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El sida y la pecadora

Como la vacuna contra la fiebre amarilla no es ciento por ciento segura, ¿deberíamos por eso dejar de vacunar a la población en riesgo?

Semana
2 de febrero de 2004

Vamos a poner el caso de una pecadora que llega a un confesionario y dice, tras la rejilla:

"Acúsome padre de que soy trabajadora sexual".

"¿Cómo así, hija mía?", le pregunta el reverendo.

"Pues que soy puta, padre, me acuesto con hombres a cambio de plata".

"Ah, muy grave, hijita, tienes que cambiar de oficio".

"Claro, padre, qué más quisiera yo. Y usted ¿me daría un puesto aquí en la parroquia, así sea lavándole los sanitarios?".

"No, hijita, imposible. De esos menesteres ya se encarga sor Clementina".

"Bueno, padre, entonces, mientras encuentro algún destino mejor, voy a seguir en lo mismo".

"Es un pecado grave, hija".

"Ya sé, padre, pero no tengo otra cosa qué hacer. En todo caso yo venía a preguntarle otra cosa. ¿Puedo por lo menos pedirles a mis clientes que se pongan condón?".

"Ni riesgos, ni se te ocurra. El cardenal López Trujillo, una eminencia, dice que usar condón es gravemente inmoral. Estarías cometiendo un doble pecado: uno, al acostarte por plata; y otro, al obligar a los clientes a ponerse condón".

"Pero padre, es que es para evitar que me contagien alguna cosa".

"No, hijita, eso no sirve. El cardenal dijo que a veces los condones se rompen o se resbalan, y hay otros que salen porosos, y por los poros cabe el virus".

"Sí, padre, pero por lo menos las veces que no se rompen ni se resbalan ni están porosos, estoy segura. Así al menos disminuyo el riesgo".

"No, hija mía, no disminuyes el riesgo, al revés: eso estimula a los hombres a pecar contigo".

"Qué va. Si ellos se estimulan más sin condón".

"No, hija, tú no me entiendes. Créeme. Ellos pecan más porque se sienten más seguros. Y sexo seguro no hay".

"Ah, bueno, padre, entonces mejor sin condón".

"Sí, hijita, si te empeñas en seguir pecando, al menos no peques doblemente. Peca, pero sin condón".

"La bendición padre, y gracias por su ayuda y su sabiduría. Yo francamente no sé qué haría sin usted".

Más o menos estos son los términos de la nueva cruzada de la Iglesia en contra del condón. Como este no es eficaz para prevenir el sida en el ciento por ciento de los casos, entonces lo mejor es que las personas que vayan a estar expuestas al contagio, no lo usen. Efraín Cepeda, senador de la República, promoverá una ley para que los empaques de preservativos lleven un texto que diga que su uso no es ciento por ciento seguro. Dice el senador que esto es para que la gente esté mejor informada.

En realidad, no se conoce un solo medicamento que sea perfecto, que nunca falle y que funcione en todos los casos. Pongamos algo muy simple, la aspirina. En general, sirve como analgésico, mitiga los dolores. ¿En todos los casos? No. ¿Habría que ponerles a las aspirinas un aviso que diga que el 18 por ciento de las veces no quita el dolor de cabeza? Como el sida es mortal y el dolor de cabeza no, pongamos el caso de la fiebre amarilla, que es más actual. ¿La vacuna es eficaz en el ciento por ciento de los casos? No, hay algunas vencidas, otras que se dañan, otras que no funcionan. ¿Deberíamos por eso dejar de vacunar a la población en riesgo, o poner un aviso en cada dosis que diga, "la vacuna contra la fiebre amarilla no es ciento por ciento segura contra la fiebre amarilla"?. No sería conveniente pues esto desestimularía a la gente a vacunarse.

La nueva cruzada de la Iglesia tiene además algo muy hipócrita. Supongamos que el condón fuera seguro en el ciento por ciento de los casos. De ser así, ¿la Iglesia estaría a favor del condón? Tampoco. Ahí se demuestra la falacia del razonamiento. El condón, dice monseñor López Trujillo, sólo es eficaz en el 85 por ciento de los casos. Supongamos que sea cierto. Lo mismo le podría decir un vendedor de chalecos antibala a un periodista de guerra. "El chaleco antibala no es seguro en el ciento por ciento de los casos". Muy bien, pero si a uno lo mandan a cubrir la guerra de Irak, ¿será mejor ponerse el chaleco, o no?

Dice la Iglesia que hay tan sólo dos prevenciones eficaces contra el sida: la castidad, y las relaciones entre parejas monógamas y fieles. A mí se me ocurren, por lo menos, otras dos formas de sexo muy seguro. El sexo sin penetración y el sexo solitario, prácticas ambas prohibidas por la Iglesia. Y eso que la masturbación es un tipo de sexo muy común, sobre todo en los seminarios -seminario viene de semen, semilla-, como creo que nos podría confirmar (sin violar el sigilo) cualquier confesor experimentado.

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