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(Chávez) Sarkozy (Uribe)

En este triángulo de tres egos del tamaño del mar, como telón de fondo está el dolor de las víctimas

Semana
25 de agosto de 2007

Sarkozy, con Uribe y con Chávez, se está metiendo en un complicado amor triangular. Los tríos, ya se sabe, son una pasión francesa. Y para que un triángulo sea interesante, las dos parejas tienen que ser opuestas, o, si lo prefieren, complementarias: la rubia y la morena, la inteligente y la sexy, la pobre y la rica, el demonio y el santo, la espiritual y la carnal... Hay muchos arquetipos, escojan ustedes el que mejor les cuadre para Uribe y Chávez.

Pero digamos, ante todo, una verdad sobre el trío: es desigual. Francia es un peso pesado; Venezuela y Colombia, pesos livianos. Si Chávez llama a Uribe para que le haga el favor de liberar a Granda, sabemos muy bien a dónde lo hubieran mandado. A Sarkozy, en cambio, Uribe se lo da. Si Uribe llama a Chávez para le haga una vuelta con las Farc para soltar secuestrados, sabemos también a dónde lo hubieran mandado. A Sarkozy, en cambio, Chávez le hace el favor.

Las relaciones triangulares son complejas, dramáticas, y Colombia y Venezuela son peones, no alfiles, en el ajedrez mundial. El que lleva las riendas es el francés. Si Sarkozy sale a bailar con dos peones, sus motivos tendrá. El cálculo con Chávez (la chequera más rápida del hemisferio occidental) es que a él le puede vender aviones, radares, fusiles, misiles, todo de contado. Las empresas de armamentos no son el peor negocio de la dulce Francia. Pero también le puede decir que no le vende nada hasta que no le ayude con un asunto que tiene en Colombia y en el que Chávez puede influir. Uribe (ideológicamente más cercano a sus afectos), gobierna en un país que para él significa poco. Colombia se resume en una espina clavada en la opinión pública francesa: Íngrid Betancourt.

Vean esta curiosa contradicción de Sarkozy: según una rancia tradición, cada 14 de julio, el Día de la Bastilla, el Presidente de Francia declara una amnistía para algunos presos y libera centenares, a veces miles de delincuentes de poca monta. Todos los últimos presidentes lo han hecho. Pues bien, este año, casi al mismo tiempo que anunciaba que no iba a liberar a nadie en Francia, le pedía al Presidente de un país lejano que liberara al más importante de sus prisioneros, el de rango más alto de todos los guerrilleros presos: Rodrigo Granda. El rigor galo se derrite en el trópico.

Lo que uno se pregunta es: ¿Uribe liberó a Granda a cambio de un renglón en un comunicado del Grupo de los Ocho? Tan barato no puede ser. Aquí somos regalados, pero no tanto. Y las Farc, ¿no le van a pagar a Francia la liberación de Granda? Ellos son malagradecidos, pero no tanto. Salvo que Granda (él era una espinita clavada en el corazón de Chávez) haya sido una solicitud de Venezuela, y no de las Farc, esta liberación es algo que, en la contabilidad de los secuestros y los presos, está anotado en el Haber de Uribe y en el Debe de las Farc. Este favor todavía lo tienen que pagar. ¿Con quién? Con Íngrid, por supuesto. Pero eso no nos puede bastar.

La liberación de un solo secuestrado es buena, pero hay que aspirar a que los suelten a todos. Lo malo con Sarkozy es que le interesa una sola secuestrada. Lo bueno con Chávez es que ahora se comprometió a ayudar con un grupo más grande. El coronel de la dictablanda venezolana no inspira mucha confianza, pero si Chávez está dispuesto a despejar un pedazo de Venezuela para que las Farc y el gobierno de Colombia hablen de secuestrados y de paz, ¿qué daño nos puede hacer? Quizá lo que más se teme es que Chávez se haga el chacho y se lleve el show. El temor, pues, expresa un miedo de los egos y de la vanidad: a ver quién queda mejor y a quién aplauden más.

En este triángulo de tres egos del tamaño del mar, como telón de fondo, está el dolor de las víctimas: secuestrados y familiares. Así como uno, si tiene cáncer terminal, se pega aunque sea de un chamán, o de un clavo caliente, las víctimas aceptan cualquier intermediación. Lo que cuenta es mantener viva la esperanza. Lo que cuenta con los presidentes, en cambio, es el ego. La vanidad. Lo que hunde a los políticos es la vanidad. Pero también es la vanidad lo que a veces los salva. Cuando quieren pasar a la historia, a veces hacen cosas para ser recordados por algo bueno. Y esta tragedia de los secuestrados podría pasar a la historia con un final feliz si los liberaran con el auxilio de estos tres. Del trío vanidoso podría salir algo bueno.

Queda la gran incógnita: las Farc. Su lógica es mucho más difícil de comprender. Por un lado, quisieran quitarse en Francia el sambenito de terroristas. Su odio por Uribe es aún más profundo que su simpatía por Chávez. Quizá el precio de la paz sea darle protagonismo a Chávez. Muy caro. Pero muy barato si a partir de ahí las Farc liberaran a todos los secuestrados y esto fuera el principio de un proceso de paz. Claro que eso ya es soñar, o mejor aún, como se dice en una bonita expresión del alemán, eso es Zukunftsmusik, música del futuro.

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