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EL (¿NUEVO?) PAIS

Se ha hablado tanto del nuevo país que hasta la propia expresión se ha vuelto vieja

Semana
5 de diciembre de 1994

EL LUNES SIGUIENTE A LA JORNADA electoral del 30 de octubre hubo alborozo nacional por el descubrimiento de que estábamos ante un nuevo país. Sin embargo no fue esa la primera vez que se habló del nuevo país. Ni será la última. Desde el día en que se promulgó la nueva Constitución Nacional, hace tres años, se ha hablado tanto del nuevo país y se ha aplicado ese calificativo a tantas situaciones y fenómenos que la propia expresión ya parece vieja.
Nuevo país se llamó al hecho de que el M-19 de Navarro Wolf y el Movimiento de Salvación Nacional de Alvaro Gómez hubieran sacado, cada uno, un tercio de los votos para la Constituyente. En ese entonces muchos suponían que Colombia estaba presenciando el sepelio histórico del gran Partido Liberal y que se abría la era en la que reinarían las coaliciones de minorías. Fueron necesarios muy pocos meses, no sólo para demostrar la falsedad del vaticinio sino también para constatar que el efecto real había sido prácticamente el contrario: la virtual muerte política de los sepultureros del liberalismo.
Nuevo país se llamó también a la creación de la Fiscalía que hoy tiene complicados problemas estructurales. Nuevo país fue igualmente el hecho de que los antiguos guerrilleros hubieran llegado al gabinete, y hoy a nadie se le ocurre (de momento) volverlos a nombrar... Nuevo país se volvió, en el juego nacional de poner de moda cualquier cosa, todo aquello que pudiera tener pinta, aunque fuera remotamente, de ser algo novedoso.
Pero el hecho de que se haya hablado tanto del nuevo país no significa que las elecciones pasadas no hayan demostrado que, en efecto, estamos ante un país considerablemente distinto, aunque no del todo diferente, como muchos se apresuran -una vez más- a proclamar.
El mapa de la nueva estructura de poder en las gobernaciones no parece muy revolucionario. Quedaron 22 departamentos en manos de liberales (69 por ciento del total) y en poder de los conservadores nueve (28 por ciento), lo cual significa que los partidos tradicionales controlan el 97 por ciento de las gobernaciones. El saldo (3 por ciento), en manos de gobernadores cívicos, es demasiado poco como para armar un escándalo por la gran revolución. Salvo que el grito sea el de pánico de los conservadores ante el crecimiento de la hegemonía liberal. Los concejos quedaron integrados, unos más y otros menos, por muchos de los miembros de la vieja clase política del país.
En alcaldías sí hubo cambios importantes. El tarjetón y la nueva legislación electoral han cambiado la lógica de esta elección, y se han convertido en instrumentos eficaces para protestar contra los vicios de la política, cuando los abanicos electorales ofrecen alguna alternativa. Las candidaturas cívicas son una prueba de esto, pero no la única. Hay casos en los que la gente identifica a los candidatos de la clase política con la honradez y a los cívicos con la inmoralidad. Eso depende del caso. Lo real es que la elección municipal se ve más libre.
Lo que es un verdadero engaño es identificar automáticamente cívico con bueno y político con malo. Ese tipo de esquema no deja ver a la gran cantidad de manzanillos veteranos, que lograron cuotas importantes de poder en esta elección, agazapados tras candidaturas cívicas o del partido contrario.
El nuevo país de estas elecciones está lleno también de alcaldes controlados por la guerrilla o por el narcotráfico. La advertencia hecha por el gobierno pocos días antes de las elecciones, a través de varios de sus ministros, sobre la presencia de mafia y guerrilla en las elecciones, no tiene porqué haberse desvanecido de la noche a la mañana. Lo grave, como síntoma, es que los electores prefieran ese tipo de candidatos a algunos de los viejos caciques. Es una prueba del desprecio que les tienen.
El caso de mostrar, que prueba definitivamente que sí hay un nuevo país, es el de Antanas Mockus, quien arrasó en la elección brincándose todos los consejos de la cartilla del clientelista. Este filósofo-rey sabanero llegó como la encarnación de la antipolitiquería colombiana y está dispuesto a ponerlo todo patas arriba en aras de la educación ciudadana. Esa es toda una transformación. Falta saber si la revolución cultural que promete Mockus la ejercerá definitivamente a través de parábolas, como los apóstoles, o mediante la descalificación de sectores sociales, como Mao Tse Tung, pues aún se le perciben síntomas de las dos tendencias.
Está demostrado, pues, que sí hay un nuevo país, y que ese nuevo país es el resultado de mecanismos democráticos de selección política. Falta saber si es mejor o peor que el anterior, pero para eso hay que esperar bastante tiempo.

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