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2016, 2014, 2010, 2002, 1998 ó 1990

Las elecciones del próximo año se asemejan a varias otras. Pero especialmente a una.

Alfonso Cuéllar, Alfonso Cuéllar
3 de noviembre de 2017

En 2008, Hillary Clinton pensó que los votantes demócratas querían regresar a las buenas épocas del gobierno de su marido de la década de los noventa. Se equivocó. Optaron por Barack Obama quien prometía un cambio. En 2016, Clinton se presentó como la sucesora lógica de Obama, como una garantía de continuidad. Fue derrotada por Donald Trump, cuyo mensaje era desbaratar el legado de su predecesor. Clinton no es la primera candidata en interpretar mal el estado anímico del electorado o de querer repetir fórmulas y estrategias ganadoras del pasado. En Colombia lo estamos viendo hoy.

El Centro Democrático y sus aliados esperan replicar el éxito del No del plebiscito de octubre 2016, con una dosis fuerte de la campaña de “mano dura, corazón grande” de 2002. Es riesgosa. La Colombia de hace 15 años estaba atemorizada por las Farc y en particular sus secuestros masivos. En abril de ese año, por ejemplo, se llevaron a la fuerza a 12 diputados de la Asamblea del Valle. En febrero habían secuestrado en pleno vuelo a un avión, con el fin de retener al senador Jorge Eduardo Gechem. El Mono Jojoy alardeaba de su “ley 002” y de las “pescas milagrosas”. El peligro era inminente para millones de colombianos.

Si bien la retórica es la misma –“las Farc son una amenaza existencial”, en el diario vivir ya no se sienten en la inmensa mayoría de los municipios. No es lo mismo vender un temor abstracto que uno tangible– “me pueden matar”.

Humberto de la Calle y Juan Fernando Cristo, los dos aspirantes del Partido Liberal, parecen estar preparados para revivir la segunda vuelta presidencial de 2014, donde las negociaciones con las Farc fueron el factor determinante para la victoria de Juan Manuel Santos. El problema es que en ese momento aún no se conocían los detalles del acuerdo; hoy sí y algunos son muy impopulares. No será fácil ganarle ese pulso retórico a la oposición.

Sergio Fajardo, Claudia López y Jorge Robledo son la versión 2018 de los tres mosqueteros (Antanas Mockus, Enrique Peñalosa, Luis Eduardo Garzón) que irrumpieron en 2010. Esa ola verde, de la cual Fajardo fue partícipe de primer orden, prometía un cambio en las costumbres políticas. No cuajó. Los colombianos no querían, parafraseando a Franklin Delano Roosevelt, “cambiar de caballo en medio de la corriente”. Optaron por el más de lo mismo que simbolizaba Santos. El nuevo triunvirato se enfrenta a una verdad a puño: las segundas partes rara vez superan a la primera.

Las mismas Farc o Farc parecen contagiadas por la historia. La candidatura de Rodrigo Londoño (alias Timochenko) busca igualar el éxito mediático de Antonio Navarro, comandante del M-19, el 27 de mayo de 1990. En una campaña relámpago (firmaron la paz en marzo, su máximo jefe y candidato presidencial Carlos Pizarro fue asesinado el 25 de abril), Navarro logró el 12 por ciento de los votos, superando al representante oficial del Partido Conservador. Ni Pizarro ni Navarro habían acudido – ni acudieron- a la justicia por sus crímenes de lesa humanidad. Era otra Colombia. Y los electores no conocían tanto el prontuario del M-19. En 2018, los candidatos de las Farc –afortunadamente- no tendrán ese beneficio de perdón y olvido.

Curiosamente, se habla poco de otra campaña en la cual estábamos igual o incluso más polarizados. Fenecían amistades; eran frecuentes las peleas familiares. Los opositores del presidente cuestionaban la legitimidad del ocupante de la Casa de Nariño por el ingreso de cuantiosos recursos en la segunda vuelta. La coalición del Gobierno dependía del apoyo de un sector mayoritario del Partido Conservador, a quienes se les achacaba de lentejos (por venderse por un plato de lentejas). Hoy a los aliados godos de Palacio los tildan de enmermelados (aparentemente, los colombianos somos vulnerables a la persuasión alimenticia).

En 1998 había samperistas y pastranistas. Y punto. Los primeros eran representados por el ministro estrella, Horacio Serpa. Y los segundos, por Andrés Pastrana quien reclamaba venganza. El centro o tercería no parecía viable. Unas pocas semanas antes de la elección el binomio Noemí Sanín-Mockus emitió un comercial donde ridiculizó esa pelea permanente y lluvia de insultos. Fue impresionante su subida en las encuestas, pero no les alcanzó el tiempo. Demostraron, sin embargo, que había otra opción.

La contienda electoral de 2018 parece fértil para una candidatura que recoja el centro que están abandonando tanto Sergio Fajardo -con su alianza con el Polo- como Germán Vargas Lleras, con su aparente decisión de pelearle los votos de la derecha al uribismo.

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