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Jorge Iván Cuervo anticipa los movimientos políticos de los próximos meses si pasa la reelección y si se cae

Semana
1 de mayo de 2005

Si la Corte resuelve que la reelección inmediata del Presidente es constitucional, nos abocaríamos a un escenario de estas características. El presidente Álvaro Uribe oficializaría su candidatura para el próximo período y los uribistas, tanto de primera como de segunda generación -incluido el conservatismo- y oportunistas de última hora, se aliarían en torno de la reelección porque saben que dicha alianza les traería réditos importantes, aun para sus propias campañas al Congreso en las difíciles condiciones que ha establecido la reforma política. Esta alianza tendría todas las posibilidades de ganar si el debate electoral sigue atado al tema de la seguridad porque en ese escenario Uribe es muy fuerte. De otro lado, las fuerzas políticas opositoras del gobierno formarían una coalición con el fin de, como lo propone el ex presidente López, llevar la contienda electoral a la segunda vuelta. ¿Cuáles son las posibilidades de triunfo de una coalición antiuribista? Si esta se materializa desde el liberalismo, con un candidato elegido en consulta popular y con el aval de Gaviria, Samper y López, es posible que el liberalismo oficialista impida que Uribe gane en la primera vuelta y en una alianza con sectores moderados del Polo Democrático pueda obtener el éxito en la segunda. Esto es mucho más viable si el candidato es Peñalosa y no Serpa, quien polarizaría el debate y haría más fácil el triunfo a Uribe. Si el liberalismo se divide, el triunfo de Uribe será un hecho. Una operación avispa como la que propone López para la primera vuelta, con uno o dos candidatos de la izquierda, y uno o dos del liberalismo, es un escenario en el que Uribe arrasaría. Serpa debería plantearse en serio aspirar a la alcaldía de Bogotá. Una buena alcaldía con un discurso de gerencia social lo dejaría revitalizado como candidato a la Presidencia y despejaría las dudas sobre sus credenciales como estadista enredadas en tiempos del proceso 8.000. Ahora bien, ¿Cómo es posible derrotar a Uribe? Lo primero: sacar del debate electoral el tema de la seguridad con el compromiso de transformarlo en política de Estado, por supuesto con los ajustes necesarios para hacer más eficaz, más sostenible y menos selectiva la seguridad democrática. Esta sociedad no está dispuesta a aceptar menos seguridad de la que este gobierno ha entregado. Quien quiera plantear algo distinto se expone a una derrota estruendosa. Pero también es necesario poner en el debate la otra parte de la agenda gubernamental, esa en la que Uribe no ha hecho nada distinto que sus antecesores, como no sea extender beneficios tributarios a grupos de interés poderosos y repartir recursos del sistema general de participaciones en los consejos comunitarios sin ninguna política social integral. Por supuesto que no es tarea fácil. Ese estilo frentero y decidido del Presidente, que contrasta con la imagen un tanto ausente de sus dos antecesores, y el manejo mediático que le dan en Palacio, haciéndonos creer que hace mucho, que está en todas partes, que manda -pero con baja capacidad de conducción política, vaya paradoja-, no es fácil de derrotar, máxime si va a tener a su disposición todos los recursos materiales y simbólicos que ofrece el ejercicio del poder. Es necesario cambiar el orden de prioridades. Hay que plantearle al país la discusión por una nueva agenda gubernamental, en la que el tema social, la política exterior, el ordenamiento territorial y la descentralización, la solución al tema pensional, la agenda interna de competitividad, la política de justicia, la política ambiental y de prevención de desastres, las políticas para enfrentar la pobreza, entre otros, sean las prioridades. La idea según la cual si no se derrota el terrorismo no puede hacerse nada más es un falso dilema. Colombia tiene que hacer las dos cosas a la vez: combatir los factores de violencia y pensar en cómo mejorar el bienestar y las condiciones de vida de los ciudadanos, especialmente de aquellos que están por debajo de la línea de pobreza. La complejidad del problema económico y social de Colombia desborda la discusión sobre la lucha contra el terrorismo en la que nos ha metido este gobierno, deprimiendo la agenda pública. Quien pueda recoger esa bandera con credibilidad, sin pugnacidad, tiene posibilidades de recoger el voto de aquellos que consideran que un buen gobierno es mucho más que tener a raya a las Farc. Ahora bien, de no pasar la reelección el examen de la Corte, el escenario político que se vislumbra es el de la dispersión extrema a todo lo ancho del espectro político e ideológico. Uribe deja de ser actor directo para convertirse en árbitro de la elección, y la pregunta del millón es quién encarnaría mejor los ideales del Presidente, que no del uribismo, que como fuerza política cohesionada no existe. En esa dispersión todos se van a sentir generales. Vargas Lleras ha anunciado su candidatura ante esa eventualidad, Rafael Pardo podría dejarse contar, pero pienso que sólo existen dos posibilidades con alguna viabilidad. La principal carta la tendría el Partido Conservador, que se vería obligado a tener un candidato propio que recoja las banderas de Uribe con un componente social. Nombres como los de Luis Alfredo Ramos o Noemí Sanín empezarían a sonar fuerte. Otra posibilidad es una alianza Uribe-Peñalosa, si el ex alcalde de Bogotá no encuentra garantías en el liberalismo ante una elección interna y cerrada como quiere Horacio Serpa. Si bien Peñalosa ha manifestado cierta distancia con el Presidente, su proyecto político e ideológico no es incompatible con el del Estado comunitario. Por allí podría haber una sorpresa. En el liberalismo, el trabajo de aglutinamiento será aún más difícil para Cesar Gaviria, quien tendría que disciplinar a los precandidatos para asegurar unidad en pos de un triunfo con sectores moderados del Polo Democrático en segunda vuelta. En este escenario, Horacio Serpa sube sus acciones y sus posibilidades. De otro lado, la izquierda democrática podría tener una opción importante alrededor de una candidatura como la de Antanas Mockus, cuya tercería no cuajaría en el primer escenario de la reelección aprobada por la Corte. El problema de Mockus radica en que a pesar de ser el candidato que individualmente mejor podría enfrentarse a Uribe, está descuidando el trabajo político y su imagen se diluye ante las urgencias electorales de un país que no termina de registrarlo más allá de Bogotá. Su desdén por los partidos lo puede dejar sin ninguna posibilidad. Lo cierto es que cualquier otro candidato del Polo no cuajaría por sí mismo, dada la polarización existente, pero podría ser la base de una alianza con el Partido Liberal. Más allá de esta milimetría política, lo importante es la agenda de discusión que se le plantee al país. Si la seguridad sigue siendo el tema central, nos moveremos en la misma línea que facilitó la reelección de Bush, y a eso le apostará Uribe en cualquiera de los dos escenarios, supeditando el resto de la agenda al desarrollo de su política de seguridad democrática, idea que ha comprado ese 70 por ciento que sale en las encuestas y que no necesariamente representa el caudal de movilización política en una elección, como se demostró en el referendo. Si por el contrario se logra estabilizar la política de seguridad como una política de Estado, y el electorado percibe que sobre eso hay un acuerdo nacional para no dar marcha atrás en cuanto a control del territorio, otros temas como el económico y el social serán definitivos, y es allí donde todos los otros candidatos distintos de Uribe tendrían más oxígeno. Más allá del problema con las Farc -que con sus acciones han marcado las últimas dos elecciones y no es descartable que vuelvan a hacerlo-, tenemos como sociedad la tarea de desarrollar el Estado social de derecho en un mundo cada vez más globalizado, competitivo y en tránsito hacia la sociedad del conocimiento, con un acumulado preocupante de pobreza y desigualdad. Ese desafío demanda una enorme movilización de recursos de todo orden y de acuerdos estratégicos en el sistema político, y por supuesto desborda la discusión sobre el nombre de quien será el próximo Presidente, en un país que parecería jugarse la vida en cada elección. Necesitamos pensar el país más allá de los imaginarios de la seguridad para ver si nos ocupamos de lo importante. En cualquier caso, el presidente Uribe está de primero en el partidor y con todas las posibilidades de ganar o de decidir quien gana. Por ahora, la Corte Constitucional tiene la palabra. *Docente-investigador de la Facultad de Finanzas, Gobierno y Relaciones Internacionales de la Universidad Externado de Colombia. jicuervo@cable.net.co

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