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AQUI NO HA PASADO NADA

Antonio Caballero
28 de junio de 1999

Impresionante: renuncian de una sola tacada el Ministro de Defensa y más de la mitad de los
generales de las Fuerzas Armadas. En cualquier país del mundo, ya sea inmenso como la China o
insignificante como Liberia, civilizado y rico como Francia o atrasado y miserable como Haití, o lo que
escojan ustedes de las infinitas posibilidades intermedias entre la riqueza, la pobreza, la inmensidad y la
insignificancia, un hecho como ese tendría tremendas consecuencias. Pero pasa en Colombia, y no
pasa nada.
Nada de nada. Al día siguiente de la renuncia colectiva el comandante de las Fuerzas Militares dice que no
pasa nada, que en realidad nadie se va. El Presidente de la República dice lo mismo: que como no pasa
nada él sale otra vez de viaje, al Canadá esta vez. Los jefes guerrilleros dicen que también en lo que a ellos
respecta todo sigue igual. Y los periódicos, por su parte, se limitan a informar con alivio: "Pasó la
tempestad". Como se les dice a los niños cuando lloran por un susto: "Ya pasó, ya pasó...". Unas
palmaditas en la espalda para quitarles el hipo, y ya.
Porque nunca pasa nada en Colombia, aun cuando pasen las cosas más tremebundas y más inverosímiles.
Son asesinados media docena de candidatos presidenciales, y no pasa nada. Queman viva a toda la cúpula
de la justicia, y no pasa nada. Un terremoto destruye medio país, y las riadas del invierno de llevan al otro
medio, y no pasa nada. Se roban entero el presupuesto del Estado central, el de todos los departamentos y
el de todos los municipios, y no pasa nada. Hay una guerra abierta en campos y ciudades que deja cada año
millares de muertos y cientos de millares de refugiados, y no pasa nada. Van a la cárcel todos los
parlamentarios, los gobernadores, los ministros, los alcaldes, y no pasa nada (salvo que salen reelegidos).
La Fuerza Aérea exporta cocaína, y no pasa nada. Las guerrillas exportan cocaína, y no pasa nada. Los
narcos propiamente dichos exportan cocaína, y no pasa nada. Hay corrupción, inundaciones, erupciones
volcánicas, apariciones de la Virgen, reformas constitucionales, sublevaciones armadas, epidemias,
hambrunas, éxodos, batallas, cambios de clima, extinción de la flora y de la fauna. Pero no importa, porque
no pasa nada.
En realidad es al revés, naturalmente, y es por eso que debería importar: porque justamente todas las cosas
tremebundas e increíbles que pasan en Colombia vienen de que los colombianos siempre hacemos de cuenta
que no ha pasado nada. El país incendiado, la miseria galopante, la putrefacción de la clase política, el
desbarajuste de las instituciones, la inseguridad absoluta para vidas y bienes, el desbordamiento de los ríos,
la proliferación de las mafias, el exterminio de la fauna, son las consecuencias inevitables de nuestra terca
convicción de que no pasa nada. El país se deshace entre nuestros dedos, sobre nuestras cabezas, bajo
nuestros pies, y por nuestra culpa, precisamente porque queremos que no pase nada, y cuando pasa, lo
negamos: ya pasó, ya pasó... Ese niño que lloraba lo que tenía no era hipo, sino cáncer.
En un pasaje célebre de la novela de Lampedusa, El Gattopardo, decía su protagonista, el príncipe
Salina: "Es necesario que algo cambie para que todo siga igual". Los colombianos pensamos al revés: y es
porque nada cambia que todo es cada día peor.
Pero a pesar de eso, nada cambia. Pasada la crisis militar, comenta el editorial del periódico más influyente
del país: "Lo fundamental es mantener la serenidad y la estabilidad institucional"; y hace un llamado a rodear
al Presidente y a las Fuerzas Militares. Como puede verse, en Colombia no cambia ni siquiera el difunto
editorialista de El Tiempo.

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