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Un plan con guardias

Una inversión insignificante de mil y pico de millones de dólares no puede afectar al narcotráfico

Antonio Caballero
7 de agosto de 2000

Se reunió en Madrid la llamada ‘Mesa de Donantes del Plan Colombia’, y en una sesión pública previa (no demasiado pública: se exigía invitación) organizada por el Banco Interamericano de Desarrollo y la revista Cambio hubo protestas que alteraron el orden de las ponencias oficiales. Se colaron unos cuantos a gritar “¡Estados Unidos asesinos!”, y fueron expulsados por los guardias de seguridad.

Otros se pusieron a repartir panfletos contra el Plan, y también se los llevaron los guardias. De entre las filas reservadas para los periodistas (casi vacías: el Plan Colombia no despierta un interés desaforado en Europa) se alzó la voz de un joven nórdico y arcangélico (por eso lo habían dejado pasar los guardias: no tenía cara de venir a protestar) que protestó largamente y sin permitir interrupciones por el hecho de que no quisieran darle la palabra.

Yo abandoné la sala. Conozco de memoria el texto de las ponencias oficiales, y también el de las intervenciones de protesta, desde el grito previsible de “¡Estados Unidos asesinos!” hasta la toma interminable de la palabra para denunciar que no le han dado a uno la palabra. Son tan rituales las unas como las otras.

Pero estoy más de acuerdo con quienes protestan contra el Plan Colombia que con quienes lo promueven oficialmente. Creo, como ellos, que es un plan contra Colombia. Creo, como ellos, que está pensado exclusivamente para servir los objetivos estratégicos y económicos norteamericanos en la región: la llamada “lucha contra el narcotráfico” con cuyo pretexto se hace, y que es más criminal en sus métodos y más destructiva en sus resultados que el narcotráfico mismo; y en particular los intereses de la industria norteamericana de armamento, que se lleva en contratos las cuatro quintas partes de las ‘donaciones’ previstas en el Plan. Creo que la presencia de los gobiernos europeos se reduce al vergonzoso papel de hoja de parra para tapar vergüenzas ajenas, como ha sido el caso últimamente en todos los planes militares norteamericanos en Asia, en Africa y hasta en Europa misma: en esa intervención que llamaron “humanitaria” en la guerra civil de Yugoslavia. Y creo que, así como esa intervención militar llamada “humanitaria” dejó a Yugoslavia y a los yugoslavos todavía peor de lo que estaban, esta intervención militar llamada Plan Colombia nos dejará a Colombia y a los colombianos todavía peor de lo que estamos.

En una separata que publican Cambio y el BID, el director de Planeación Mauricio Cárdenas resume el Plan Colombia como “un plan integral que busca recuperarle a Colombia una senda de prosperidad, de crecimiento y de desarrollo social”. (Olvida mencionar la palabra mágica ‘democratización’, que figura siempre en los textos oficiales; pero la recuerda luego). Y cuando la revista plantea la objeción fundamental (“se critica al gobierno por destinar la mayor parte del presupuesto a lo militar y no a lo social”), el alto funcionario insiste: —Esta es una estrategia integral. (…) Una parte está encaminada a la lucha contra el narcotráfico, pero frente al conflicto armado la estrategia es diferente, es política y de negociación. Uno no tiene porqué interferir en lo otro. Si la insurgencia no tiene ningún vínculo con el narcotráfico, no tiene nada que temer.

El director de Planeación tiene que saber perfectamente, como lo saben todos los colombianos, que la insurgencia, como todo en Colombia, sí tiene vínculos con el narcotráfico, aunque diga que no. Como dicen que no los tienen todos los que sí los tienen, y que son, como por razón elemental de su oficio debería saber un director de Planeación, varios millones de colombianos de todos los estratos y de todos los oficios: guerrilleros y paramilitares, políticos y obispos, campesinos y futbolistas, industriales y comerciantes, abogados y policías. Si no sabe eso ¿cómo puede hacer planes? Pero, además, no son sólo los varios millones de colombianos que tienen algo que ver con el narcotráfico los que tienen mucho que temer del Plan Colombia; sino también todos los demás, pues se trata de un plan para la destrucción del país. Su primer efecto será el de hacer saltar por los aires eso que Cárdenas llama “estrategia política y de negociación frente al conflicto armado“. El segundo, el de agravar, ampliar y prolongar ese conflicto armado. Pues ni siquiera sirve para resolverlo a las malas: para ganar militarmente la guerra. Para eso sería necesaria una inversión en armas y hombres veinte veces más grande. Del mismo modo que para resolverlo a las buenas, o sea, para eliminar sus causas, sería necesaria una inversión ‘social’ cien veces más grande. Una inversión que ni el gobierno, ni los Estados Unidos, ni el grupo de donantes europeos, y mucho menos el establecimiento colombiano, están dispuestos a hacer.

Y el director de Planeación tiene que saber también, si es que algo entiende de planeación económica, que una inversión insignificante de mil y pico de millones de dólares no puede tener el menor impacto en el narcotráfico, que es un negocio que mueve cada año una masa de dinero doscientas veces más grande; y que existe, no porque la subversión colombiana se quede con unas migajas de él, sino porque el sistema financiero mundial se come el pastel entero. Si de verdad la colosal falacia llamada “lucha contra el narcotráfico” le hiciera alguna mella al negocio del narcotráfico, los que tendrían que temer algo del Plan Colombia serían los Estados Unidos.

Pero es al revés: son ellos los que lo promueven. Y eso explica porqué a los que protestan contra el Plan les ahúchan los guardias.

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