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Después de Petro

Es bueno relajarse un poco y pensar menos en el significado simbólico, seguramente importante de su triunfo, y más en el trabajo que le dimos: alcalde de Bogotá.

Semana
3 de noviembre de 2011

Hace apenas unos días que Gustavo Petro ganó la alcaldía de Bogotá y ya estamos hablando de su carrera hacia la presidencia. Semana afirma que se acerca “más a Lula que a Chávez” para sostener que no debemos temerle, como si fuese posible que Petro expropiase nuestros bienes o rompiese relaciones con Estados Unidos. Es bueno relajarse un poco y pensar menos en el significado simbólico, seguramente importante de su triunfo, y más en el trabajo que le dimos: alcalde de Bogotá.

La alcaldía de Gustavo Petro debe ser evaluada, desde el 1 de enero, no principalmente por el impacto que tenga en la reconciliación o la creación de una nueva fuerza de izquierda, sino por su capacidad para resolver los problemas que resuelve un alcalde: los de la vida diaria de 8 millones de nosotros.

La tarea incluye impedir que ocurran algunas cosas, y lograr que ocurran otras muchas.
Lo más “fácil” –así, entre comillas- es impedir un par de cosas: que suban las tarifas del transporte público al implementarse el sistema integrado de transporte público –lo que está planteado lograr con un subsidio a esas tarifas- y que los más pobres de la ciudad sigan pagando lo que pagan por el agua –de nuevo, un subsidio lo soluciona. Y Bogotá tiene suficiente dinero para pagar esos subsidios, por ahora. No por nada la mitad de todo el valor que produce la economía colombiana en un año se crea en estos menos de mil kilómetros cuadrados del territorio (pero ese es otro problema).

El nuevo alcalde también debe lograr que ocurran otras cosas: comenzando por la movilidad, que ese sistema integrado de transporte funcione bien, mientras Transmilenio sigue expandiéndose –y mejorando- y se avanza en nuevas obras, como la carrera 11, además del Metro. (Muy probablemente sea a Petro a quienes los militares tengan que entregarle al cantón Norte después de tantos años de retraso).

Para cumplir con su programa deberá garantizar que los mil jardines infantiles que prometió se concreten, que el acceso de los jóvenes a educación de calidad –incluida educación superior crezca sustancialmente y que la ciudad comience a adaptarse al cambio climático, tal vez reubicando a miles de personas, seguramente reforzando la protección de los humedales y los cerros orientales, además del Norte.

El alcalde deberá lograr reducir nuestra creciente sensación de inseguridad frente al crimen cotidiano, y evitar que grupos de interés como los taxistas y los dueños de buses irrespeten cada vez más a los ciudadanos comunes. Y deberá mejorar la densificación sin que decaiga la oferta de vivienda y sin dejar espacio a los urbanizadores piratas.

Para honrar su principal bandera –la lucha contra la corrupción- deberá no solo elegir un equipo de colaboradores honestos, sino fortalecer la institucionalidad del Distrito (valdría la pena revisar la propuesta de Peñalosa de dar a la Veeduria un rol fuerte en este sentido, ya que alguien debe tener la responsabilidad operativa de una tarea tan exigente y la veeduría es la única dependencia actual de la Alcaldía Mayor con términos de referencia cercanos a los necesarios) e incentivar la participación ciudadana, pues mientras tengamos a unos pocos vigilando a otros pocos el resultado será el mismo. Proponer e implementar un mecanismo para que el Contralor sea independiente de los partidos sería un buen primer paso.

Y aquí surge un nuevo elemento: ¿cómo evitar caer en las mismas dinámicas corruptas en la relación Alcaldía-Concejo?. Petro deberá encontrar una forma de gobernar sin dar puestos ni contratos a los concejales, y ojalá guiar a la ciudad para encontrar mecanismos de vigilancia más efectiva sobre la acción de estos. Pero sin debilitar la institución del Concejo municipal, elegido tan democráticamente como lo fue él. Seguramente puede tomar lecciones de Mockus, y del mismo Peñalosa.

Tanto en el caso de la corrupción como en el del crimen callejero, la “cultura de la ilegalidad” se asienta sobre la impunidad. Y por eso es clave que el Distrito contribuya a reducir esa impunidad. En el caso de la corrupción, participando en la vigilancia pero también en la denuncia y los juicios. En el caso del crimen callejero, poniendo los recursos financieros y, si es necesario humanos, que hagan falta para ayudar a esclarecer casos del tipo del vigilante asesinado en Pablo VI, las jóvenes asesinadas en Keneddy, el joven grafitero.

En un país que ya comienza a hablar de las elecciones del 2014 –cuando apenas está arrancando este gobierno- es importante que ciudadanos, académicos e instituciones realicen evaluaciones de desempeño del alcalde Petro sobre la base de su desempeño como tal a los tres, a los seis, a los doce meses de su gobierno, incentivándolo a mantenerse atento a resolver esos temas que asumió al ser elegido. De lo contrario, corremos el riesgo de pasar cuatro años discutiendo alta política, mientras la ciudad se sigue cayendo a pedazos.

*Consultor en políticas públicas y docente universitario.

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