Home

Opinión

Artículo

PO QUIEN MURIO EL SARGENTO

Semana
22 de septiembre de 1997

Durante dos días, desde el amanecer hasta la noche, estremecían el aire los rotores de un helicóptero que continuamente llevaba tropas al lugar del encuentro. Estábamos en Urabá, en la sede de la XVII Brigada, y los combates tenían lugar, noche y día, entre Chigorodó y Mutatá. Entrada la mañana, vimos llegar los primeros heridos: un sargento y un soldado. El sargento estaba herido en un pulmón y el soldado tenía la rótula despedazada por una bala. El helicóptero que lo trajo a la brigada se devolvió con refuerzos, y al atardecer volvió con nuevos heridos y con dos soldados muertos. El sargento del pulmón perforado agonizó durante el resto del día, mientras el general Rito Alejo del Río buscaba desesperadamente un transporte para enviarlo a Bogotá. Murió allí, al amanecer. El sargento Nelson Delrío había participado en 17 combates y el general lo contaba entre sus mejores hombres. Y no obstante... "Nadie se acordará de él, sólo nosotros", nos dijo su viuda, una muchacha pequeña, de grandes ojos oscuros y tristes, que tenía un niño en sus brazos. "Nadie", confirmó el padre del sargento, un hombre todavía joven, con la misma amarga convicción. Estábamos ahora en la desierta capilla de la IV Brigada, en Medellín, donde únicamente media docena de personas y un puñado de soldados velaban el cuerpo. No había música, ni cirios, ni oficios fúnebres: sólo la paz del domingo y el féretro con un pobre sargento muerto en combate. Tal vez nunca, como en aquel momento, tuve la sensación de la gran soledad en que se encuentra el Ejército colombiano. Aquella semana, recorriendo Urabá, al frente de un equipo de televisión, habíamos encontrado, en aquella región ya recuperada, sobrevivientes de las masacres en las fincas bananeras, pescadores del golfo, campesinos, sindicalistas, dirigentes del martirizado EPL (los esperanzados, como allí los llaman) contando los horrores cometidos por la guerrilla, y de cómo, para protegerse de ella o de los grupos de paramilitares que decretaban ajusticiamientos igualmente bárbaros, sólo podían confiar en el Ejército y en el soporte que podían prestarle a éste las Convivir. Replegada en la serranía de Abibe, la guerrilla buscaba recuperar el terreno perdido. De ahí los combates, en el sur. Así, por casualidad, vimos llegar a la Brigada, tras dos días de combates, suboficiales y soldados con una mandíbula o una pierna destrozada o los tímpanos rotos. Entretanto...Entretanto el Estado y la Nación siguen de espaldas a su Ejército. Los brazos políticos de la subversión, con activas ONG a su servicio, fabrican y propagan inicuas denuncias contra cientos de oficiales, infiltran la Fiscalía, la Defensoría del Pueblo, la Procuraduría y crean en el Presidente, su Ministro del Interior y la bella Canciller un sutil sentimiento de culpabilidad, de modo que sólo un Uribe Vélez sale a dar valerosamente la pelea que ellos no dan en los estrados internacionales. Y la suprema astucia que se le ocurre a nuestros gobiernos es nombrar como consejeros de derechos humanos, en las embajadas, a antiguos guerrilleros del M-19.Ahora, sin ver estas realidades, la Corte Constitucional produce una sentencia que limita y virtualmente liquida el fuero militar, pues deja en manos de una justicia civil infiltrada por la subversión y expuesta a los montajes de su guerra jurídica, la determinación y calificación de los delitos. Veremos, pues, a los guerrilleros muertos en combate convertidos en campesinos asesinados o desaparecidos y a los mejores oficiales sujetos injustamente a medidas de aseguramiento para gozo de las ONG.Dentro de esta política suicida, falta ahora que se decrete la desaparición de las Convivir. Es una lástima que el Presidente, la Canciller y la señora Almudena Mazarrasa no vayan a las regiones que por años han sido extorsionadas y asoladas por la guerrilla. A Riosucio, a orillas del Atrato, por ejemplo, donde centenares de desplazados cuelgan de los árboles o en los muros letreros que dicen: "Si se va el ejército, nos vamos con él". ¿Por qué lo dirán? Y en las veredas de toda la región de Urabá, para preservar la paz recuperada, la gente quiere crear, con las Convivir, redes de información para obtener el apoyo de las Fuerzas Militares o de la Policía en caso de amenaza. Si esta forma de seguridad no se autoriza, grupos de autodefensa fuera de la ley tomarán su relevo. Tal es la inevitable realidad. Señora Mazarrasa: en Lousiana la ley permite ahora a los ciudadanos dispararle a los ladrones de autos aunque estos no tengan armas ¿No es esto mucho más drástico que crear asociaciones para vigilar e informar a la Fuerza Pública? ¿Por qué lo que es perfectamente válido en Estados Unidos es cuestionable entre nosotros? Es cierto: el Estado debería tener el monopolio de la Fuerza. Pero con 100 frentes guerrilleros y 500 municipios bajo influencia de la subversión, no la tiene ya en Colombia. Y el diálogo es sólo una ilusión. ¿Entonces, querida señora, qué debemos hacer? A una sociedad amenazada, involucrada ya fatalmente en el conflicto pues es ella la que pone la mayor parte de muertos y secuestrados, no se le puede pedir que deje de intervenir y colaborar en su propia seguridad. Sería un acto suicida.

Noticias Destacadas

JORGE HUMBERTO BOTERO

El foso se profundiza

Redacción Semana
Almirante-David-René-Moreno-Moreno

Gobierno ilegítimo

Redacción Semana
Paola Holguín - Columna Semana

S.O.S. Colombia

Redacción Semana