"ME PARECIO VER UN LINDO GATITO"

Todo parece indicar que los gatos terminarán imponiéndose sobre la población canina del planeta.

8 de junio de 1987

Noé estaba desesperado con la cantidad de ratones que infestaban el arca y pidió ayuda a Dios para librarse de tan molestos invitados. El Altísimo no se hizo de rogar y a un gesto suyo, el león estornudó tan fuerte que de sus fauces brotó un lindo y hambriento gatito que en un santiamén dio cuenta de todos los ratones, salvo una afortunada parejita que a última hora, y con gran dificultad, pudo ser salvada por el patriarca. En castigo por semejante glotonería, este primer Micifús fue entonces sacado en medio del diluvio al exterior del arca, donde el chubasco que soportó le produjo esa antipatía al agua que conserva hasta hoy.
Esta es solamente una de las muchas leyendas que se han tejido alrededor del origen de los gatos domésticos, quienes, para bien o para mal, han estado cerca del hombre durante largo tiempo, generando siempre una misteriosa fascinación que no ha admitido términos medios: algunas culturas los han deificado con tanta pasión como otras los han convertido en la representación misma del mal. Aún hoy, es difícil encontrar alguien para quien los gatos sean indiferentes. La gente los quiere o los odia.
El amor por los gatos puede tomar todas las formas e intensidades en los personajes más insospechados. Se dice, por ejemplo, que Mahoma en una ocasión prefirió recortar un pliegue de su túnica antes que perturbar el sueño de su gato, que dormía sobre ella. Víctor Hugo dejó un jugoso legado para sus gatos, que eran catorce. El Papa León XII afirmaba que si tuviera que ser abogado de ciertas obras de Dios, defendería en primer lugar al gato. Pero quienes se llevan las palmas en su preferencia gatuna son los egipcios, quienes se hacían enterrar con ellos, los momificaban para que su compañía se hiciera permanente, y en un momento dado de su historia los convirtieron en dioses. La diosa Bastet, de cuerpo de mujer y cabeza de gato, se convirtió en el arquetipo de la belleza femenina de las egipcias, quienes querían parecerse a ella, dando origen, tal vez, a la forma cariñosa como algunos maridos se refieren a su mujer llamándola "gatita" .
Pero si la figura gatuna es capaz de inspirar semejantes amores, también lo es de despertar los odios más enconados. En la Edad Media, por ejemplo, el inofensivo gato fue el trompo de poner por el carácter demoniaco que se le atribuyó. Los hombres de ese periodo, obsesionados por la presencia de las fuerzas del mal donde menos se les esperaba, no pudieron menos que interpretar las especiales características de la personalidad de los gatos como la representación misma de Belcebú. Se desencadenó por toda Europa una persecución en la que los gatos eran llevados a la hoguera, en ocasiones ataviados con hábitos monacales que hacian el espectáculo aún más alucinante. El odio además se ha mantenido incólume a través del tiempo. Hace algunos años, en Estados Unidos, Simon Bond creó un libro de caricaturas que vendió miles de ejemplares, y que se titulaba " 101 usos para un gato muerto" .
El tema de los gatos ha revivido luego de que se publicaron las últimas estadisticas de Estados Unidos sobre la población doméstica animal, estadísticas que en ese país son vitales para el mercadeo de los productos destinados a las mascotas. La opinión pública norteamericana se vio de un momento a otro ante un hecho que no esperaba: hay 56.2 millones de gatos contra 51.6 millones de perros, una superioridad numerica que no tenía precedentes y que habla a las claras de la evolución de la sociedad norteamericana. Todo el mundo empezó a preguntarse cuál podia ser la razón para el boom extraordinario de los gatos, tradicionalmente considerados compañeros de inferior categoría frente al perro.

¿POR QUE LOS GATOS?
Para un propietario de gato es la misma rutina cada noche. Llega a casa de su trabajo. El gato está sentado sobre el mostrador de la cocina. El amo le dice que se baje. El gato no se baja. "¡Abajo!", le ordena su propietario. Y el gato finalmente obedece, pero solo porque al mismo tiempo que su amo le da la orden, lo empuja con la mano. El gato va hasta el refrigerador. Su nariz está a un centímetro de la puerta. Y cuando su dueño la abre, inevitablemente le golpea el hocico. Cuando la comida finalmente está servida en el platón respectivo, el gato come. Su amo come. Y ambos ven televisión.
Ha sido el mismo ritual de cinco días, durante cincuenta semanas cada año, a lo largo de casi diez años, para un total de 2.500 veces. Eso permitiría pensar que un animal sometido a este entrenamiento deberia haber aprendido ya a bajarse del mostrador de la cocina en el momento en que ve entrar a su amo, y a no acercarse tanto a la puerta de la nevera como para evitar que esta diariamente le golpee el hocico. Pero no. Es perfectamente posible que el mismo gato de la historia continúe varios años más cumpliendo el mismo ritual. Eso deja solo dos alternativas. O que los gatos son muy inteligentes, o muy estúpidos.
He ahí el gran dilema gatuno: ¿son los gatos esos misteriosos y distantes animales caseros cuyo encanto radica en que jamás se ha logrado descifrarlos a cabalidad, o simplemente se trata de un objeto decorativo ambulante que cumple la función de un perfecto parásito del hogar?
Lo primero que habria que preguntarse es qué tan inteligente es un gato. El norteamericano Randall Lockwood, especialista en comportamiento animal, propietario de gato y experto en gatos de la Sociedad Humanitaria de EE.UU., intenta una primera respuesta: "Un gato es muy inteligente siendo gato. Eso lo hace mejor que cualquiera". Esta afirmación parece un poco estúpida. Pero es que los especialistas en comportamiento animal, como el doctor Randall, afirman que si se le pidiera a un gato que jugara ajedrez, el animal parecería muy estúpido. Pero si fuera el gato el que pidiera a su amo que escalara un árbol o cazara un pájaro al vuelo, este tampoco demostraría ser muy brillante.
Volviendo a la pregunta de qué tan inteligente es un gato, en una gráfica de desarrollo cerebral, el gato quedaría clasificado entre un jerbo, especie de rata grande y un tití.
Los 56.2 miliones de gatos en Estados Unidos abarcan cerca de una tercera parte de los hogares norteamericanos, lo que significa que a más de 70 millones de norteamericanos los espera cada noche un gato en su casa. Y como si eso no fuera lo suficientemente asombroso, de acuerdo con un estudio de la Universidad de Pensilvania, 46 por ciento de los propietarios de gatos confiesan gastar por lo menos una hora diaria "interactuando" con sus gatos, signifique ello lo que signifique. Si se proyectan estos resultados sobre el tamaño de la población norteamericana, esto implica que 8 millones 253 mil norteamericanos hablan cada noche con su gato "sobre asuntos importantes para sus propietarios ".
Estas cifras hacen tremendamente misterioso el hecho de que tanta gente se conforme con animales que aprenden tan poco. Evidentemente, tratar de saber qué piensa un gato ha sido un gran enigma durante cientos de años. A comienzos de este siglo, muchos fueron los estudios que se hicieron sobre inteligencia comparativa entre especies. Pero nadie pudo obtener la respuesta.
Todo parece indicar que la respuesta a la pregunta de por qué los gatos tienen el éxito que puede observarse ahora, en Estados Unidos, no tiene nada que ver con la inteligencia o con la capacidad gatuna para comunicarse con sus amos. "La gente se mantiene soltera por más tiempo, dice Ellen Ryan Mardick, una experta de Chicago. Vive en apartamentos en las ciudades, y aun si se casa, existe la tendencia a no tener hijos, o a tenerlos más tarde. Por otra parte, hay más gente anciana que antes. Eso hace que se prefiera a los gatos, que son más independientes que los perros". De hecho, los perros requieren más cuidados que los gatos y no pueden ser dejados solos. Pero para otros, las razones no son solamente de tipo demográfico. Hay quienes afirman que los gatos están apareciendo más frecuentemente en la literatura infantil y se dice que los mininos reflejan mejor el ambiente de los años ochenta, al menos en Estados Unidos: allí la gente parece querer tener en su casa un ejemplo de placidez antes que uno de actividad intensa, como el perro.
En Colombia, entre tanto, la situación es bien distinta, pues la encuesta adelantada por encargo de SEMANA revela que las cifras son abrumadoramente favorables al perro (ver recuadro). Aquí cabría hacerse la pregunta a la inversa. ¿Por qué en Colombia la gente quiere tan poco a los gatos? El veterinario Efraín Benavides aventura una explicación. "Los gatos han sufrido la mala prensa que los acusa de ser transmisores de enfermedades, como la famosa toxoplasmosis, que entre otras cosas, puede ser transmitida también por el cerdo, la vaca, el conejo y aun por el mismo perro. Al gato también se le acusa de que su pelo causa alergias, pero ello puede suceder con cualquier otro animal". La señora Angela de Camargo, una aficionada de muchos años, a lo largo de los cuales ha tenido hasta cuarenta y cinco gatos, afirma que en Colombia es tal la indiferencia por esos animales, que en una ocasión se enteró de que en las facultades de veterinaria se instruía a los estudiantes para matar a los gatos antes que curarlos. "Aquí se considera que son nada más que unos controles para la plaga de los ratones, y que si no cumplen esa función, no sirven para nada".

LOS GATOS POR DENTRO
Los gatos poseen una extraordinaria capacidad para ignorar todas aquellas cosas que no necesitan saber, y en cambio para asimilar las que les son importantes. Un gato puede dormitar alrededor del 80% del tiempo. Pero lo sorprendente es que, así como mientras duermen pueden desvincularse completamente de todas aquellas cosas que consideran irrelevantes, también pueden percibir las que les son importantes. Por ejemplo, un gato puede estar durmiendo al lado de un equipo de sonido en funcionamiento. Pero su cerebro conserva la capacidad de captar un sonido que indique que ha llegado la hora de la comida o del juego, lo que lo llevará a levantarse automáticamente de su rincón.
Los gatos, como carnívoros, están programados para conservar energía. No les gusta permanecer despiertos durante periodos prolongados de tiempo. Luego de ocho horas de haberse mantenido alerta, los gatos inevitablemente se duermen. Para un humano la misma necesidad se presenta en un lapso de 24 horas. Y aún más, un gato puede dormir con sus ojos abiertos, e inclusive dormir mientras camina.
Investigaciones realizadas revelan que, en materia de sueños, los gatos se parecen a los humanos. Ambos, cuando duermen, experimentan una relativa parálisis de los músculos de su nuca. La diferencia es que en los gatos el mecanismo paralizador puede ser bloqueado, lo que les permite actuar sus propios sueños. Cuando un gato sueña, retuerce su cola y sus patas, o mueve sus bigotes. Pero para tranquilidad de todo el mundo, el estudio concluye que cuando los gatos sueñan, sueñan que son gatos.
Se sabe también que cuando un gato observa el mundo, lo ve de manera muy distinta a los humanos. Sus ojos, donde radica una de sus mayores fortalezas, y en donde se concentra una buena parte de sus funciones cerebrales, tienen propiedades al mismo tiempo superiores e inferiores a las de los ojos humanos. Los ojos de los gatos poseen una tremenda capacidad de acumulación de luz, y pueden ver muy bien con niveles luminosos diez veces inferiores a los que requiere la visión humana. Esto es en parte porque sus pupilas alcanzan márgenes de dilatación 170% superiores, y porque sus retinas están tapizadas de una membrana reflectiva que adicionalmente procesa la luz que ya ha pasado por la retina.
Pero esto tiene su contraprestación: los extraordinarios mecanismos de acumulación de luz de los gatos les representan una escasa agudeza visual.
Durante mucho tiempo, también se pensó que los gatos no distinguían los colores. Pero ahora se sabe que son dicromáticos, lo que significa que ven dos colores (azules y verdes) en lugar de los tres, que ven los tricromáticos como los humanos.
Pero los gatos no necesitan ver el color. Todo lo que los gatos están permanentemente buscando con la mirada es el movimiento. Y el movimiento, especialmente el horizontal, es un poderoso estimulante para un gato. Detecta con menos facilidad el vertical. Eso explica porqué puede suceder que cuando a un gato se le arroja un pedazo de comida desde arriba, muchas veces no lo nota, pero si se le arroja hacia el frente, inmediatamente salta sobre él.
Los gatos poseen un asombroso sentido del olfato. Su capacidad es casi diez veces superior a la humana. Cuando un gato ve a su amo en la cocina, y comienza a frotar su cabeza contra las patas, no le está diciendo propiamente que lo quiere. A través de las esencias que está depositando mediante este frotamiento, le está diciendo a otros gatos, si es que aparecen por ahí, que el amo es todo de su propiedad.

LA BRECHA DE LA COMUNICACION
María Luisa Mejía, conocida periodista de televisión, y una "gatófila" consumada, opina precisamente sobre ese punto, que una característica que define el temperamento gatuno es que "uno no puede saber si posee al gato, o el gato lo posee a uno. De hecho, ellos se comportan como amos verdaderos de sus supuestos amos".
Sobre la habilidad de los gatos para comunicarse, los expertos están por lo menos de acuerdo en que no poseen mucha habilidad para hacerlo con los humanos. Su estructura social no les exige la actitud de complacer, al contrario de los perros, que manifiestan un afán permanente de atender a sus amos. Como simpáticamente lo describen algunos tratadistas gatunos, cuando un hombre le dice a su perro "ven acá", él viene corriendo, como si quisiera preguntarle a su amo: "¿Qué puedo hacer por ti? La respuesta del gato es: "póngalo por escrito, y yo lo contactaré después".
Mientras los perros pueden entender un vocabulario de 2 mil palabras humanas, el promedio de comprensión de un gato es de entre 25 y 50 palabras. Los expertos dicen que el gato puede aprender los nombres de objetos como silla, mesa y puerta, y órdenes como "sentado", o "no". El proceso tomará gran cantidad de tiempo y de esfuerzos, además de que habrá que recompensar al gato con pedazos de comida. Pero vale la pena. O bien el gato aprende su idioma, o el amo aprende el idioma del gato.
Pero la experta en comunicaciones felinas, la norteamericana Patricia McKinley, investigadora de la Universidad de Maryland, dice que los gatos pueden emitir 15 sonidos simples, y combinarlos en más de diez formulas complejas diferentes. Es decir, los gatos poseen vocalizaciones distintivas para diferentes situaciones.
La gran chiva para los propietarios de gatos interesados en saber qué tan inteligente es su animal, consiste en la existencia de un novedoso método para medir el cuociente intelectual gatuno, diseñado por los sicólogos norteamericanos Margaret y Walter Luszki. Está contenido en el libro "Cómo medir la inteligencia de su gato". Un gato con coeficiente intelectual de 130 o más es "muy superior", mientras uno con menos de 69 es "mentalmente deficiente".
Entre las pruebas del test se incluye la de arrojar una toalla a la cabeza del gato, para ver cuánto gasta en librarse de ella; envolver la comida en una bolsa de papel, para ver qué tan rápido la desenvuelve; colocar un caucho alrededor de su hocico, para evaluar su reacción; poner una cinta pegante sobre su nariz... y otras más.
Las personas interesadas en medir la inteligencia de su gato tienen en este test el último grito de la moda en materia de coeficiente intelectual gatuno. Pero para aquellos que prefieren amar a su gato tal y como es, aquí va una reflexión más práctica que científica: no es que los gatos sean estúpidos. Es que, sencillamente, son gatos.

SUPERSTICIONES GATUNAS
A través de la historia, al gato se le han atribuido todo tipo de cualidades y defectos y en más de una ocasión ha sido el personaje central de mitos y agueros que lo ensalzan y denigran. Estas son algunas de las propiedades que, con razón o sin ella, han recaído sobre los mininos:
-Es adivino y tiene poderes mágicos.
-El que ahoga un gato tendrá mala suerte y la desgracia le visitará durante cinco años.
-Los gatos negros permiten conocer la piedra filosofal y hacerse invisibles.
-El gato tricolor protege la casa de incendios, ahuyenta la calentura y apaga el fuego cuando su dueño se arroja a las llamas. Por eso se le conoce como "gato de fuego".
-Los gatos negros protegen los campos y jardínes y curan la epilepsia y las anginas.
-Los gatos machos de color negro intervienen en la magia negra.
-En Hungría se cree que los gatos negros son brujas transformadas.
-Cruzarse con un gato negro es señal de que algo malo va a ocurrir.
-Si el gato está sentado sobre el altar antes de una boda, el matrimonio será infeliz.
-El leve maullido de un gato blanco, en el alféizar de una ventana, anuncia una muerte en el término de dos horas.
-Si dos gatos riñen entre sí, en una noche de viernes, habrá riñas en la casa.
-Una muchacha que desee casarse y ser feliz debe alimentar bien al gato.
-En la noche de Santa Walpurgis, cuando las brujas celebran su aquelarre, tiene lugar la presentación en sociedad de los gatos que tienen siete o nueve años.
-La carne de gato cura la tisis.
-Quien se traga un pelo de gato se vuelve tísico.
-El gato tiene siete vidas.

DESAMOR EN COLOMBIA
Si no se sabe a ciencia cierta cuántos son los colombianos, mucho menos puede aspirarse a tener una idea siquiera aproximada de la población gatuna nacional. Ante tal imposibilidad, y con el fin de obtener un panorama sobre la verdadera situación de esa "comunidad" en el país, SEMANA encargó a la firma Mercadeo y Comunicación una encuesta que fue realizada telefónicamente por sorteo, en Bogotá, Medellín y Cali, en todos los estratos, a las personas mayores de edad que se encontraran en ese momento en casa, el jueves 7 de mayo. Las conclusiones no dejan de ser curiosas. En primer lugar, se determinó con claridad que el gato no está en el corazón de los colombianos, puesto que ni siquiera ocupa el segundo lugar en las preferencias en materia de animales domésticos.
En efecto, en un universo de animales domésticos en el que aparecen no solo perros y gatos sino también animales como tortugas, sapos, gallinas, conejos, ardilla y micos, el 57.2% de las personas tienen perros con un segundo lugar ocupado por las aves pequeñas, como canarios, mirlas, pericos y otros similares que llegan al 17.9%. Los gatos solo logran, qué verguenza, ocupar un ominoso tercer puesto, con solo el 14%, seguidos por los loros, hablen o no hablen.
Por algún motivo, la ciudad donde los gatos tienen menor hinchada es en Medellín, donde el porcentaje de perros mascotas es del 54.3% contra tan solo 12.4% de gatos. La situación en las otras ciudades encuestadas no es más halagueña para los michines: en Cali el 14.9% de las mascotas son gatos, mientras su contraparte canina tiene un cómodo 53.9%, y en Bogotá la situación se les agrava aún más, con un 14.5% contra un desproporcionado 62.4% de los perros. Los anteriores datos permiten deducir que de cada diez hogares encuestados que tienen mascota, 5.7 tienen perro y 1.4 tienen gato, lo que significa que por cada 10 perros hay 2.5 gatos.
Esta desfavorable posición puede deberse a que para los colombianos el primer motivo para tener gato es su colaboración para el exterminio de los ratones, lo que permite pensar que el papel del cariño verdadero tiene muy poca importancia. En cambio, los colombianos piensan, casi en la totalidad de los encuestados, que el perro es mejor compañía que el gato. Si a ello se le añade que la creencia general es que el pelo del gato representa un peligro para la salud (patrañas de los enemigos de los gatos, dirán algunos) por la famosa toxoplasmosis, se concluye que el panorama gatuno en Colombia es más bien desolador.

LA CULTURA DE LOS GATOS
Que la literatura y la imagenería infantil están pobladas de gatos, eso se sabe. En sicología vulgar -y también en la cientifica--se explicaría, no solo desde el punto del animal doméstico a secas, sino del animal doméstico que se come los ratones. Y como los ratones se comen el queso y además son escurridizos y viven en las alcantarillas pues el gato es un mandamás adorable desde cuando las personas empiezan a gatear.
Tal vez el primer escritor que puso en imprenta esa fascinación de la infancia fue el francés Charles Perrault, en el siglo XVII. Después de que en sus célebres "Cuentos de mi madre la oca" inmortalizara a "La bella durmiente" y a "Caperucita roja", se lanzó con "El gato con botas", cuya imagen ha servido muchas veces a novelistas, dramaturgos y guionistas cinematográficos para continuar eternizándolo por los siglos de los siglos. Sin botas, pero con una sonrisa burlona, una mueca permanente y una mirada marrullera, otro gran gato de la literatura universal es Cheshire, creado por el inglés Lewis Carroll para que entrara en el espejo de "Alicia en el país de las maravillas". Entre los escritores colombianos nadie como Rafael Pombo logró meter en las bibliotecas tanto gato, empezando por aquel bandido de Michín que advirtió a su mamá "voy a volverme pateta y el que conmigo se meta en el acto morirá", hasta "Mirringa Mirronga la gata candonga".
Un día los gatos se salieron de las páginas impresas y se volvieron imágenes. Fue el día en que aparecieron los dibujos animados, con el gato Félix a la cabeza, seguido de cerca por Tom, el eterno enemigo de Jerry y de ahí para acá un verdadero desfile de miaus-miaus: Garfield, Asrael el terror de los Pitufos, Los Aristogatos, Gatúbela la enemiga de Batman y Robin, los Thundercats, Silvestre el eterno perseguidor de Piolín y, gracias a la ley 42, desde junio próximo a este repertorio se introducirán Gatos y Compañía, una nueva serie que seguirá, quien sabe hasta cuándo, la continuación de esa tendencia infantil a la gatomanía.
Pero no se vaya a creer que el reino de los felinos domésticos ha estado reservado a los niños. No. Para hablar de cosas viejas-bien-viejas, Homero y Platón, en los siglos nueve y diez antes de Cristo, demostraron su simpatía por los gatos, animales casi aborrecibles para griegos y romanos, pero adorados por los egipcios por cuestiones nada románticas y si muy utilitaristas: por la ayuda que prestaban para preservar los cultivos de tanto roedor que habia.
Despertaba el siglo cuarto y Aristóteles -¡nada menos que Aristóteles!- se encargó de alabar a las gatas porque "poséían un temperamento mayor que el de los gatos, siendo capaces de llegar hasta la violencia".
El Medioevo y el Renacimiento tienen, claro, representantes muy lustrosos de ese amor por los gatos. Tal vez escribió mucho, quizás escribió poco, pero la historia rescata ese lado gatubelo de Tasso, como rescata (rescata, no resgata) el dolor que sintió Petrarca cuando se le murió su gata en 1370: la quería tanto que la mandó a embalsamar y ahí está, a los ojos de quien quiera comprobarlo, en el Museo de Padua.
Puede que resulte una exageración preguntar qué fue primero ¿el gato o el francés?, pero en gracia del tema podría, por lo menos, ponerse en discusión, si se recuerdan esas ciudades y esos campos habitados por gatos como arroz. París es un gato, podría decirse y los franceses son gatófilos, podria asegurarse a la luz de la calidad y la cantidad de literatura que ha salido en francais: Joaquín de Ballay Jean de La Fontaine, Chateaubriand Alexandre Dumas, Charles Baudelaire, Honoré de Balzac, Guillaume Applinaire, Paul Verlaine, André Breton, Jules Renard, Paul Elard y Paul Aréne, para no citar sino algunos de los pesos pesados, entre los que hay que incluir a Perrault y de Montaigne ya mencionados.
No se crea tampoco que solo a los escritores franceses ha cautivado el tema. Lope de Vega, para empezar, en unos tres mil versos puso a desperezarse al bello Micifús y con dolor en el alma enterró en una obra editada en 1604 a Crispina Marauzmana, la gata de Juan Crespo, en otro de sus libros famosos.
Llegando al más acá hay que hablar de Edgar Allan Poe, quien en sus "Narraciones extraordinarias" incluyó una que llamó "El gato negro", especie de inmortalización de los agueros que suscita un animal de esos con un color de aquellos.
Borges -sí, Jorge Luis- no se quedó atrás. La caricia de sus palabras llegó hasta los gatos en un poema que se llama simplemente "Un gato" y que aparece en el libro "El oro de los tigres". Hay que reproducir aunque sea la última parte. Dice así: "Tu lomo condesciende a la morosaCaricia de mi mano. Has admitido, Desde esa eternidad que ya es olvido,El amor de la mano recelosa.En otro tiempo estás. Eres el dueñoDe un ámbito cerrado como un sueño".
Menos serios que Borges fueron Cortázar y Cabrera Infante en el tratamiento de los gatos en sus libros. El gigantón argentino, en "La vuelta al día en ochenta mundos" lo bautizó con nombre y apellido para que no quedaran dudas de su identidad: Teodoro Adorno. Y Cabrera Infante, en cambio, fue más escueto -y más sofisticado- con su felino -domésticopersonaje- literario: lo llamó Offencach.
Hablando de música, también la gatomanía tiene ahí su cupo. Hace unos diez años la voz de Roberto Carlos se oyó tanto como la de Julio Iglesias, cantando aquello de "El gato en la oscuridad". Antes de eso, Daniel Santos puso su voz y su ritmo al servicio de la causa y grabó el "Bigote gato es un gran sujetoque vive allá por el luyanóy tiene el pícaro unos bigotesque son de todos admiración". Por la misma línea de Santos llegó Cheo Feliciano con su ratón que, sin embargo, comienza con ese ritmo lento que se va desarrollando de a poco y cuenta que "Mi gato se está quejando que no puede vacilarque donde quiera que se mete -vaya- su gata lo va a buscar". Y, por un pentagrama bien distinto a la salsa de Feliciano, a los colombianos se les convirtió hace años en especie de canción nacional "La gata golosa", a quien le deben su nombre unas diez o treinta y cinco dulcerías en el país. Y muchos amores de los cincuenta crecieron al amparo de los boleros de Lucho Gatica.
Hay que vérselas a gatas para encontrar alguno de estos animales en la literatura colombiana contemporánea. Han funcionado más los perros y los marranos, las vacas y los caballos, que los gatos. Antonio Caballero prefirió darle a la bella Angela de "Sin remedio" un perro grande y poderoso y García Márquez, para poner otro ejemplo, decidió mandar al mundo al último de los Aurealianos con cola de marrano, en vez de con bigotes de gato.
Pero, en cambio, en refranes, en voces, en imágenes, en discos y en el baúl del carro donde se guarda el gato, estos animales figuran -y mucho- en Colombia. La malicia indígena es muy suspicaz y por eso el gato encerrado es toda una institución para describir el secreto. El gato por liebre es algo que se mete con frecuencia en el mundo amplio de los timadores criollos. Cada rato (rato, no gato) en el parlamento o en los partidos de fútbol los protagonistas se agarran como perros y gatos. Una de las costumbres colombianas es engatuzar a quien se aparezca. A veces, a las fiestas, solo llegan cuatro gatos y entre ellos uno que otro lagarto. El gato de Eveready dura y dura tanto como el país se demora para saber quién le pone el cascabel al gato o dónde es que está el gato enmochilado. Y, claro, como en Colombia estamos, no falta el chiste que afirma que el gato es el único animal que es dos veces animal. ¿Por qué? Porque es gato y araña.