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Censura

El arte muestra, con frecuencia, lo que la sociedad se empeña en ocultar, por eso la moral no hace parte del arte: son enemigos declarados desde siempre. “Hay que respetar la literatura si tú crees en la libertad”, dijo hace poco Vargas Llosa. Pero al parecer la libertad ya no es lo que fue. No lo es en el arte, pero tampoco en los derechos individuales o en el respeto por el otro.

Alonso Sánchez Baute, Alonso Sánchez Baute
1 de abril de 2018

A la escritora norteamericana Keira Drake le bastó un borrador de su obra para firmar un contrato por tres novelas, con un anticipo de cinco dígitos en dólares, con Harlequin Teen, una editorial especializada en literatura juvenil. A partir de ese momento la editorial volcó todos sus esfuerzos en promocionar The Continent, su ópera prima. La historia de la novela es todo un novelón: en noviembre se anunció la decisión de no publicarla, pero el pasado martes finalmente vio la luz.  

Durante cinco años Drake se dedicó a documentarse, escribir y editar. El texto fue luego entregado a una serie de lectores contratados por la misma editorial, en tanto el editor volvía a leerla preocupado básicamente por problemas de ritmo y estructura. Cuando finalmente estuvo en su punto de sal y hervor, Harlequin Teen la pasó a impresión. Todo cambió con los primeros libros impresos, varios de los cuales fueron entregados a los lectores de sensibilidad”, una figura, según cuenta The Washington post, “que ha venido creciendo en el mundo editorial estadounidense a medida que la industria ha sido consciente de las nuevas sensibilidades y los prejuicios propios” (¡Ooops!).

Estos  nuevos lectores dictaminaron que el libro era “basura racista incendiaria”, y con esto la editorial decidió no publicarlo. La escritora se defendió con la inocencia del mercado al que se dirige su obra: “Oh, por Dios, es cierto. ¿Cómo no me di cuenta antes? Les juro que fue 100% no intencionado” y acto seguido reescribió la novela, eliminando las palabras y los pasajes que podrían ofender a sus lectores y olvidando que esto, escribir para vender lo que la masa exige, sí que es basura.

Seguramente toda esta pantomima obedece a una estrategia de publicidad y el problema real del libro es la historia que cuenta, tan absurda como estúpida.  Pero si los medios más importantes de USA se han prestado para difundir esta patraña es por el mensaje que mandan a la sociedad dentro del contexto actual: esto de la moralidad y la corrección política en el arte comienzan a exasperar. Hace poco, por ejemplo, quisieron censurar un óleo de Balthus que muestra a una niña a la que se le ven las pantaletas. Igual pasó con el afiche de la retrospectiva de Egon Schiele. Y hay más: se prohibió en algunos colegios de EEUU la lectura de Matar a un ruiseñor y hasta Gallimard se vio obligada en enero a frenar la publicación de los ensayos de Celine, el celebrado escritor de Viaje al fin de la noche que colaboró con los nazis.  

El arte muestra, con frecuencia, lo que la sociedad se empeña en ocultar, por eso la moral no hace parte del arte: son enemigos declarados desde siempre. “Hay que respetar la literatura si tú crees en la libertad”, dijo hace poco Vargas Llosa. Pero al parecer la libertad ya no es lo que fue. No lo es en el arte, pero tampoco en los derechos individuales o en el respeto por el otro. De hecho, ya ni siquiera se habla de libertad. Ahora las mayorías exigen “disciplina”, un eufemismo por censura. ¿Se acabó la primavera?

@sanchezbaute

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