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La geografía es tozuda

En el último año participé en dos discusiones, una vía Twitter y otra en un foro gremial, acerca de las bondades y desaciertos del modelo económico colombiano en épocas del auge minero-energético.

Esteban Piedrahita, Esteban Piedrahita
14 de diciembre de 2016

De ellas me han quedado sonando dos posiciones críticas y relacionadas. La primera, de Andrés Hoyos, fundador de El Malpensante, quien afirmaba que “La mala política económica … viene de Uribe … que lanzó el modelo extractivista”. La segunda, de Juan José Echavarría, nuevo Gerente del Banco de la República, quien ponderaba la política industrial de México en contraste con la seguida por Colombia.

Al respecto, y para lograr un mejor entendimiento de una época importante para el país y una perspectiva más sofisticada sobre su proyección futura, merece la pena hacer unas observaciones en dos líneas principales: 1) sobre la ‘discrecionalidad’ que tienen los gobiernos en algunos ámbitos de la política económica, y 2) sobre los resultados alcanzados en razón a esas ‘apuestas’.

En cuanto a lo primero, el hecho más relevante para la economía colombiana en la década inicial de este siglo fue que los precios del carbón y el petróleo, dos minerales que están presentes (el primero en gran abundancia) en su geografía, se multiplicaron. El país aprovechó esa circunstancia con acciones como la reforma del régimen petrolero, la transformación de Ecopetrol y la puesta en marcha de la Agencia Nacional de Hidrocarburos, entre otras. Con precios extraordinarios y aumentos en la inversión, Colombia pasó de producir US1.700 millones en carbón y US6.200 millones en petróleo en 2003 a US6.150 millones y US35.500 millones, de estos minerales, respectivamente, en 2013. No es claro lo que quería decir Hoyos por un ‘modelo extractivista’. Pero lo que ‘lanzó’ el auge minero-energético fueron las señales de precio internacionales, aupadas sobre la insaciable demanda china, que Colombia supo aprovechar.

Algo similar sucede con la ‘estrategia’ mexicana. El mayor recurso natural que tiene ese país (que cuenta con reservas petroleras y de minerales metálicos bastante mayores a las de Colombia) es su frontera de unos 3.600 kilómetros con el mayor mercado del mundo. La firma del NAFTA con los EE.UU. en 1992 sí fue una estrategia discrecional del gobierno de México (igual que la firma del TLC con ese país por parte de Colombia); pero el mayor determinante del éxito exportador de su industria manufacturera (que en 2014 despachó US80.000 millones en artículos electrónicos y $60.000 millones en maquinaria y equipos, 72% y 107% más, respectivamente, que en 2004) es, sin lugar a dudas, su ubicación geográfica, que facilita la inserción en las cadenas de valor norteamericanas. En estas circunstancias, se podría decir que la ‘estrategia’—en gran parte determinada por la geografía—‘escogió’ a México, y no al contrario.

Acotando, entonces, el margen de maniobra de los gobiernos en materia de estrategia productiva por la importancia de señales coyunturales y factores estructurales como los geográficos, vale la pena preguntarse ¿a qué país le fue mejor con su ‘estrategia’? Sería de pensar que fue a aquel que, cómo México, desarrolló fortalezas en bienes de mayor valor agregado y no en recursos no-renovables. Los datos indican lo contrario. En los años 2003 a 2014 el crecimiento promedio del PIB mexicano fue del 2,6%; muy por debajo del colombiano que se expandió a una tasa anual del 4,8%. En igual período, según datos de Cepal, mientras Colombia redujo el porcentaje de personas en condición de pobreza del 48% al 28,6%, en México ésta a duras penas se movió.

Puede ser que en el mundo ‘post-auge’ a México le vaya mejor, aunque aún no hay señas de ello y se ciernen sobre ese país las descabelladas amenazas proteccionistas de Trump. Lo que sí no parece admitir duda es que México ‘desaprovechó’—por sus políticas estatistas en el sector de hidrocarburos—, los buenos vientos petroleros y, de paso, se perdió una década excepcional para América Latina. Su producción de crudo cayó de 3,5 a 2,3 millones de barriles por día entre 2003 y 2014, al tiempo que Colombia la multiplicó por dos.

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