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Del Asia viene un Santos cargado de…

El barco que viene de Asia está cargado de mercancía e inversiones. Las bondades de esto no se discuten. Pero, el capitán necesitaba soñar más.

Semana
19 de septiembre de 2011

El “sueño cumplido” del presidente Santos es, sin duda, otro acierto de su política exterior. Sin embargo, estos éxitos ponen de manifiesto una orientación de la inserción internacional que sigue una tendencia que cumple 21 años y que obedece a una ideología económica del mundo que valdría la pena revisar. El barco que viene de Asia está cargado de mercancía e inversiones. Las bondades de esto no se discuten. Pero, el capitán necesitaba soñar más.

Desde que llegaron las ideas neoliberales al país, la política exterior económica ha girado en torno a la idea de integración vía tratados de libre comercio. La apertura de Gaviria, y los acuerdos que se materializaron en ese momento, obedecía a la lógica de que, a través de la liberalización de los mercados, llegarían el crecimiento económico y el subsecuente desarrollo y riqueza para los países pobres. En materia política, por su parte, los crecientes intercambios económicos entre los países darían paso a una era de paz mundial. Estas ideas, salvo el interregno de Samper, han permanecido constantes y vigentes en nuestra manera de insertarnos al mundo.

Los resultados de esta visión, que hoy llamamos pragmatismo –“comerciar sin mirar a quién” –, son disparejos. Algunos países sí han crecido económicamente con esta estrategia, pero otros no. Justo cuando teníamos el mayor intercambio comercial con Venezuela se oyeron rumores de guerra. En otras palabras, esta ideología económica y política funciona en ciertos casos, pero no es la única vía (aunque sea la tercera) para lograr objetivos deseables como el desarrollo y la seguridad nacionales.

El presidente Santos, antes, durante y en el cierre de su gira asiática, hizo constantes comentarios al carácter comercial de la visita. La apertura del mercado japonés, o, mejor, la del colombiano a Japón, y la consolidación del tratado de libre comercio con Corea fueron los grandes objetivos trazados por el gobierno. En este sentido, no sólo se le cumplió el sueño al presidente, sino que también supo hacer la tarea.

Pero, más allá de los negocios, ¿no valdría la pena hablar de otras cosas?; ¿tener objetivos adicionales? Se me ocurre, por ejemplo, que con Japón se podría hablar, aprovechando que hacemos parte del Consejo de Seguridad, de la reforma a Naciones Unidas, de cooperación técnica, de medio ambiente basado en energía limpia, de transferencia de tecnología, de trata de personas… Con Corea, de la política de claridad, de desarrollo colectivo, de alianzas sectoriales, de “marca país”, de infraestructura, de experiencias no militares de seguridad, de la posición de Colombia con respecto a Corea del Norte, entre otros.

Y con los dos, de APEC. Dado que es una fijación, ya del Estado y no del gobierno de turno, hubiera sido importante lograr, más que la reafirmación del apoyo que el país recibiría por parte de estos dos Estados para su ingreso, el compromiso expreso de impulsar esta iniciativa en la próxima cumbre de líderes en noviembre. La espera cumplirá 15 años y ha sido suficiente.

De otro lado, la gira fue muy corta. ¿Alguien sabe por qué la muralla y los soldados de terracota no estuvieron en el itinerario? ¿No hubiera sido prudente que el FAC 1 hubiera parado a repostar en Singapur, Malasia, Tailandia o Indonesia? Las potencias asiáticas se ubican en el nordeste, pero la importancia del sudeste no puede, ni debe, desconocerse. La manera en que se han construido las relaciones internacionales en esta región del mundo indica que los poderes medios son tan cardinales como los más.

Tal vez “politizar” (en el buen sentido del término y no en el colombiano) nuestra política exterior pueda ir de la mano con el llamado pragmatismo y nos permita que el barco adquiera dimensiones acordes con nuestros sueños y aspiraciones.

*Director de la carrera de Relaciones Internacionales. Pontificia Universidad Javeriana.

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