¿VANIDAD O LOCURA?

Los expertos sostienen que la obsesión por la belleza puede no ser asunto del cirujano plástico sino del siquiatra.

9 de diciembre de 1991

EN UN MUNDO QUE RINDE CULTO AL estado físico y a la belleza, la vanidad ha pasado a ser una característica más de la vida moderna. Respingarse la nariz, aumentar el tamaño de los senos, borrarse las arrugas o partirse el mentón, son cirugías tan comunes como la apendicectomía. Es tal la búsqueda de la perfección, que lo que ayer estaba en el rango de la normalidad, hoy es considerado como un defecto intolerable y una fuente de complejos. Esta creencia es en gran parte la causa del creciente auge de la cirugía estética en los últimos años. Y el tema ha llegado ya a los consultorios de los especialistas en salud mental.
Aunque los sicólogos han comprobado de tiempo atrás que modificar alguna parte del cuerpo que no gusta, puede representar para muchas personas una ganancia mucho mayor en materia de autoestima que de mejoría física. Y que el paso por el cirujano plástico puede convertir a un tímido empleado en el Donald Trump de las ventas o a una remilgada señora en una Joan Collins de la seducción, la relación entre sicología y vanidad es mucho más profunda de lo que siempre se había pensado. Muchas personas sufren por una fealdad tan subjetiva, que sólo es apreciable por la propia mirada. Y en este caso, es posible que no se trate de simple vanidad sino de un desorden mental. Los profesionales de la salud mental lo llaman: distorsión de la imagen corporal y significa realmente: fealdad imaginaria.
Este diagnóstico es relativamente reciente en los anales de la siquiatría. Solamente en 1987, esta