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El reto de Cepeda a Uribe

La izquierda colombiana no puede caer en el engaño del reduccionismo y creer que todo comienza y termina donde Uribe.

Yezid Arteta, Yezid Arteta
29 de julio de 2014

Cuentan que por estos días hay parajes de la Costa Caribe y los Llanos Orientales en los que se observan los ranchos derretidos por el sol. Terneras cadavéricas y burros orejones deambulan por la tierra rasa, calcinada, mientras los gallinazos revuelan hambrientos. Mujeres descalzas, en los meros huesos, caminan kilómetros con una ponchera en la cabeza. No hay agua. Se lucha contra la sed. Una lucha primitiva en un país cuyos gobernantes se jactan de estar en el siglo 21.

A mil kilómetros de la prehistoria está el edificio del Capitolio. 102 senadores deseosos de cambiar, vaya esperanza, el curso de la Historia. Los medios, incluida esta revista, anuncian el debate acerca de los probables vínculos del senador Álvaro Uribe con los crímenes del paramilitarismo, como si allí estuviera resumida la realidad del país. El principio y el fin de la Historia. 

Uribe y los 19 senadores que componen su rebaño están allí, comiendo yerba en los potreros y bebiendo agua en los canalones, esperando las voces de vaquería. No les falta yerba y agua y por eso son condenadamente reales. Pero más reales son los problemas de la pobre gente colombiana. Esos que vagabundean sobre kilómetros de tierra reseca para conseguir un buche de agua.

Ese debate, el de Uribe, es necesario. ¿Ahora o después? Iván Cepeda es uno de los dirigentes políticos colombianos con más horizonte y su prestigio crece. Unos lo aman. Otros lo odian. Todos los políticos cosechan amores y odios. Nadie se salva. Una parte de los electores de Iván son gente represaliada y por consiguiente está en el deber de parlamentar por ellas. Él mismo es una víctima puesto que, Manuel su padre, fue acribillado a tiros. Un crimen político.  

¿Habrá debate? ¿Cómo será el debate? ¿Cómo terminará? ¿Qué consecuencias traerá? Son preguntas sobre las cuales nadie tiene respuestas. En cambio para los millones de necesitados y excluidos que hay en Colombia la Izquierda si debe tener respuestas. Y las respuestas, por supuesto, hay que encontrarlas más allá de Uribe y sus 19 becerros.

La izquierda colombiana no puede caer en el engaño del reduccionismo – estimulado por los medios a fin de que la opinión no vuelque la mirada sobre las purulentas llagas sociales – y creer que todo comienza y termina donde Uribe. De estos personajes se encarga la Historia. Y la Historia es irónicamente caprichosa. Personajes como el abolicionista Abraham Lincoln o la espartaquista Rosa Luxemburgo murieron asesinados por un fanático o por secuaces del fascismo. Dictadores despiadados como Franco y Pinochet agonizaron en una cama bajo los cuidados de su familia y la mirada compasiva de un cura católico. Ya veremos que nos trae la Historia colombiana.   

De la suerte de la pobre gente deben, por su propia naturaleza, encargarse los partidos de la Izquierda. Quién más sino ellos. La izquierda tiene dos folios de ruta que debería seguir si su idea es ganar el poder lo más pronto posible y no quedar relegada a una escueta anomalía endémica en la tediosa vida parlamentaria de Colombia. El primer folio trae asuntos socioeconómicos. El segundo folio es un asunto puramente político. 

Por historia, por tradición, por instinto y por otras cosas más, la Izquierda encuentra en las luchas sociales las aguas idóneas para ejercitar sus músculos. En las protestas que, el año pasado colapsaron al país, la Izquierda se sintió bienaventurada. Otra cosa es que no haya encontrado la tecla para convertir paros en votos. Sus dirigentes se miran tanto en el espejo que no miran a los demás. Pero este es un asunto que dejo para otro día.  

Más claro no canta un gallo. El primer folio nos lleva a los sedientos de Yopal; a los estudiantes y padres de familia que reclaman una educación a su alcance y de calidad; a los empresarios quebrados por cuenta de los TLCs; a los cocaleros que no les han cumplido los pactos; a los millones que carecen de sanidad; a los otros millones que sudan como mulas buscando trabajo o tienen uno mal pago; a los pobres del campo que miran desde la colina los valles fértiles e improductivos; a los que les ha tocado en las cuencas mineras pelear con uñas y dientes contra el extractivismo devastador; a los empleados que se oponen a la venta de las acciones públicas en Isagen; a los que andan por allí bostezando de hambre. En resumen: una miradita de reojo a Uribe y su rebaño y una gran mirada a los problemas de la gente. Los loros monotemáticos terminan aburriendo hasta a los niños que tanto adoran a estos animalitos.

Sobre la agenda socioeconómica de nada sirve la sugerencia de León Valencia,  y no sé de quién más, de entrar al gabinete de Santos para gobernar.  Llenarle la jeta a la Izquierda con una galletica. De galletica en galletica la Izquierda ha perdido cuadros y personalidad. Una Izquierda con carácter no puede seguir en esos jueguitos de toma y dame y debe esforzarse por tirar del carro de la lucha social y convertirlo en poder electoral. Cuesta pero es el camino más firme y seguro. 

Segundo folio: la política. Por primera vez un presidente salió electo con una consigna política de la Izquierda: paz negociada. Para el primer folio la Izquierda debería tensar la cuerda o romperla cuando no haya más remedio que hacerlo, pero para el segundo folio no debe dejar que la cuerda se tense o se reviente. Para conseguir que no se rompa debe evitar el lenguaje inútil que conduce a la crispación. No de otra manera se puede conseguir la tan pregonada reconciliación. No conozco un solo analista, oenegista, yo mismo, cura, guerrillero o dirigente de la Izquierda que no escriba o hable sobre la reconciliación. Reconciliación con quién y porqué.

Y aquí es donde aparece el nombre de Piedad Córdoba. Ella, con su tumbao, va hasta donde los generales condenados o sindicados de matar o desaparecer gente por fuera de combate, para saber en qué andan o qué piensan hacer con sus vidas y con sus historias secretas. Piedad más unos cuantos hemos entendido que la reconciliación no es un plato que se come fácil con arroz, papa, plátano y yuca. Es un plato que no entra fácil a la boca pero que hay que comerlo para que no nos acusen de estar comiendo siempre lo mismo.

La política de paz puede que nos lleve a un estadio de refrendación de los acuerdos por cuenta del pueblo (Constituyente Primario dirá la profe de Derecho Constitucional). Referéndum o Constituyente. Si la mayoría dice NO, no queremos esos acuerdos, no hay nada que hacer, todo se vuelve papel mojado. Volvemos al kilómetro cero y cada uno para su casa o su campamento. Un escenario que la Izquierda no desea. ¿Verdad?

A la Izquierda le apetece que la mayoría de la gente diga que SÍ, que sí quiere los acuerdos que quizás firmen el gobierno y la guerrilla. Todo el mundo se vuelve a su casa porque qué se hace en un campamento de guerra si no hay guerra. Pero, para llegar a un SÍ pleno, abrumante, se demandan los votos de todos los que votaron por “Juanpa”, y muchísimos de los que lo hicieron por “Zurriaga”, más el de los millones que se quedaron en casa durante la cita electoral. Un mandato explícito. Un SÍ raspando sería una paz de mentiras y la cabeza de playa para emprender otra guerra. Una nueva guerra de la que sería prematuro adivinar quién peleará contra quién. 

Y aquí es donde aparece Willy, el escritor William Ospina. Otro día escribiré sobre él y sus detractores. ¿Qué fue lo que escribió Willy que despelucó a una serie de intelectuales hipócritas? Escribió más o menos esto: la paz sin el apoyo, el compromiso y la voluntad de quienes han creado, favorecido, sostenido y financiado regímenes criminales, no vale. Y es verdad. La política de Izquierda no puede asemejarse a los zanahorios y simplistas ejercicios de las oenegés. Qué las oenegés hagan su bulla y escriban sus “papers” pero la política de la Izquierda ha de fundarse sobre hechos y no sobre deseos.

Los problemas sociales y económicos son como una bomba de relojería que, si el gobierno de Santos no mueve ficha, le estallará en la cara. La paz, por su parte, es la misión política más importante para el país. En fin, no estaría mal que la Izquierda colombiana sepa diferenciar una cosa de la otra. Las banderas socioeconómicas requieren tensión y nervios. La bandera de paz y reconciliación requiere de modulación en el discurso y los hechos. Tensar por un lado y alejarse de la crispación por el otro. La política también es equilibrio. 

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