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Ni oposición ni gobierno

El Partido Verde tiene todo el derecho de pactar temas, proyectos y responsabilidades con el gobierno. Sus directivas no pueden matar el tigre y asustarse con el cuero.

León Valencia
23 de julio de 2011

Se veía venir. El Partido Verde se sumó a la coalición de Unidad Nacional. No tenía otra opción. El gobierno de Juan Manuel Santos había adoptado buena parte de sus banderas. La independencia con deliberación que proclamó Mockus no funcionó. Tenían que elegir entre seguir en el limbo o meterse al gobierno. Hasta ahí todo bien.

Lo malo es que la fórmula de participación se parece mucho a la que se inventaron para estar por fuera. No querían hacer verdadera oposición y ahora no quieren ser de verdad gobierno. "Sin misterio y sin ministerios", dice Lucho Garzón, quizás para conjurar las críticas de una parte de los verdes y para exaltar el interés en lo programático.

Otra vez la ambigüedad. Hace un año no quisieron reivindicar su derecho a hacer oposición después de haber obtenido más de tres millones de votos por unas ideas francamente opuestas a las que Juan Manuel Santos enarboló en la campaña. Ahora, cuando Santos, de manera sorpresiva, pone en marcha reformas y acciones que se parecen bastante a las ideas del Verde, este no se atreve a declarar su vinculación plena al gobierno.

Sé que al momento de tomar estas decisiones pesan mucho las malas costumbres políticas del país. La palabra oposición nunca ha tenido buen recibo en Colombia; la participación de tal o cual fuerza política en el gobierno pocas veces supone un acuerdo programático serio; el centro de los acuerdos es, casi siempre, el reparto burocrático.

Pero los nuevos partidos deben romper con esta manera de hacer política. Defender la legitimidad de lanzarse a la oposición cuando hay profundas diferencias de por medio. Y poner en primera línea los compromisos programáticos, sin desdeñar los acuerdos burocráticos, cuando hay coincidencia en los propósitos. El Partido Verde tiene todo el derecho a pactar temas, proyectos y responsabilidades de gobierno con el presidente Santos. Las directivas del Verde no pueden matar el tigre y asustarse con el cuero.

El Verde podría hacer aportes fundamentales en la agenda laboral, en la lucha contra la corrupción, en la reforma educativa, en una nueva política y una nueva institucionalidad para el medio ambiente, en la ejecución de la Ley de Víctimas y en el manejo de las regalías de la minería y el petróleo. Tiene además personas de altas calidades técnicas para encabezar estas responsabilidades.

Algunos críticos del ingreso del Verde a la Unidad Nacional han dicho que esta decisión debilita de manera grave la oposición y promueve el unanimismo. Esta gente confunde lo formal con lo real. La verdad es que sectores del Partido Conservador y del Partido de la U, a lo largo del año, han realizado una oposición soterrada y dura a muchas de las iniciativas del gobierno de Santos. Serán, seguramente, un obstáculo mayor a la hora de llevar a la práctica las reformas.

He ahí un reto del Partido Verde. Tiene que jalonar una redefinición de la coalición. Si el gobierno y la justicia continúan destapando los escándalos de corrupción de la era Uribe y Santos persiste en la tarea reformista, la confrontación abierta con el uribismo será inevitable y los Verdes tendrán que estar a la cabeza del debate.

La dirección del Verde y el propio Peñalosa deberían igualmente aprovechar la oportunidad para tomar distancia de Uribe en la competencia por la Alcaldía de Bogotá. Ya está suficientemente claro que el acercamiento con el expresidente solo sirvió para dividir el partido y alejar electores. Se sacrificaron inútilmente principios. El abrazo de Uribe no sirvió para catapultar la candidatura de Peñalosa. Fue más un lastre que un impulso.

Nota: en los últimos días he recibido las más dolorosas y falsas acusaciones de parte de Uribe y sus aliados. Pero soy incapaz de convertir esta columna en una tribuna para mi defensa personal. Solo puedo sugerir, a quienes quieran acercarse a la verdad, que lean el libro Mis años de guerra, sin prejuicios ni ataduras. Y reclamar una vez más que Uribe y alguno de sus seguidores tengan la decencia de revelar su pasado.

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