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TRES MUJERES

Antonio Caballero
10 de febrero de 1997

En los días del cambio de año, Colombia entera (o por lo menos sus medios de información) estuvo pendiente de tres mujeres, muy femeninas las tres, a las cuales se les discutía su derecho a la femineidad. La canciller María Emma Mejía, belleza paisa que se sentaba por unas cuantas horas en la silla presidencial. La virreina nacional de la belleza Zolima Bechara, belleza chocoana a quien obligaban a sacrificar su corona en el altar de la hipocresía nacional. Y la torera Cristina Sánchez, belleza (aunque algo menos que las otras) madrileña que venía a matar toros en la Feria de Cali. A las tres se les ponía en tela de juicio su derecho a ser lo que son: mujeres. Y se les exigía que demostraran que además son otra cosa: soldados de la patria, colombianos de bien (o sea: partidarios de la política antidrogas de Estados Unidos), y toreros "con dos cojones", que es como deben (dicen) ser los toreros.Lo de María Emma. "Una mujer ocupa el solio de Bolívar", se asombraba la prensa unánime: editorialistas, caricaturistas, fotógrafos (yo mismo, en este artículo). No porque temiera que fuera a usar sus poderes presidenciales para hacer algo útil (como, por ejemplo, negarle la entrada al país al presidente titular brevemente ausente), sino porque, dada su condición de mujer, la consideraba incapaz de cumplir sus funciones a derechas. Por eso hubo un hondo suspiro de alivio nacional cuando se supo que, antes de hacerse cargo de la Presidencia, María Emma Mejía había reservado unas cuantas horas de su apretada agenda de trabajo para aprender a marchar al paso como los militares: ejercicio que es _después del de aprender a pronunciar correctamente "yes, mister Ambassador of the United States"_ el único que deben practicar correctamente los presidentes de Colombia. Todos lo han hecho bien, desde Rojas Pinilla por lo menos. Lo hacía muy bien Alberto Lleras, pese a su cara de civil. Supo hacerlo, aunque con la ayuda de dos generales que le hacían 'chulitos', López Michelsen. A Julio César Turbay no hubo ni que enseñarle: era coronel honorario y sabía incluso cuadrarse chocando los talones. Betancur, que a comienzos de su mandato tropezaba el paso, practicó con tal ahínco durante la toma del Palacio de Justicia, marchando aquí y allá y dando medias vueltas a la der, ¡ar!, a las voces de mando que oía, según dijo, "desde las alturas", que al final hubiera podido ser cabo instructor. Hasta Virgilio Barco, impedido como estaba para andar en línea recta, marchaba con apostura marcial en cuanto le soplaban la música. E inclusive este bojote que tenemos ahora sabe marchar con el garbo de un soldadito de plomo, bien afirmado el talón en el paso de ganso. Sabe marchar hasta de dos en dos: así lo reveló en días pasados, diciendo que su vecino de fila _que es nada menos que el mismísimo Dios_ le ayuda a ejecutar los pasos más difíciles de la coreografía castrense cargándolo en brazos, como si fuera Heine Mogollón. Por eso _dice Samper_ a veces de su paso por la tierra no quedan dos hileras de pisadas sino sólo una: la de Heine.(Y es extraño, entre paréntesis, que todo el mundo haya recibido sin la menor sorpresa las revelaciones de Ernesto Samper sobre sus conversaciones con Dios.)María Emma, pues, marchando: ya puede ser presidenta de verdad, como si fuera un hombrecito. Pero a Zolima, la virreina, le piden mucho más. Siendo sin discusión posible la más bella de las candidatas al concurso de Cartagena en noviembre, no la dejaron ser reina por ser negra: tuvo que conformarse con el segundo puesto. Pero ahora Raimundo Angulo, más pacato aun que su madre doña Tera (que sólo exigía a las reinas que se conservaran vírgenes), le acaba de quitar su segunda corona alegando que visitaba presos, como hace todo el mundo en este país en donde todo el mundo tiene algún amigo preso. Hasta Samper, cuando todavía era medio amigo de Fernando Botero, lo visitó en la cárcel: y no hubo un Raimundo Angulo que por eso lo sacara a patadas de la Presidencia. A Zolima Bechara, que tiene de sobra la condición necesaria para ser reina de belleza, o sea, precisamente, la belleza, le reclaman además certificados de pasado judicial, de visa USA vigente y de limpieza de sangre. Y yo qué sé: supongo que más cosas. Recomendaciones bancarias, garantías hipotecarias, palancas políticas. Y, claro, que sea blanca.Junto a eso, lo de la torera Cristina Sánchez parece un juego de niños. Lo único que le piden los taurinos es que sea un verdadero macho.

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