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El sentido de las palabras

Los Estados Unidos, desde Obama hasta Sarah Palin, son un vasto campo de derechas, desde la blanda hasta la más extrema.

Antonio Caballero
23 de enero de 2010

Lleva apenas un año de gobierno Barack Obama y es muy poco lo que ha podido empezar a cumplir de sus promesas, en contraste con las grandes esperanzas que despertó su victoria. Pero ya la derecha, expulsada del poder a causa de sus excesos y sobre todo de sus fracasos (las dos guerras perdidas en Irán y Afganistán, la catástrofe de la crisis? económica), está volviendo por la ventana. Un caso simbólico es la victoria del republicano Scott Brown como senador por Massachussetts en el escaño demócrata que por muchos decenios fue de los Kennedy. Salvo su pertenencia a la derecha republicana, Brown no tenía otro rasgo conocido que el de haber sido declarado en tiempos "el hombre más sexy de los Estados Unidos" y haber posado desnudo para la revista Cosmopolitan.

(Un paréntesis: la victoria de Scott es una advertencia para la actriz colombiana Aura Cristina Geithner, que se lanza a la política asegurando que si fuera fea tendría más votos; y es también una advertencia para la ex presentadora de televisión María Fernanda Valencia, que promete salir desnuda en SoHo como premio para sus electores, si gana las elecciones al Congreso: Brown se desnudó antes, no después. Como el Tino Asprilla, que también es candidato con el lema de campaña de "El Tino la mete toda por ti", que sin duda lo llevará a la victoria, porque aquí la procacidad gusta mucho).

Vuelvo al tema: regresa la derecha. Claro está que en este punto los Estados Unidos no son un ejemplo universalmente válido, porque allá la izquierda no ha existido jamás. Hasta el punto de que al cauto reformista que es Barack Obama lo acusan (pues eso allá es una acusación) de ser socialista, como en los tiempos del New Deal acusaron también a Franklin Roosevelt. Los Estados Unidos, de Obama hasta Sarah Palin (otra que fue, de joven, reina de belleza de Alaska), son un vasto campo de derechas, desde la blanda hasta la más extrema.

Pero salvo allá, donde la derecha se llama a sí misma derecha sin ningún complejo, lo habitual es que se suela disfrazar bajo el púdico apelativo de "centro-derecha": la de Aznar y Rajoy en España, la de Berlusconi y Fini en Italia, la de Sarkozy en Francia. De "centro-derecha" tilda María Elvira Samper, en su columna de Cambio, a Sebastián Piñera, el neoliberal que acaba de ganar la Presidencia en Chile. Teniendo en cuenta que Piñera fue partidario del general Pinochet (aunque votó en contra en el referendo que pretendía eternizarlo en el poder), habría que llamar a su nueva coalición gobernante no de "centro-derecha" sino de "derecha extrema derecha". Y reservar el término "centro derecha" para la coalición derrotada, la "Concertación", cuyo candidato presidencial era Eduardo Frei: un demócrata cristiano de la misma Democracia Cristiana que apoyó a Pinochet cuando dio el golpe.

Es como aquí en Colombia. Todavía recuerdo que hace unos años, cuando se discutía sobre el nombre que debería llevar el partido uribista que terminó llamándose elocuentemente "de la U", el influyente politólogo (y hoy embajador en París) Fernando Cepeda sugirió muy serio que había que dejar en claro que se trataba de un partido "de centro-izquierda". Como era "de centro-izquierda" aquella "coalición de matices" que según Carlos Lleras conformaba el Partido Liberal, cuando existía.

El sentido de las palabras debería ser tomado más en serio.

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