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Ojo con los cínicos

El acusador, acusándose, reveló el reparto burocrático con la mayor desfachatez

Semana
5 de junio de 2000

Los cínicos, que tuvieron buena fama en la antigüedad, no la tienen hoy en día porque cambió en forma sustancial el significado del término. De los virtuosos filósofos de linterna lo que hoy demuestra ese apelativo es la mayor impavidez para hacer gala de los propios errores y aun así ejercer de críticos en contra de la inmoralidad ajena. El cínico no tiene empacho en afirmar que sí, que él también desplegó maniobras burocráticas, que también concurrió a la oficina del Secretario General a esperar la tajada que le correspondería por haber aportado a la campaña del presidente elegido. Y lo dice con gracia, hace reír a sus colegas, hoy acusados en globo de corrupción (con toda seguridad, muchos no son corruptos en las corporaciones legislativas). Y de ahí toma impulso para endilgarle al Secretario su inmenso poder, lo que él considera en la práctica como una vicepresidencia de la República y demostrarle las incompatibilidades que tiene tan alta influencia, de la que el mismo cínico se benefició políticamente, con los negocios familiares del Secretario. Fue esto lo que dejó ver el prolongado debate del martes de la semana que acaba de pasar, cuando no sólo los congresistas, sino también los interesados en seguirlo debimos declararnos en sesión permanente y pedir que nos llevaran el frugal almuerzo al lugar de la televisión. Cínicos son los que mucho callaron ante las hazañas del gobierno anterior, para no derrumbarse, y hoy elevan el grito por impurezas francamente menores. Porque no puede ser lo mismo venir confeccionando trajes militares y seguirlo haciendo al asumir altos cargos que apoyar un gobierno sustentado en su elección por dineros del narcotráfico, ante el repudio mundial. Hay todo un estilo nacional de cinismo. Los antiguos funcionarios, los que regresan de altas y bajas posiciones de la diplomacia, los que no vieron el elefante, se convierten, ya en el asfalto y cuando la oportunidad burocrática es de otros, en encarnizados articulistas por la moral pública, por la sanidad de las costumbres, por el relevo de quienes se atrevieron a sustituirlos democráticamente en el ejercicio del poder. Caerle de repente al actual gobierno, como se está haciendo y con razones que nunca faltan, equivale al cobro vengativo más audaz, pero no imprevisible, por la campaña en que se empeñó la opinión y sus más notorios dirigentes en contra del inmediatamente anterior, por motivos que fueron reconocidos internacionalmente. Un gobierno cuyo presidente temió ser enjuiciado en Estados Unidos y que llevaba, como Hermann Goering, una gorda cápsula de cianuro para no ser colgado, o en este caso, recluido con el ex dictador de Panamá, en cárcel hermética e inapelable. Claro que deliraba. Hay elocuente cinismo en quien logró la meta de la vicepresidencia, y una corta paloma en la silla de Bolívar, contrariando sus inmediatos antecedentes políticos, y habiendo recorrido como gato sobre brasas la piel del paquidermo. Es el mismo que hoy despierta enhiesto a retomar banderas que abandonó en algún depósito. Y hay cinismo en periodistas que no sufrieron ni el más leve estremecimiento para contratar y que exponían tesis, según las cuales el gobierno se ejercía con los amigos y para los amigos. Cinismos hasta en los ex presidentes que, exhibiendo planteamientos contradictorios, unas veces juegan a las reformas constitucionales, aun cosméticas y de conveniencia, para dar salida digna a sus amigos políticos, cuando son presidentes en apuros, y otras protestan contra la desinstitucionalización por las reformas que propone un gobierno de signo contrario. Y, por supuesto, cinismo del ex gobernante, al proponer la sustitución presidencial y la convocatoria a elecciones generales, a todo lo cual él mismo se resistió. Esto para no hablar del descaro de una guerrilla revolucionaria, que desde sus bases ideológicas adoptó desde siempre la llamada combinación de formas de lucha, la civilizada y la violenta, enunciado particularmente cínico, incoherente y desenfadado. Hoy esos mismos, o sus continuadores, expiden ‘leyes’ en justicia paralela al Estado, y llaman retenciones a lo que nunca nadie dejará de llamar secuestros y atropello inicuo a los más elementales derechos humanos, el de la vida y el de la libertad. Parece que fuéramos cínicos por una forma natural de ser, pero no, porque no lo éramos en tal grado. Quizás llegamos a serlo por pérdida imperceptible de los valores sustanciales. Vi a un senador saltar espantado de su curul ante las afirmaciones del acusador del martes acerca del reparto burocrático en su jurisdicción política, asunto que ha sido de todos los gobiernos pero que en esta ocasión el acusador, acusándose, lo reveló con la mayor desfachatez. Nemo auditur propriam turpitudinem allegans (“No se escuche a quien alega su propia torpeza”, en el adagio jurídico). El Congreso en ascuas, trata de no ser revocado y hará la ingobernabilidad para terminar llevando al Presidente ante las barras del Senado, luego de tumbar a varios de sus ministros. El país se enardece como en el año 49, del siglo pasado.

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