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'BOTERO TOURS'

El país quiere confirmar que por fin hay alguien al mando del orden público.

Semana
24 de octubre de 1994

ASI BAUTIZARON EN 'RCN' LA ULTIMA A hazaña de quien viene perfilándose, con justa razón, como el Ministro estrella del gabinete Samper.

Cuando vimos por la televisión el primer capítulo de los 'Botero tours' yo creí que hasta ahí llegaba la osadía: llevar al ministro del Interior de la Gran Bretaña a conversar en las selvas colombianas con el capataz de un laboratorio de cocaína. El diálogo era hasta ameno: "¿Y cuánto dura el proceso? ¿Y quién le compra el producto? ¿Y de dónde vienen los insumos?".

Pero lo del jueves pasado era inimaginable: montar en un helicóptero al embajador de Estados Unidos y al subsecretario de Estado para Asuntos de Drogas, viajar todo un día de laboratorio en laboratorio, y terminar finalmente baleados por la guerrilla que custodiaba un gigantesco campo de cultivo de drogas. Algo tiene que cambiar a partir de este día entre las relaciones colombo-estadounidenses. Es la primera vez que una autoridad gringa no observa la lucha del gobierno colombiano contra las drogas desde la CNN, sino que se adentra en el corazón del problema: la selva impenetrable, la extensión de los cultivos y una guerrilla peligrosa y sofisticadamente armada.

De no haber estado los dos altos funcionarios estadounidenses en uno de los helicópteros, la noticia del desmantelamiento de los laboratorios no habría ocupado un renglón en la prensa de dicho país, ni quizás el gobierno de Estados Unidos habría registrado el hecho con atención especial. Pero Botero tuvo la osadía de llevarlos junto con la cúpula de la Policía y el Ejército, en un acto poco entendido por los medios de comunicación del país. Varios periodistas se dedicaron toda la mañana del viernes a regañar al Ministro por no haberse quedado sentado en su escritorio, "en lugar de arriesgar su vida y la de sus acompañantes". Cosa idiota.

Pero, distinto de manejar los medios de comunicación con inteligencia, de prepararse cuidadosamente para los debates en el Congreso -léase Galil-, de no demorar decisiones como la de depurar la cúpula de la Policía, de comprometerse con hazañas como las comentadas atrás y de no ponerse bravo con las impertinencias de los periodistas que creen que los únicos que tienen que arriesgar la vida en la lucha contra las drogas son los soldados rasos, a Botero todavía le falta ganar la guerra en el campo de batalla.

Es comprensible que apenas a un mes de estar ejerciendo uno de los cargos más difíciles y menos apetecidos del país, el Ministro de Defensa no haya tenido todavía oportunidad de lucirse en la definición de situaciones militares. Además de aventuras por televisión, el país quiere cabezas. Quiere la captura de algún capo o de al gún líder guerrillero de primera línea, quiere sentir la efectividad de las Fuerzas Armadas en la recuperación del territorio nacional, comenzando por el pedazo donde no pudieron aterrizar los helicópteros el jueves porque la guerrilla se los impidió. El país quiere victorias. Quiere creer que por fin hay alguien al mando en el tema del orden público, no solo desde el punto de vista político -que no es tema asignado por el gobierno a Botero-, sino del militar, que sí lo es, y que además lo apasiona.

En el intermedio de este proceso también está sucediendo algo bien interesante. Que mientras el país está embobado con la pelea entre dos seguros contendores para la presidencia de 1998, Noemí Sanín y Juan Manuel Santos, el Ministerio de Defensa se ha transformado en un insospechado trampolín político, que bien podría convertir a su actual titular en el principal rival de Santos para la candidatura liberal. Son igualmente disciplinados, estudiosos, estudiados, igual de vanidosos y ejercen el mismo dominio sobre los medios de comunicación. La diferencia está en que mientras Juan Manuel Santos, mucha gracia, adquirió su popularidad hablando del Gatt, Botero la está construyendo a punta de hélices perforadas de helicóptero. Y mientras al primero le espera una desaparición total de la figuración nacional durante un tiempo, al segundo le espera escalar las encuestas de popularidad si, como decíamos atrás, sigue como va, y se atreve a librar la guerra en el campo de batalla.

Para quienes todavía duden de que el Ministerio de Defensa se ha convertido en el más moderno trampolín político en Colombia, les recuerdo que a Rafael Pardo se le voló Pablo Escobar, y si quisiera en este momento lanzarse al Congreso de la República, tendría una curul segura...

Qué irónico. En un país donde los peores problemas corresponden al ámbito del Ministerio de Defensa, a sus titulares ya no les sucede como en el pasado. Antes eran generales, y salían quemados. Ahora son civiles, y salen presidenciables.

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