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Lo que nunca entendí de las chuzadas

¿A quién quiero engañar?, me digo mirándome al espejo: jamás clasificaré para que me espíe el gobierno

Daniel Samper Ospina
25 de julio de 2009

Reconozco que desde cuando se supo que el DAS está chuzando las llamadas de algunos periodistas, cada vez que uso el teléfono me pongo nervioso: ¿qué tal que no me estén chuzando, me pregunto angustiado; ¿dónde quedará mi reputación? ¿Qué les diré a mis amigos, que creen que soy lo suficientemente importante como para clasificar al espionaje estatal?

Por eso, cada vez que hablo por celular con ellos procuro dejar la sensación de que lo hice en clave, como las grabaciones de los políticos corruptos que a veces pasan en La W:
—Ya te consignaron 500 puntos por esa vuelta, ¿oíste? -suelo decirles, aunque mis amigos no entiendan nada y crean que estoy hablando de los puntos que necesita la selección para ir al Mundial.

Al respecto siempre he tenido algunas dudas, que en realidad son quejas: ¿por qué algunos corruptos creen que confunden a la autoridad si usan la palabra "puntos"? Utilizan términos como soborno, transacción, tajada: pero cuando van a decir millones dicen puntos, y creen que así los investigadores van a quedar perdidos; que el detective oye la grabación y reacciona decepcionado:

—Paremos la investigación: Name -por decir cualquier nombre, no es nada personal: podría haber puesto otro apellido, por decir cualquier cosa Terán: son simples ejemplos-, Name dijo puntos, no millones. Seguramente estaban hablando de algo legal. Los puntos que tienen en Carulla, por ejemplo. Olvidémoslo todo. Archivemos el caso.

Hay otra cosa que me desespera del mundo de las chuzadas, y es la gente que habla en inglés. Así eran los yuppies que trabajaban en DMG. De golpe hablaban en inglés, muy en la tónica de las señoras de clase alta que hacen lo mismo delante del chofer para comentar los asuntos de plata que no quieren que sepa la servidumbre. Lo malo de ellos era que había palabras cruciales que decían en español porque no sabían traducirlas:

—I have to take the money from the caleta.

¿No deberían darles más años de cárcel sólo por eso?

Este es un país terrible en el que el Estado chuza a miembros de la Corte y no pasa nada. Toda mi solidaridad va para ellos. Personas honorables como el doctor Valencia Copete, sobre quien lamento no sólo la mezquina persecución de la que ha sido víctima por parte del gobierno, sino sobre todo la paradoja de su nombre. Porque que una persona tan calva como él sea de apellido Copete es como si el príncipe de España fuera de apellido Chaparro o Wilson Borja de apellido Caballero.

Digo que ante mis amigos hablo dándome aires de importancia, como si estuviera chuzado. Trato de decir la palabra "¿oíste?" al final de cada oración, como si fuera una seña; recurro a frases aparentemente cuidadosas, como "eso prefiero hablarlo en persona". Pero cuando llego a la casa me quito la máscara y me deprimo, contrario a lo que le debe suceder al ministro Valencia Cossio.

¿A quién quiero engañar?, me digo entonces mirándome al espejo: si jamás clasificaré para que me espíe el gobierno. Como humorista nadie me toma en serio. Y entonces pienso que soy un fracasado y un mediocre. Sobre todo un mediocre. Detesto ser mediocre. Uno corre el riesgo de que el Presidente lo nombre Ministro de Transporte.

Decidido a no sentirme blanqueado por las fuerzas de seguridad del Estado, tomé la decisión de chuzarme a mí mismo. No iba a ser yo el único idiota en este país que durante el gobierno de Uribe no tuviera los teléfonos intervenidos. Por eso conecté una grabadora a la bocina y espere pacientemente alguna llamada. La única conversación que medianamente podía ser digna de ser grabada y filtrada a la prensa fue con mi mamá, que llamó para saber si iba a almorzar ajiaco a su casa:

—Eso ya está cocinado y quedó de 10 puntos, ¿oíste?

—¿Hay postre?

—Sí, acá nos repartimos la torta.

Envié el casete a una emisora, acompañado de un escrito sin firma. Me costó trabajo porque siempre he sido malo para escribir anónimos. No como el Partido Liberal, que se ha especializado ya no en escribir, sino en inscribir anónimos: cuanto anónimo haya, lo inscribe de precandidato presidencial.

Pegado al parlante del radio, esperé con cosquilleos en el estómago a que lo pasaran. Pero nunca sacaron nada. Parece que es necesario apartar turno con mucha antelación y cumplir con unos mínimos que exigen para que la audiencia no se aburra. Por ejemplo: no hay riesgo de que emitan una conversación de Ángela Benedetti, porque baja el rating:

—Ya convoqué a las y los ciudadanos y ciudadanas, y hablé con las y los contratistas y contratistos del Distrito, y eso ya quedó listo, ¿oíste?

—Qué bien, hay que contarle a tu hermano.

—Sí, yo hablo con Armandito (y Armandita).

Nunca pasaron la grabación. Sea este el momento de solicitar respetuosamente al gobierno nacional que no me deje de lado; que intercepte mis teléfonos o que al menos nombre a alguien en el Ministerio de Transporte. Así sea a Wilson Borja.

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