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FUERA DE SERIE

7 de julio de 1997

Uribe Velez dice no a la candidatura": la noticia fue dada por El Tiempo en ese lugar huérfano del periódico (un recuadro de dos columnas en la página ocho) donde los editores colocan los sucesos sin mayor importancia: oscuros asesinatos de provincia, festivales o paros locales. De esta manera, casi clandestina, se le dio sepultura a una de las grandes expectativas políticas del país. Estoy seguro de que una gran mayoría de antioqueños quedó frustrada. Primero, porque esperaba que su gobernador, el más popular que Antioquia ha tenido en muchos años, entrara a última hora por la puerta grande en la piñata de las candidaturas. Segundo, porque si su decisión era la de permanecer en su cargo, pese a toda suerte de presiones, incluyendo la de sus propios asesores y amigos, ella merecía honores de primera página: renunciar tranquilamente a una postulación no es algo que se vea con frecuencia. Nadie quiere perder su cuarto de hora. Todos se echan hoy al agua. Uribe Vélez no. Sabe esperar. Mira lejos. ¿Político? Se parece más a un ejecutivo ardorosamente empeñado en obtener resultados. Los consejos comunales que organiza en cada pueblo son verdaderas reuniones de gerencia: cifras y obras sustituyen los discursos. Asume compromisos y los cumple. Es serio. Uno piensa en ese alumno modelo de la clase, incapaz de decir mentiras. Podía haber dejado en marcha, sin que sufrieran mengua alguna, los cinco ambiciosos programas que se ha propuesto realizar en Antioquia, pero prefirió quedarse con ellos, vigilando hasta el final de su mandato su ejecución, con una especie de empecinamiento febril que le ocupa 18 horas de trabajo al día y no lo deja descansar sábados ni domingos. Quiere llegar al 2 de enero de 1998 y decir: lo que prometí a Antioquia aquí está. Y ahí estará, en efecto. No quisiera quemar en el espacio breve y fugaz de una columna lo que dará tema para un gran informe sobre el experimento antioqueño. Pero créanme, por haberlo visto de cerca, que se trata de algo excepcional. Detrás de la drástica disminución de la nómina burocrática, que pasó de 14.000 cargos a 5.800; detrás de los 100.000 nuevos cupos educativos, del millón de pobres protegidos por un sistema subsidiado de salud, de los talleres de formación profesional y de los bancos comunitarios que crea en cada pueblo y de los 800 o más kilómetros de carreteras pavimentados (igual a los que se pavimentan en todo el resto de la Nación), detrás de eso, lo que cualquiera ve perfilarse merecería, sin fraude, el nombre de una revolución. Pacífica: la del desarrollo. Allí, en Antioquia, el Estado ha dejado de ser ese ciego e irresponsable agente del clientelismo, la burocracia y el despilfarro, para ponerse al servicio de la comunidad. Por primera vez ésta deja de ser pasiva y asume un papel protagónico. Segundo rasgo singular. No hay manera de ponerle a Alvaro Uribe una etiqueta ideológica. Por la prioridad que da a los sectores más pobres y vulnerables y la inquietud social que domina su gestión, podría aproximarse a los postulados e inquietudes de la socialdemocracia y de la izquierda. Pero por la manera como transfiere a la sociedad civil responsabilidades y servicios que antes monopolizaba al Estado; por la manera como poda el follaje burocrático, reduciendo drásticamente los gastos de funcionamiento en beneficio de la inversión, se acerca a nosotros, los mal llamados neoliberales. Sin que se le pueda tampoco definir como tal. Es sencillamente un estudioso y un pragmático que ha visto dónde está la raíz podrida de todos nuestros males _inseguridad, subversión, pobreza, narcotráfico, corrupción_: en el desastroso Estado que tenemos. Y ha demostrado con hechos que ese Estado burocrático puede ser sustituido por otro, que llama comunitario.Tercer rasgo: firmeza y carácter. Uribe tiene dentro de sí su propio centro de gravedad. Sabe decir no. Cuando más de medio Antioquia le ruega que sea candidato y él considera que no debe serlo, dice no. Y su no es no. Cuando desde el alto gobierno, por presión de las ONG, le piden que desmonte las Convivir, dice no. Y lo hace con la más lúcida y profunda convicción, porque las Convivir, que ejercen funciones de vigilancia e inteligencia al servicio de la ley y no al margen de ella, son el mejor antídoto contra la guerrilla y los paramilitares. Cuarto rasgo: es ajeno a la polarización del país. Puede tener de su lado a samperistas y antisamperistas. De ahí que sea la gran reserva del país futuro, un hombre fuera de la contienda que desgarra al país. Quien mejor lo ha entendido, con su aguda lucidez de siempre, es el ex presidente López Michelsen. Ha propuesto a Uribe como jefe único del liberalismo. Y uno comprende que, en efecto, por ser ajeno a los bandos en conflicto, Uribe es capaz de recoger los pedazos de este jarrón roto que es el Partido Liberal y recomponerlo. No es casual que este nuevo líder sea un antioqueño. Siempre he creído que nuestra salvación debe venir de allí, de ese espíritu, o tal vez debería decir de esa cultura paisa, que ha quebrado la distancia entre lo que se dice y lo que se hace. Hechos, no palabras. Tal es no sólo la divisa de Uribe. Es la de Antioquia. Y debería ser la del país, para salir al fin de esa cultura de la retórica y la simulación por culpa de la cual estamos como estamos.

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