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Motos voladoras

En Colombia se usan ultralivianos por deporte y cada vez más, por seguridad. Las posibilidades a futuro son grandes.

22 de febrero de 2004

El comerciante Guillermo Londoño estaba de vacaciones en la playa Ladrilleros de Juanchaco, cerca de Buenaventura, cuando tres avioncitos que parecían de juguete aterrizaron suavemente en la arena a unos metros de él. Quedó impactado.

Él siempre había querido volar pero imaginaba que para hacerlo tenía que ser un millonario con avión propio o un piloto con muchos años de estudio. Cuando los tripulantes de las naves se bajaron, pensó que esta sería su única oportunidad y les pidió que le dieran una vuelta. Uno de ellos aceptó con la condición de que consiguiera combustible.

Los ultralivianos son aviones de ala fija, de concepción simplificada, de uno o dos puestos y un peso al despegar inferior a 450 kilogramos. Vuelan con gasolina común y la licencia para pilotearlos se puede sacar sin muchos requisitos. Don Guillermo se sorprendió al enterarse de que se conseguían ultralivianos desde 15 millones de pesos y de que el mantenimiento no era más costoso que el de un carro. "No es para pobres, pero tampoco para millonarios", dice. La experiencia de volar fue tan impactante que se metió de lleno en ese mundo y hoy es administrador del Flandes Club Colombiano de aviación deportiva. Cerca de la ciudad de Girardot existen unos tres clubes de ultralivianos con un par de decenas de socios cada uno. El más antiguo, con ocho años de existencia y 40 socios, es el de don Guillermo.

A la entrada un letrero dice: "Haga realidad su sueño de volar". Ese sueño comienza cuando el ultraliviano toma impulso, y con algo de pánico se toma conciencia de que ya no hay vuelta atrás. La velocidad es cada vez mayor y parece inevitable un estrellón con los matorrales al final de la pista. Pero justo entonces se eleva suavemente, como quiere cualquier niño que lo haga el columpio del parque de su barrio: "Más alto, más alto, más alto". Este es un Rans con cabina abierta y se puede sentir el aire en la piel. No hay muchos controles, sólo una palanca entre las piernas que hace que el avión suba, baje o se incline a la derecha o la izquierda. El timón son dos pedales.

Arriba cambia la perspectiva de todo. Volar en ultraliviano no tiene nada que ver con la sensación de montar en un avión comercial pues el ultraliviano avanza a apenas unos 70 kilómetros por hora y vuela bajo. "Es lo más cercano a volar como un ave, al vuelo de la naturaleza", dice al respecto el industrial barranquillero Kenneth Loewy, que gracias a su ultraliviano ha aprendido a ver la geografía colombiana de una forma totalmente nueva. "Uno puede ver cómo el río surca a lo largo de la sabana, cómo se juntan las montañas o cómo cambian las zonas climáticas. Se logran apreciar las dimensiones de fuerzas de la naturaleza, los ríos se tragan la tierra y el mismo sitio cambia totalmente según la época del año. Uno no tiene esas experiencias con los pies sobre la tierra".

La mayoría de aficionados los usan por deporte. "Es una forma espectacular de hacer turismo", dijo a SEMANA un dueño de una industria de plásticos que suele realizar paseos a los Llanos Orientales con una decena de pilotos. "A mí me encanta volar bajito, cerca de los ríos y ver cómo los caimanes se meten al agua asustados". Estos paseos nunca se pueden planear del todo y por eso siempre tienen un componente de aventura. Como los ultralivianos no requieren de pistas largas para aterrizar, a veces se pueden improvisar paradas en cualquier terreno que tenga al menos 200 metros de largo. "Una vez en Puerto Gaitán aterricé en plena carretera y tanquee en una bomba medio abandonada. Hasta el alcalde salió a saludarme y el bombero se sentía orgulloso de ponerme gasolina, recuerda el empresario. Otra vez iba para Neiva pero tuve que parar en pleno desierto de la Tatacoa, donde recargué la batería". Guillermo Londoño también cuenta cuando una falla menor en el motor obligó a un amigo a aterrizar en un arrozal: "El campesino dueño del sembrado se puso furioso por el daño y nos tocó llevarle un poco de plata para que nos dejara sacar el avión".

De acuerdo con las reglas de la Aeronáutica Civil los ultralivianos sólo deben usarse para actividades recreativas y no lucrativas. No obstante, el conflicto armado ha llevado a que varios finqueros los usen para visitar sus propiedades en zonas de guerrilla. "A mí la guerrilla me fue a buscar varias veces para llevarme y me tocó dejar una finca que tengo en Cundinamarca. Ahora uso el ultraliviano para ir a mirarla. No aviso cuando voy, miro cómo están las cosas desde el aire, me bajo, le pago al mayordomo y me devuelvo inmediatamente", dijo a SEMANA un ganadero que prefirió no revelar su nombre.

En parte, esto explica el auge del deporte en Colombia. Un funcionario de la Aerocivil dijo a esta revista que se podían contar unos 300 ultralivianos, aunque es posible que haya muchos más. Según Loewy, si se cuentan los no registrados puede haber unos 400, es decir, la flota más grande de Colombia. También existen tres fábricas nacionales de ultralivianos. Glass Aircraft de Colombia en Armenia suple buena parte de la demanda interna y ya exporta a otros países de Latinoamérica.

Existe un mar de posibilidades para explotar. En Cali, unos cañeros obtuvieron un permiso especial para usar los ultralivianos para fumigar, un gran ahorro si se compara con el costo de una avioneta. En otros países se usan ultralivianos para arrear el ganado y no faltan los fotógrafos y cineastas que los usan en su oficio. En Colombia también habría un gran futuro para usar ultralivianos en actividades de vigilancia. Según los entendidos, es vox populi en el medio que las Farc ya los usan con este fin. Hasta el momento, la fuerza pública no posee ultralivianos. Un programa de vigilancia de carreteras de la policía vial con ultralivianos se canceló sin mucha explicación en 1999. Las condiciones están dadas para el crecimiento de la industria de ultralivianos en el país, pero habría que reconsiderar el reglamento de vuelo y evitar que las naves terminen usándose con fines perversos como el narcotráfico.

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