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EL AUTOMOVIL

Semana
25 de octubre de 1999

Este invento del siglo XX, al menos en cuanto a su producción en serie, todavía deslumbra la
mente adolescente de Lorenzo, servidor de ustedes. Lo que no le impide, en su madurez precoz, aducir
argumentos en contra de la proliferación de vehículos y del desorden comercial de su fabricación e
importación.La casa rodante, con que se inició esta historia, es motivo de admiración en las ferias de
antiguos y clásicos, donde no se sabe qué apreciar más, si los lujosos acabados internos _virtuales
muebles de sala, capitoneados, y cortinajes de landós_ o los esmaltes de la latonería, entre el brillo de
faroles y farolas, como diamantes y rubíes, todavía victorianos.La maravilla vulgarizada de los Ford tres
patadas, con su cubículo cuadrado, discreto y señorial, vino a dinamizarse en los 30, para Lorenzo la época
dorada del diseño automotor. Y hablo sólo del diseño, ya que la maquinaria y su endemoniado
funcionamiento nunca han sido del interés de este cochero y le resultan tan incomprensibles como las
piezas, órganos y cables del intestino humano.Todo esto viene a cuento, y podría ser mucho más, ante el
desafecto fingido, que muestra el señor alcalde mayor de la ciudad hacia los automóviles y su
preferencia _de dientes para afuera_ por las bicicletas todo terreno y sin guardafangos, que salpican de
barro toda la espina dorsal, por decirlo así, de su encorvado conductor.Está bien. Los automotores no caben
en las estrechas calles y menguadas avenidas de Bogotá, pero siguen ofreciéndose en un mercado de
apetencias interminables. De todas las marcas y estilos, en franca competencia. Si se llevan cortos, todas las
marcas sacan sus críos (casualmente, todos los autos pequeños llevan en su apodo estas dos vocales i y o,
llegándose al caso de un camperito, así denominado: campero i o). Proliferación, pues. Invasión comercial.
Apertura total. Ahora, a los ingenuos compradores _el sufrido ciudadano_ les llega la restricción: no
pueden mover su belleza, que tanto les ha costado, sino determinados días y a determinadas horas.
Es, claro está, una limitación al disfrute de la propiedad privada, que se acepta de buena gana, porque de
hecho los artefactos que nos han vendido, y nos siguen vendiendo, no caben en el ámbito urbano. Como el
automóvil es en cierta forma un juguete, y no sólo de la élite social, unos juegan un día y otros juegan al
siguiente. Pero el alcalde odia los automóviles. Y no por ello, sino por distintas razones, los ciudadanos
odian al alcalde, porque eso de reunir 600.000 firmas en su contra no es cualquier cosa. Que la señora
registradora, acogiéndose a la Carta, porque la ley no la ha reglamentado, diga que no valen todas esas
firmas, por ser de ciudadanos que no acreditaron haber votado por alcalde, es otro asunto, de cariz un
tanto santanderista. Algunas firmas, muchas menos de las que han dicho los periódicos, resultaron falsas o
con cédulas que no corresponden a archivos de registro. Pero, digamos, 500.000 personas en contra de un
alcalde, no es algo para desestimar, cuando los encuestadores se contentan con 500 interrogados, por medio
de llamadas que nadie controla, sino ellos mismos, para echar abajo el crédito de un gobierno, de una
candidatura o para no dejar levantar cabeza al Tony Blair colombiano, Juan Manuel Santos.Peñalosa ha
erguido su esqueleto y ha levantado su cabeza, de áspero gris bolardo, para lanzarse contra sus
perseguidores, el representante Navas Talero y el concejal Bruno Díaz. Esta misma revista los ha colocado
en un 'bajando', porque el 60 por ciento de los 600.000 autógrafos no valieron para el fin previsto. No que
fueran falsos necesariamente.Sigue, campante, el alcalde Enrique Peñalosa, en su bicicleta, en la que no
creo que llegue nunca a su despacho, como sí lo hacía Mockus, de vez en cuando. Y si llega, será rodeado
por cuatro automotores, fumadores y contaminantes, más cuatro motocicletas, no propiamente a vapor.Que
siga construyendo ciclorrutas, a lo largo de parques lineales y muy importantes avenidas longitudinales,
pero bien podía ahorrarse la mitad del trayecto, porque pasando por el ombligo de la ciudad, aunque sea a
distancia, el ciudadano habrá perdido su caballito de dos ruedas en un atraco a mano armada y su cuerpo
herido habrá ido a dar a los famosos humedales (Conejera, Juan Amarillo, qué sé yo). Y esto, porque la
seguridad no es prioridad para el alcalde, ni para el mejor policía del mundo, sino las ciclovías, como en
las tranquilas ciudades del norte, Norte.En cuanto a Lorenzo, que todavía se tienta y se halla encima de una
cicla y que sorprende por su habilidad para pedalear como cartero, es decir, de pie sobre los estribos, no está
sin embargo para estos trotes, como no lo está nadie, ni se tiene ropa, en ciudad tan sucia y desigual, para
llegar bien a cualquier sitio distante. Las bicicletas para deportistas y mensajeros y para que las admire el
alcalde mayor, desde su BMW. Detrás de sus vidrios blindados dirá: "Chévere, full, esa es la ciudad que yo
quiero".

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