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EL DESPELOTE LIBERAL

Semana
22 de diciembre de 1997

Juan Manuel Santos resultó un gallo de pelea. Después de haber sido acusado de ser "un invento de Samper y de Serpa para legitimar la consulta", se les convirtió al Presidente y al candidato en la gran piedra en el zapato: la perseverante presencia de Santos en el ruedo político liberal tiene al partido convertido en un despelote total, en torno a la discusión del mecanismo que debe utilizarse para escoger candidato único del liberalismo.
Si Juan Manuel no existiera, a Horacio Serpa lo tendría sin cuidado la consulta o la no consulta. Pero con Juan Manuel a bordo Serpa corre el gravísimo riesgo de que su contendor termine victorioso por cuenta de los votos antiserpistas, que según los expertos podrían ser innumerables en la consulta del 15 de febrero: en un evento como este, carente del arrastre político que proporcionan unas elecciones parlamentarias con la maquinaria y la compra de votos funcionando a todo vapor, es más factible que la gente acuda a las urnas a votar en contra, que a favor de alguien. Por eso el resultado de esta consulta aprobada la semana pasada por la Dirección Liberal no puede ser sino uno: abortarla a como dé lugar.
El editorial de El Tiempo del viernes pasado, escrito con toda seguridad desde el Palacio de Nariño, es la muestra de lo que el destino le depara a la consulta liberal del 15 de febrero. Después de que en el mismo editorial, durante innumerables ocasiones anteriores, se ha defendido el mecanismo de la consulta por democrático, por legítimo y por... liberal, ahora el editorialista del mencionado periódico lo ataca, porque a Serpa y a Samper les parece arriesgado para sus intereses. Y de paso el editorial ataca a Juan Manuel, porque es la forma como El Tiempo ha descubierto que queda con la conciencia tranquila, y como cree dejar a los lectores convencidos de que es un medio de comunicación independiente. Qué ironía.
La pregunta del momento es, entonces, ¿cuál será la disculpa para tirarse la consulta?
Una fórmula sería que Serpa anunciara que no participará en ella. Ya lo hizo una vez y se arrepintió. ¿Por qué no hacerlo otra vez?
Otra fórmula sería que el Directorio Liberal se asuste y retire su propuesta. Podría pasar, pero no parece muy factible. Entre sus miembros, que son ocho, hay cuatro superfirmes en la consulta: Jaramillo, Giraldo, y las dos señoras Rico y Gómez. No sucede lo mismo con Lébolo, que es de temperamento y vocación turbayistas, o sea transaccional. A Décola, como dicen las malas lenguas, lo compra el gobierno "con dos bluyines". Y quedan los dos miembros serpistas de la comisión, Amilkar Acosta y Carlos Ardila: nadie entiende todavía por qué votaron a favor de la fórmula que no le convenía a su jefe político, pero lo que es claro es que ahora encontrarían muy difícil arrepentirse de ello, por pura falta de presentación política.
Una tercera manera de acabar con la consulta sería a través de la junta de parlamentarios, de llegar ésta a un acuerdo con la Comisión Política Central y con la Dirección Liberal, en torno a cualquiera de las siguientes propuestas:
La propuesta López, de elegir candidato presidencial disfrazado de jefe único del partido.
La propuesta Lébolo, de que al candidato único lo elijan los diputados y los concejales electos.
La propuesta Name, de que los candidatos al Congreso escojan candidato presidencial, y después se sumen los votos obtenidos por cada uno.
La propuesta María Mercedes Cuéllar, de que al candidato lo escojan los alcaldes electos.
Y la propuesta Serpa, de que la consulta sea la primera vuelta electoral.
La propuesta López tiene el problema de que es 'feonga', porque constituye un plan para saltar por encima de la prohibición de que coincidan el mismo día elecciones parlamentarias y consulta.
Las propuestas Lébolo y Cuéllar tienen el problema de que son antidemocráticas, en el sentido de que a posteriori le cambian al votante la razón por la que escogió al candidato que obtuvo su voto. Es decir, que uno no solo votó por alcalde, diputado o concejal, sino, ahora se viene a saber, también por candidato presidencial.
Algo semejante pasa con la propuesta Name: los colombianos condicionaríamos nuestro voto por el Congreso, no a que nos guste ese candidato para el Congreso, sino que nos guste el candidato a la Presidencia que favorece ese candidato al Congreso. Y viceversa: si no nos gusta el candidato del congresista por el que queremos votar, pues muy posiblemente votaremos por otro, y eso distorsiona claramente la intención de voto.
Por último queda la propuesta Serpa, que tiene un problema: tampoco es claro si a esa primera vuelta pueden ir varios candidatos con el aval del Partido Liberal o, por el contrario ninguno puede hacer uso del nombre del partido. Esa sería otra pelea como de alquilar balcón, y obligaría a los candidatos liberales a salir volados a sacar movimientos indígenas de debajo de las piedras para llegar a la primera vuelta con algún aval.
Lo anterior indica que, insólitamente, Santos, el principal enemigo que tiene en este momento Horacio Serpa, le ha surgido de las entrañas de su propio partido; el arma con la que lo está combatiendo es con los estatutos de su propio partido; y los soldados con los que está atacando es con los dirigentes de su propio partido.
A Serpa, por lo pronto, lo está protegiendo Samper mediante el hábil mecanismo de cambiar las reglas del juego a través del editorial de El Tiempo, que él se encarga de dictar. Pero todavía le falta al serpismo encontrar la manera de burlar la consulta popular aprobada por la dirección del partido, sin quedar como un cuero.

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