuo, creo que debemos respetarlo.
 
Y no solo respetarlo, sino aplaudirlo: yo, al menos, me siento orgulloso de ser gobernado por un mandatario que saca tiempo para recibir a un enano con gafas oscuras e invierte unos buenos minutos de su agenda en verlo bailar reguetón encima de una mesa. He ahí un humanista.
 
Un humanista, sí, pero también un animal político. Porque la visita de Edward Niño al Palacio no es una simple anécdota folclórica. Al revés: se trató de una jugada genial del Ejecutivo, que persigue varios objetivos. El primero de ellos es lograr el ingreso oficial del enanismo a la Unidad Nacional. Desde cuando Luis Alberto Moreno ocupó una cartera en el gobierno de Andrés Pastrana, ese gremio no había contado con representación efectiva en la rama ejecutiva.
 
Quien presionó para que Santos recibiera a Edward en Palacio fue el ministro de Protección, Mauricio Santamaría, impulsado por un instinto gremial.
 
Pero fue el presidente Santos el que, en un gesto de estadista, aceptó y le dio una cita y lo puso a bailar al lado de un florero, lo cual desató varios aplausos en los presentes, pero a la vez una cascada de celos que puede poner en aprietos al gobierno. Fernando Villate y César Mora, para no ir más lejos, piden ahora, ellos también, que el Presidente los reciba, los alce en su regazo y les regale discos y tratamientos de salud.
 
Sin embargo, el desgaste de manejar esas envidias es un precio menor. Lo que hizo Santos fue una jugada a tres bandas que demuestra su increíble talento político. Por un lado, tener un enano en Palacio, y que no sea José Obdulio, es una manera de marcar distancias con el gobierno anterior. Por el otro, Edward puede ingresar al equipo de Carlos Donoso, lo cual terminará de aliviar las relaciones con Venezuela. Y, por si fuera poco, al ritmo en que caen presos los congresistas colombianos será inevitable clausurar el Congreso y resucitar la figura momentánea del 'Congresito', como en la Constituyente de 1991: ¿y quién mejor que una persona de las dimensiones de Edward para dirigirlo? Ahora bien: ¿puede llegar a alguna parte un país que tuvo una institución denominada 'el Congresito'? ¿No es Colombia un país imposible?
 
Consciente del poder del hombre más pequeño del mundo, Santos compró su apoyo con una serie de regalos irresistibles: una colección de reguetón, un carné del Sisbén, y un computador, aunque parece que era de segunda, que era el de Raúl Reyes. En el gobierno pasado, que eran más generosos, a Edward le habría ido mejor: Valencia Cossio le habría regalado un triciclo y Sabas, una notaría. Una notaría chiquita; una notaría en Divercity.
 
Pero si el ingreso del pequeño Edward a Palacio fue una jugada de alta filigrana política, lo que no tiene presentación es que esa misma tarde el Presidente haya recibido de manera idéntica a Andrés Felipe Arias. También lo alzó, también lo sentó en los muslos. Y le regaló ya no un carné del Sisbén, sino la embajada en Italia.
 
Confieso que, en un primer momento, me llenó de indignación ese nombramiento. Soy un resentido, lo reconozco. Disfrutaba como pocos ver a Arias sin carro oficial, obligado a tomar taxi como cualquier mortal, y soportando que cada taxista lo pusiera en el vidrio de atrás, de adorno, para que moviera la cabeza al vaivén de los movimientos del carro.
 
Pero después entendí que despacharlo a Italia era una manera de salir de él e, incluso, de devolverles favores a los abuelos de Benedetti, de Giorgo Sale, de Mancuso y de tantos otros italianos con cuya descendencia vivimos agradecidos.
 
Al mandarlo a Roma, además, el Estado colombiano está enviando el mensaje de que 'el Pincher' terminará en un guacal de La Picota. Hay una ley al respecto. Antes de arrestar a alguien deben nombrarlo en un cargo diplomático en Italia. Miren a Jorge Noguera. Y estén atentos con Sabas y César Mauricio.
 
Pero justo cuando me parecía una buena maniobra haberlo expulsado a Italia, me imaginé a Arias en esas tierras. Camorrero, como es, sería miembro de La Camorra, mascota de la Cosa Nostra. Y en menos de un mes promovería una reforma agraria para despojar de sus tierras a los gitanos más pobres y entregárselas a Berlusconi.
 
Entonces, me deprimí.
 
No nos engañemos: Edward Niño puede ser el colombiano más chiquito, pero Arias es el más bajo. Por eso mi propuesta es que los cambien. Que manden a Edward a la embajada en Italia. Y que le pongan al 'Pincher' unas gafas oscuras y lo dejen en Colombia bailando reguetón al lado de un florero.
 
Ojalá lo considere el presidente Santos. Es recortarle las mangas al esmoquin tetillero que dejó Uribe y el hombre más chiquito del mundo queda con vestido de embajador. No dudo que sería mejor funcionario que 'el Pincher': a diferencia de Arias, Edward no es tan bajito de punto.

 
 



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