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Ministro Mancuso: ¡Salve usted el Festival de Teatro!

Se rescataría el legado cultural del uribismo, en el que abundan los autores y los intelectuales. Es decir, los autores intelectuales.

Daniel Samper Ospina
24 de marzo de 2012

Empezó el Festival de Teatro y mi decepción no puede ser más grande. Hay un montón de montajes rusos y eslavos, pero ninguno que interprete el sentir nacional. Yo esperaba obras como ¿Quién le teme a Viviane Morales, Un tranvía llamado Gustavo o Esperando a Ferleyn.

Al menos puestas en escena interpretadas por mandatarios criollos: que Belisario volviera a hacer de mimo y, como en la toma de Palacio, otra vez se quedara callado; que Samuel protagonizara Edipo Rey; siquiera que Sarmiento Angulo montara una adaptación de En busca de El Tiempo perdido.

En lugar de eso, hay un montón de obras serbias y eslovacas que le quitan espacio al artista nacional. A Jean-Claude Bessudo lo dejaron con las mallas puestas y maquillado de mujer. Ahora hace mercado con esa pinta. Y ni siquiera programaron la obra colombiana más importante de los últimos tiempos: aquel espectacular montaje que contó con más de 60 actores, una avioneta y un centenar de armas de utilería que se llamó La desmovilización del Cacique la Gaitana, y que dirigió quien, junto con don Luis Tejada, se constituye en el gran dramaturgo nacional: Luis Carlos Restrepo, el tierno Sófocles del Valle de Aburrá que, como otros grandes intelectuales colombianos, tuvo que irse de esta tierra miserable en la que no comprendieron su arte. Dios quiera que, ahora que le revocaron la medida de aseguramiento, regrese para montar la obra, si no en el Festival, al menos en un teatro, así sea de operaciones. Qué pérdida. La verdad es que si, como sugería el magistrado Néstor Correa, atravesáramos el tercer periodo de Uribe y Mancuso fuera ministro de Cultura, el Esquilo paisa estaría presentando su montaje en la Carpa Cabaret bajo un baño de gloria.

Yo vi la obra y me ericé, me ericé todo. La puesta en escena era sublime. Han podido elegir mejores intérpretes, es cierto. No digo que actores de la talla de Juan Manuel Santos que, siguiendo el método Stalivnaski, hizo por años el impecable papel de que era uribista. Pero sí un reparto más verosímil, porque no era fácil creer que el señor de la boina y la cola de caballo era un comandante guerrillero llamado Biófilo: ¡si incluso tenía un aire a Diego Santos! Hubiera sido mejor elegir un actor de aspecto agreste: mechudo, barbado, con los dientes torcidos. Un Gabriel Meluk, por ejemplo. O un Cabas, quizás, y que fuera un musical.

Pero eso no le quita méritos a la formidable puesta en escena lograda por aquel Ziggy de las tablas que con su pinta de bohemio -la larga barba blanca, el chal sobre el chaleco- podrá regresar al país y, quién quita, presentar la obra en el próximo Festival para disfrute de William Ospina, un valiente escritor que no solo podría interpretar él mismo a Biófilo, sino que consiguió que varios lectores aplaudieran a rabiar la columna en que defendió al excomisionado y, algo más meritorio aún, que algunos la leyeran hasta el final. Mis respetos a todos ellos.

Esas cosas pasan por no tener a Mancuso como ministro de Cultura. Si lo fuera, todo sería distinto. Sí: quizás la directora del Festival no sería Ana Marta, que es de pelo azul, sino Margarita, que es Cabello Blanco; llovería todos los días porque el chamán ya habría aparecido en Ocaña disfrazado de guerrillero; Pachito andaría vestido de arlequín y La Coneja Hurtado montaría I took Panama.

Pero se rescataría el legado cultural del uribismo, una doctrina en la que, como alguna vez lo advertí, abundan los autores, abundan los intelectuales: abundan, en síntesis, los autores intelectuales.

No creo que las manifestaciones artísticas deban estar en manos de un poco de izquierdosos de buzos de lana que no se bañan y que van a teatro únicamente por el canelazo que reparten gratis en el intermedio. Con Mancuso en el gabinete florecerían los aportes culturales de la ultraderecha criolla. Traducirían al español el libro que Uribe escribió en inglés. En El Campín no se presentaría McCartney sino McCaco. Y harían realidad el sueño de José Obdulio, mi maestro, que en la revista Bocas confesó que se identificaba con Forrest Gump. No seré yo quien lo contradiga. Por primera vez me parece incontrovertible su posición. Ya decía yo que el coeficiente intelectual de Forrest me recordaba al de alguien. Y no en vano la vida de ambos estuvo marcada por los personajes que conocieron: Forrest, a Kennedy, John Lennon y Nixon; José Obdulio, al 'Osito', Pablo Escobar y Álvaro Uribe. Bien: si Mancuso fuera ministro, obligaría a Dago García a que filmara la versión colombiana de Forrest basada en la vida de José Obdulio, y en la escena final mi maestro rompería a correr sin que nadie pudiera detenerlo, ni siquiera la Justicia, hasta llegar a Panamá.

Yo sé que Colombia es un país de intelectuales; que triunfa el 'Nietzsche' Guerrero en el fútbol y doña Silvia 'Goethe' se luce en el mundo de la academia y las desapariciones. Pero si gozáramos del tercer mandato de Uribe, y Mancuso fuera ministro, viviríamos como en Atenas: en ruinas, sí, pero con José Obdulio desnudo y envuelto en una sábana mientras que efebos como el Pincher Arias lo rodean para escucharlo, y Luis Carlos Restrepo funda al lado suyo el nuevo teatro griego: porque nadie mejor que ellos para promover el arte de la tragedia.

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