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El error de Santos

El presidente, en su afán por recapturar a la derecha, prefirió avalar a un procurador arbitrario y desprestigiado en lugar de enfrentarlo.

María Jimena Duzán, María Jimena Duzán
5 de abril de 2014

El presidente Santos cree que la manera de frenar su caída en las encuestas es reconectándose con el uribismo, pero no se ha dado cuenta de que este país ya se destetó de ese embrujo. 

Y prueba de que el país va por otro camino es que la candidatura del uribismo no nos sedujo. Óscar Iván Zuluaga no ha podido convertirse en el gallo que le dé la  pelea a Santos y hoy ese gallo es Enrique  Peñalosa, un candidato independiente, sin ñoños, que ha empezado a subir en las encuestas en la medida en que se ha desmarcado del uribismo. 

Más aún: ni siquiera el discurso uribista, tan eficaz en el pasado, nos pudo embrujar. Pese a que Óscar Iván Zuluaga reencauchó al pie de la letra la doctrina del miedo, la misma que le permitió a Uribe asentar su caudillismo y su política de la seguridad democrática, concebida como el salvavidas que nos separaba del abismo y de la hecatombe, los colombianos no le comimos el cuento. 

La estrategia que echó a rodar la campaña de Óscar Iván Zuluaga dirigida a infundir el miedo entre los colombianos para hacernos creer que Santos con su proceso de paz le estaba entregando al país a las Farc, al castrochavismo, al comunismo internacional y de que en nombre de todos los anteriores les iba a quitar todas las tierras a los ricos para dárselas a los campesinos pobres, tampoco le funcionó. Es probable que esa campaña le haya hecho mella a Santos en los estratos altos –donde hay miedo al cambio por pequeño que sea–, pero curiosamente eso no produjo una subida de Óscar Iván en las encuestas. (El gran beneficiado fue Enrique  Peñalosa, que inteligentemente aprovechó el viraje hacia la derecha de Santos para posicionarse en el centro).  

En el país real, que está pidiendo cambios y reformas sociales, que no quiere más guerra, y que está preocupado por la educación, no hay nadie con dos dedos de frente que piense que este país corre el riesgo de ser tomado por el comunismo internacional. Y está claro también, que Santos es un hombre de derecha, –así él se defina de  extremo centro– al que se le puede tildar de clientelista, de querer quedar bien con todo el mundo,  de ser arrogante y pragmático, de tener entre sus huestes a sus ñoños y sus musas, pero nunca, nunca  de ser un revolucionario marxista. 

Otra muestra de que el uribismo ha perdido sintonía con el país es el fracaso estruendoso que ha tenido en su intento por ‘rescatar’ al Partido Conservador de la corrupción y el clientelismo, impulsando tras bambalinas la fracasada candidatura de Marta Lucía Ramírez. En el país real donde la memoria y la capacidad de pensamiento no la manipulan ya la máquina de la propaganda uribista, ese tipo de discursos afortunadamente ya no pegan. Desde que recobramos la lucidez sabemos de sobra que si hay algún grupo político sin la autoridad moral para hablar de lucha contra la corrupción ese es el uribismo. La mermelada que ahora les parece tan cuestionable, la repartieron ellos a diestra y siniestra pero con propósitos aún más bajos: la utilizaron para reformar la Constitución en beneficio de su caudillo, con el propósito de instalarlo para siempre en el poder; se aliaron con los paras para pactar una desmovilización sin reparar a las víctimas y lo peor, llevaron al poder a una generación de políticos que surgió de la recomposición de las elites que impulsaron el narcotráfico de Pablo Escobar, los Castaño, los Pepes, etcétera. Con el uribismo, la política adoptó la ética y la estética de la mafia.  

Pero, sin duda, la prueba reina de que la ultraderecha no está marcando nuestro destino como país, es el desprestigio del procurador Alejandro Ordóñez en las encuestas. El presidente, en su afán por recapturar a la derecha, prefirió avalar a un procurador arbitrario y desprestigiado en lugar de enfrentarlo. Y cuando no acató las medidas cautelares de la CIDH, argumentando la tesis bastante discutible de que no eran obligatorias, el presidente creyó que iba a suscitar el apoyo de la  extrema derecha que considera la Comisión Interamericana un enclave del comunismo internacional. Pero se equivocó, porque el voto de la derecha no le llegó y en cambio perdió la sintonía con el país real. 

Si no hubiera invertido tanta energía en reconquistar al uribismo, habría dejado la arrogancia con que decidió imponer su presencia en Bogotá, luego de la salida de Petro de la Alcaldía y a lo mejor habría optado por la benevolencia ante el defenestrado en lugar de meterle más leña al fuego.  

Si el presidente quiere reelegirse, debería hacer una campaña dirigida a hablarle al país real en lugar de suspirar por el uribismo. Pero si insiste en seguir buscando lo que ya se le perdió, el próximo presidente va a ser Enrique Peñalosa. 

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